Ser dios es complicado pero ser aprendiz de dios lo es todavía más, porque uno sabe que está en camino de llegar a ser lo que puede ser pero aún no lo es y puede que nunca llegue a serlo, con lo cual la sensación es la de encontrarse en medio de un puente sobre el abismo donde no se puede cometer un error: teniendo en cuenta la profundidad de la caída, la primera equivocación es también la última. Durante estos últimos años he visto caer en ese abismo a varios compañeros de la Universidad de Dios que no han sido capaces de soportar la presión y exigencias de esta complicada carrera que, además, no se escoge en realidad, sino que viene dada de serie por vías misteriosas, ininteligibles para el homo sapiens corriente.
Cada vez que uno de esos compañeros (y compañeras, como se dice ahora) se precipita hacia el pozo oscuro, allí abajo, es inevitable el nudo en la garganta porque sabes que lo más probable (por la pavorosa fuerza de la ley de la entropía) es que no vuelvas a verle jamás. Es una sensación similar a la que me ha embargado en alguna de mis reencarnaciones del siglo XIX cuando llegué a formar parte de la Delgada Línea Roja. No me refiero propiamente a la acción de Balaclava (nunca estuve en el 93ª de Highlanders), sino al concepto en general aplicado a los casacas rojas desde bastante antes de la guerra de Crimea. Estás ahí, codo con codo, con tus colegas y de pronto una bala tumba al que tienes a tu lado mientras tú, impertérrito, recargas tu fusil para disparar una vez más o prosigues el avance a la bayoneta calada, sin permitirte soltar una sola lágrima, sin distracciones posibles, porque quizá la próxima vez la mortal lotería te toque a ti.
En raras ocasiones, alguno de los que cayeron logra aferrarse de manera imposible a las paredes e iniciar un lento y durísimo ascenso que concluye años después cuando alcanza de nuevo, exhausto, el puente sobre el abismo. Pero por alguna extraña razón el que consigue semejante proeza, el que puede sobrevivir y volver a caminar, no suele darle la debida importancia a su heroicidad y es por lo general incapaz de disfrutar del mismo estado de alma que aquél con el que comenzara, alegre y entusiasmado, el fascinante reto de mutarse a sí mismo para dejar de ser un hombre y convertirse en un dios. Yo he visto la amargura en los ojos de ese tipo de personas, y el cansancio infinito en su ánimo, incomprensible para quien jamás dejó de rumiar, porque la batalla en su interior es realmente épica. Su Espíritu le salvó in extremis pero a costa de quedar tan agotado que una nueva arremetida del Monstruo puede forzarle a detenerse y sentarse, con los pies colgando de nuevo sobre el abismo, sopesando dejarse caer.
Una de las escenas más terribles pero a la vez verídicas de la impactante Matrix resume todo esto de otra manera. Es aquélla, que recuerdo tan a menudo porque me sirve de autoadvertencia, en la que el traidor come una hamburguesa frente al temible Mr. Smith y sella el pacto diabólico: venderá a sus compañeros, a cambio de regresar al mundo virtual normal, pero además los mecanismos de Matrix deberán borrarle la memoria, para olvidar todo lo que sabe acerca del mundo real y poder “dormir” tranquilamente en una existencia común, como la de la mayoría de los homo sapiens. Una idea sugerida por esta escena, que no se plasma en ella pero está presente en un segundo plano, es el cruel castigo que este personaje se está infligiendo a sí mismo, pues él y no sus compañeros será la principal víctima de la traición: y es que olvida que, antes de traidor, él también fue un aspirante al Conocimiento…, y la chispa que le llevó a convertirse en aspirante la sigue llevando dentro pues nadie puede arrebatársela. Por lo tanto, jamás conseguirá dormir tranquilo como uno más.
Todo lo contrario, cuando se reintegre a la vida virtual normal volverá a sentir la misma incomodidad de fondo, el mismo ansia eterna de saber, esa insatisfacción permanente cuya urgencia sólo pueden comprender aquéllos que la han sentido, que ya en su día le condujo a buscar y encontrar a alguien como Morfeo. Y volverá a intentar escapar de la Matrix sin recordar que una vez ya estuvo fuera y renunció a su privilegio por pura debilidad. Será como volver a la casilla de salida tras haber caído en la de muerte mientras se desplazaba por el tablero del Juego de la Oca. Ahora que lo pienso, cuántas veces cada uno de los estudiantes de esta peculiar carrera no habremos caído a ese abismo para volver a empezar más tarde, aunque lo hayamos olvidado porque en esta reencarnación avancemos con fuerza, derrotadas la autocompasión y la autoindulgencia … Con razón decían los antiguos que la carne era para los hombres y la leche para los niños y con mayor razón aún en estos tiempos en apariencia tan adelantados Isis mantiene su rostro velado a tantos niños que se creen hombres.
Llamadme loco por hablar de estas cosas. Sí, todo esto puede parecer una locura, visto desde fuera, y tal vez lo sea…, pero acaso los papeles hayan sido invertidos al comienzo de la obra y, como hemos salido al escenario con ella ya empezada, no lo sepamos. Acaso el loco pueda esconder en realidad el papel del cuerdo (como la persona “normal” es el "monstruo" en Soy Leyenda) si, como parece deducirse de tantos indicios (¡tan evidentes si uno presta atención!), percibimos el mundo al revés. Me parece muy significativo que nuestros ojos físicos, en los que depositamos tanta confianza para tratar de ubicar lo que nos rodea a pesar de que sabemos lo fácil que es engañarlos, transmitan a nuestro cerebro una imagen invertida de lo que ven. Quizás ellos sepan más, después de todo, y estén tratando de enviarnos un mensaje con esta forma que tienen de captar los datos de la aparente realidad.
Estos últimos días se han hecho públicos algunos datos verdaderamente inquietantes sobre la locura y, como sucede de costumbre con las cosas importantes, han pasado inadvertidos para los grandes medios de comunicación que nunca hablan de lo importante sino de las tonterías que entretienen a los rumiantes. El primero de esos datos: el European Brain Council (Consejo Europeo del Cerebro) ha entregado en el Parlamento Europeo un informe en el que advierte de que las enfermedades y dolencias relacionadas con el cerebro afectaron, durante 2010, a 1 de cada 3 europeos.
¡1 de cada 3 europeos (¿cuántos de ellos son políticos, banqueros, sindicalistas o cualesquiera otros que se encargan de regir la vida de sus pueblos cuando en realidad están incapacitados para ello por culpa de estas disfunciones?)! Pero ¿nadie se da cuenta de lo que significa eso? ¡Estamos hablando del cerebro, el órgano con el que nos relacionamos con el mundo! Según el director ejecutivo de este consejo, el impacto social y económico en la UE de las disfunciones mentales y neurológicas “es creciente” y supera ya al causado por el cáncer o las enfermedades cardiovasculares. Su coste económico (el menos gravoso, en realidad, pues es mucho peor el coste personal en los afectados) alcanzó los 800.000 millones de euros durante ese año. Las patologías que más han aumentado según el documento son los trastornos del estado de ánimo (la depresión, principalmente) y la demencia senil. Y con los datos de los que disponemos en este momento el problema “seguirá aumentando”.
El segundo de estos datos, que complementa el anterior, se presentó el pasado 10 de octubre durante la conmemoración del Día Mundial de la Salud Mental: los documentos que maneja el ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad revelan que 1 de cada 5 niños o adolescentes españoles sufren trastornos psiquiátricos que no sólo minan su imagen personal y su autoestima sino que repercuten en la estabilidad familiar y, de ahí, en la sociedad. Y para terminar de rematarlo, sólo una quinta parte de los chavales que sufren esta situación están “correctamente diagnosticados”. Aún más, el propio ministerio reconoce que el 9% de la población española padece algún tipo de trastorno mental y se calcula que al menos un 15% lo sufrirá a lo largo de su vida. En este momento, cerca de un 3% padece una enfermedad mental grave.
A la hora de las citas, parece a veces que no he leído a otro filósofo en esta reencarnación ya que suelo recordar sus escritos a menudo pero es que el Gran Fritz siempre tiene las palabras exactas. Dijo: "La demencia es, en el individuo, algo raro. Sin embargo, en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla".
A la hora de las citas, parece a veces que no he leído a otro filósofo en esta reencarnación ya que suelo recordar sus escritos a menudo pero es que el Gran Fritz siempre tiene las palabras exactas. Dijo: "La demencia es, en el individuo, algo raro. Sin embargo, en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla".
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