Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La isla

A propósito de la entrada anterior titulada Híbridos, algunos espectadores sensibles que podrían aceptar la posibilidad técnica (y la intención malévola para poder poner en práctica semejante posibilidad) de crear una raza esclava medio hombre medio chimpancé para dedicarla a trabajos duros o desagradables se han quejado de la sugerencia de que también se la pudiera utilizar como un banco vivo de órganos para los seres humanos. Suena demasiado "desagradable". Sin embargo, y como bien me apuntó Mac Namara, esta vía tendría incluso menos impedimentos éticos (una vez reventado el primer tabú, que es actuar como dioses para crear una raza de subhumanos al servicio del homo sapiens) que el de la pura y dura explotación laboral, militar o de cualquier otro tipo. Y añadía, con aire siniestro, mi gato conspiranoico:

- De hecho, y teniendo en cuenta que la tecnología necesaria está ya en sus manos, estoy convencido de que si no la han creado ya con estos fines es por una de estas dos razones: o bien no es lo bastante rentable económicamente o bien han decidido apostar por una raza humana "alternativa".

- ¿A qué te refieres?  -le pregunté, inquieto.
- Piensa un poco, hombre: ¿para qué imaginar una raza imperfecta de semihumanos pudiendo crear una humanidad alternativa? Me refiero, por supuesto, a los avances genéticos que han permitido trazar el plano íntegro del ADN humano, aunque aún queda mucho por investigar pues los científicos ignoran el verdadero significado y la utilidad de muchos de los genes hoy clasificados y alegremente adornados con el adjetivo de "basura". Si tuvieras la posibilidad de crear un cuerpo idéntico al tuyo, un verdadero clon de tu edad, sería mucho más fácil sustituir cualquiera de las "piezas" averiadas de la máquina corporal sabiendo que no habría rechazo ni complicación de ningún tipo. Sustituyendo progresivamente cada pieza "original" por un "repuesto" o, incluso, extrayendo el cerebro y colocándolo en sucesivos cuerpos clonados copias del mismo original, estaríamos muy cerca del insensato sueño de la inmortalidad física. Imagina un corral, una granja, en la que pudieras mantener a esos clones copias y utilizarlos según las necesidades de sus originales...

- Un momento -interrumpí a Mac Namara-, yo eso ya lo he visto en una película...

Sí, en una película reciente, de 2005, titulada La isla y protagonizada por el joven padawan Ewan McGregor y la guapa pero absolutamente insulsa y sobrevalorada Scarlett Johansson. Uno de esos largometrajes sobre los que siempre te queda la duda de si realmente sus autores intentaban transmitirnos algo trascendente o simplemente ridiculizar una idea por el hecho de transformarla en un argumento tonto, de manera que si a alguien se le ocurre algún día hablar de este asunto lo descarte de inmediato al pensar precisamente que esa idea "no es más que parte de una película".  Sobre todo, si el director encargado del rodaje es Michael Bay, denostado de manera sistemática por los críticos mientras las masas le alaban pasando por taquilla con cada una de sus producciones (un completo inútil, teniendo en cuenta su lamentable Pearl Harbour)... En realidad, son dos películas en una. La primera parte, que bebe en diversos clásicos de la Ciencia Ficción comenzando por la inolvidable La fuga de Logan, es la que nos interesa aquí, mientras que la segunda es Bay en estado puro con escenas mil veces vistas en el cine "de acción" que acaban siendo aburridas por lo reiterativas, ruidosas y visualmente mareantes que resultan.


La isla se ubica temporalmente en un futuro cercano, unos veinte años por delante respecto a la actualidad. Un incidente mítico genéricamente conocido como La Contaminación, que nadie tiene muy claro cómo, cuándo ni por qué ha afectado al planeta, ha destruido a casi toda la humanidad y los escasos supervivientes se agrupan en una ciudad subterránea sin nombre donde son constantemente monitorizados para preservar la salud. Una de las secuencias iniciales sintetiza a la perfección el agobiante control perpetuo al que se someten, cuando el protagonista Lincoln Eco Seis (McGregor), recién levantado de la cama, va al cuarto de baño a orinar y en el mismo momento de la micción una pantalla ubicada ante él le advierte de que tiene exceso de sodio en el cuerpo, ya que el ordenador analiza sobre la marcha el contenido de sus desechos. La vida de Lincoln, como la de su amiga Jordan Delta Dos (Johansson) y el resto de habitantes del lugar es tan impoluta como rutinaria, siempre vistiendo igual (con monos blancos) y haciendo las mismas cosas dentro de un orden predecible y vigilado por agentes de seguridad (de negro) al frente de los cuales está el jefe médico doctor Merrick (Sean Bean).

El único horizonte de esperanza de esta gente es que les toque una lotería que regularmente premia al ganador con un billete sólo de ida hacia una isla misteriosa que según explican las grandes pantallas de la ciudad es el único lugar no contaminado de todo el planeta. Se supone que los que ganan la lotería construyen allí una sociedad armónica y feliz que garantice la supervivencia de la humanidad. Sin embargo, no sólo se marchan algunos. Regularmente llegan a la ciudad nuevos habitantes que, según explica Merrick, son supervivientes de la catástrofe en la superficie, a los que se puede salvar in extremis y que mantienen la población en niveles más o menos similares.


Un día Lincoln empieza a tener extrañas pesadillas y a preguntarse por las absurdas condiciones de su vida cotidiana. Se hace amigo de McCord (Steve Buscemi) un técnico de mantenimiento que trabaja en el "cuarto de calderas" de la ciudad y con el que filosofa de vez en cuando, hasta que, en una de sus visitas, encuentra y atrapa una polilla. Intrigado, se pregunta de dónde sale este insecto si el mundo externo sufre un auténtico desastre ecológico. Pero, como la polilla vive y por fuerza ha tenido que venir del exterior de la ciudad, empieza a hacerse incómodas preguntas. Finalmente, decide soltarla en el lugar donde la capturó con intención de observar si vuelve por donde vino. Así lo hace y, siguiéndola escaleras arriba por diversos conductos internos, acaba encontrando una salida de su mundo o, mejor, una entrada a otro muy diferente: al mundo real.

 Es entonces cuando Lincoln descubre lo que sucede de verdad, aunque no lo termina de entender hasta que regresa a la ciudad, convence a su amiga Jordan para escapar junto a él, salen a una zona desértica en la superficie y acaban llegando a casa de su amigo McCord que es quien les explica todo. Ellos son, en realidad, "pólizas vivientes" o clones de personas reales, cada una de las cuales ha pagado 5 millones por crear una copia idéntica a sí misma de la que poder extraer los órganos necesarios para salvar su vida. En el caso de Lincoln, acaban descubriendo que es una copia de un famoso diseñador técnico del mismo nombre al que los médicos le han pronosticado que sufrirá una crisis hepática por lo que habrá que extraerle el hígado a su clon para transplantárselo a él en su momento. En el caso de Jordan, se necesitarán los pulmones, el corazón y algún órgano más para colocárselo a la mujer original de la que ella es copia. Las historias de La Contaminación, la isla y demás son, en consecuencia, una gran farsa para hacer creer a los clones que ellos son humanos y, cuando les "toca la lotería", significa no que van a ser trasladados a una isla paradisíaca sino que se les va a conducir al quirófano ubicado en un nivel superior del enorme búnker subterráneo en el que están alojados para acabar con su vida y reaprovechar sus órganos transplantándolos a los humanos originales, que han pagado por ello.

Hasta aquí, los primeros cincuenta minutos de la película, que resulta fascinante y plantea cuestiones morales interesantes. Por ejemplo: ¿puede un clon no ya tener vida o sentimientos sino conciencia o espíritu? O bien: ¿sería lícito criar maniquíes de aspecto cien por cien humano, sólo desde el punto de vista material, para usarlos como reservorio orgánico de los verdaderamente humanos? Sin embargo, no tenemos tiempo de regodearnos en el debate interno porque ahí comienza la segunda parte de la película, la más larga, y la más tediosa, que estropea el conjunto final y que puede resumirse en una sola palabra: persecuciones. 


La persecución es un recurso habitual en las películas de acción para disparar la adrenalina de la audiencia y, si se emplea con inteligencia, consigue los efectos buscados, pero resulta excesivamente cargante cuando esa acción se reduce a un eterno huir unos de otros, como es el caso. Cuando el doctor Merrick descubre la fuga contrata a un mercenario llamado Laurent (Djimon Hounsou) que comienza la caza de los fugitivos, primero por el desierto que circunda las instalaciones y luego en un Los Ángeles (poco) futurista con trenes de cercanías aéreos al que escapa la pareja una vez asesinado McCord. Y ahí tenemos la clásica sucesión de efectos típicos en estos casos: carreras, tiroteos, choques, explosiones y corre-corre-que-te-pillo, combinados con diversas tomaduras de pelo al espectador como la habilidad de los fugados para sobrevivir en un mundo real que apenas conocen y de paso derrotar a un equipo de bien entrenados mercenarios... 
O como la sobreabundancia de publicidad subliminal (hay tantas marcas y se emplean de manera tan descarada que, la verdad, tiene poco de subliminal) que, por ejemplo, conduce a Jordan a verse a sí misma, al original del cual es copia, protagonizando en televisión un anuncio de una conocida marca de ropa. Se da la circunstancia de que el anuncio que vemos en la película es el mismo que la Johansson grabó antes del rodaje de La isla y que se proyectó en los televisores reales de los espectadores.


El final de la película es el desastre absoluto cuando sin ton ni son Laurent, el jefe de los mercenarios, se pone del lado de la pareja protagonista y, tras el obligado y épico combate final entre Lincoln y Merrick (y la muerte de éste, al que se retrata por supuesto como el clásico científico loco que se cree Dios), proceden a liberar a todos los clones de la ciudad subterránea. Aunque en estos últimos minutos regresan las preguntas estimulantes de la primera parte ya que al ver a tantas copias humanas con mono blanco correteando por el desértico paraje alrededor del búnker uno no puede dejar de acordarse de los visones "liberados" en las granjas de animales por activistas radicales. Después de todo y sin ir más lejos, ¿no serán un problema mayor una vez libres que cuando estaban encerrados? 


- Sí, todo eso se cuenta en esa película -reconoce Mac Namara- pero lo más interesante es la pregunta que surge al final, ¿no te parece?

No le interrumpo, porque me imagino cuál es la que va a decir. Y, en efecto, mi gato imposta la voz como siempre que quiere imprimir un efecto dramático a sus palabras, y plantea:

- Dime: ¿y si vuestra humanidad no fuera, en el fondo, más que una versión de los clones de "La isla"? ¿Y si no sois más que una propiedad privada de alguien, esperando a ser utilizados para fines ajenos, pero no lo sabéis?


 
 

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