Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 27 de marzo de 2013

La viga en el ojo propio

El otro día recibí un curioso documento de ésos que, cuando los abres, te da la impresión de que se trata de otra historieta moralizante ideada por algún aspirante a gurú. Sobre todo porque los hechos que relataba sucedían en una localidad de la que, francamente, no había oído hablar en mi vida (y mira que me he recorrido España de arriba a abajo) y, para rematar, con nombre de dios sumerio: Ohanes. Sin embargo, resulta que Ohanes existe. Se trata de una pequeña localidad de Almería, ubicada en el Parque Nacional de Sierra Nevada, que según el censo del año pasado tenía poco más de 700 habitantes. Una cantidad diminuta para un lugar que cuenta, según vi a posteriori, con una larga historia que se remonta al Neolítico, a tenor de las excavaciones en la región. De hecho, el examen de su escudo (empezando por esa estrella alada de ocho puntas que lo preside) daría lugar a interesantes conclusiones, para las que ahora no hay tiempo ni espacio. El caso es que me leí el texto íntegro y, reflexionando sobre ello, me percaté de que los hechos que narraba no podrían haber sucedido en otro país más que éste. Y que, aún en caso de tratarse de una historia inventada, respondería bien a la famosa expresión italiana de "se non è vero è ben trovato"...

El documento afirma ser la transcripción de un informe publicado en 1944 en una revista llamada Aleteos, que explica la siguiente historia, tomada de un expediente que contenía documentos oficiales originales del siglo XVIII... En 1734, el maestro del pueblo, Zenón Garrido, denunció al alcalde el mal estado en el que se hallaba la escuela, para que el Ayuntamiento se encargara de acondicionarla. Para que no se olvidara de su reclamación, la puso por escrito en una carta fechada el 15 de marzo, con las fórmulas usuales de la época, del estilo "tengo el honor de poner en su conocimiento", "Dios guarde a usted muchos años" y términos similares. Garrido se quejaba especialmente de la viga mediana que sostenía el techo de la clase. Al parecer, se había resquebrajado, con lo que el tejado se combaba hasta formar "una especie de embudo que recoge las aguas de las lluvias y las deja caer a chorro tieso sobre mi mesa de trabajo", con lo que empapaba sus papeles y encima castigaba su reúma..., por no mencionar el creciente riesgo de derrumbe.

El alcalde, Bartolomé Zancajo, se tomó su tiempo para contestar, tal y como se puede ver en la carta que redactó con destino al maestro a 28 de noviembre, más de ocho meses después. Por el contexto se deduce que ambos personajes no se llevaban especialmente bien entre ellos, probablemente por las típicas rivalidades sociales. Lo cierto es que, después de salirse por la tangente asegurando que si la viga estuviera realmente en tan mal estado él ya lo sabría, acusa al maestro de "excusas y pretextos para no dar golpe", le recomienda "guardar sus papeles en el cajón" para que no se le mojen e ir a trabajar "con una manta" para protegerse del reúma. "No obstante lo que antecede, enviaré uno de estos días alguno de mis subordinados que mire lo que hay de eso", concluye.

El maestro Garrido, obviamente molesto porque se ponga en duda su palabra (por no citar la tardanza en la contestación), escribe una nueva carta el 29 de noviembre, al día siguiente de recibida la del alcalde. En ella, insiste en el estado de la viga: "y yo siempre mirando la viga con la inquietud consiguiente... ¿Caerá, no caerá?" Además, pide a Zancajo que envíe a unos peritos para comprobar que está diciendo la verdad..., o que, en última instancia, acuda él mismo a verlo con sus propios ojos. Además, incluye un dibujo "tomado del natural, que le dará una estampa real de ella". Vuelven a pasar los meses y tenemos que irnos a ¡octubre del año siguiente, 1735! para encontrar la segunda contestación del señor alcalde. En esta carta, descalifica al maestro por su "excesiva machaconería" y le dice que "si no le conviene la escuela, puede pillar el camino e irse a otro sitio que aquí, para lo que enseña, falta no hace" pues "¿qué le importa a estas gentes, ni a nadie, dónde está Marte ni las vueltas que da la Luna, ni que cuatro por seis son veintisiete (sic)?" Al final, el político dice que de todas formas él es "amante de la curtura (sic)" y que como no quiere que nadie diga que "he echao (sic) al maestro" va a nombrar una comisión que informe sobre el asunto de la viga para saber si le engaña o no. 

Así que la comisión es formada...,  ¡en mayo de 1736, otros siete más tarde!  La integran dos maestros albañiles, se supone que compinches de Zancajo y llamados Antonio Fuentes Barranco y Juan González. En el documento oficial de su peritaje, afirman haber estado acompañados por el escribano del Ayuntamiento y, tras examinar la viga de la escuela, llegar a la conclusión de que "la dicha viga no se ha movido, sólo que ha bajao (sic) cosa de diez o doce deos (sic)". En un alarde de previsión, advierten de que al tratarse de una viga de madera y por tanto "un cuerpo astilloso", lo lógico es que "tiene que crujir antes de pegar el golpazo" lo que debería "dar tiempo a que se salven siete u ocho" de los que estuvieran debajo. Conclusión: el peligro de la viga es "leve, o sea de poca trascendencia". Por cierto que el escribano, Celedonio González García, también eleva su propio y alucinante informe, en el que llega a las siguientes conclusiones: "si la viga se cae puede ocurrir: a) que mate al maestro, en cuyo caso esta digna corporación se ahorraría los quinientos reales que le paga; b) que matase a los niños, en cuyo caso sobraba el maestro; c) que matase a los niños y al maestro, ocurriendo en este caso como suele decirse que se mataban dos pájaros de un tiro; d) que no matase a nadie, en cuyo supuesto no hay por que alarmarse."

¿Cómo terminó la historia? Según la publicación de Aleteos, los legajos del expediente original del que tomaron estos documentos se encontraban tan deteriorados que fue completamente imposible descifrar sus últimas páginas. Sin embargo, picados por la curiosidad, los investigadores buscaron todo lo que pudiera relacionarse con el asunto y hallaron finalmente en el Archivo Municipal un texto oficial firmado por Joseph Sancho Mengibar, autodenominado "cronista oficial de la villa de Ohanes de las Alpuxarras" y fechado en diciembre de 1740: cuatro años después del peculiar peritaje de los albañiles y el escribano. 

En el texto se hace referencia al "trágico hito" acaecido el 14 de octubre de ese año "siendo alcalde de esta villa don Bartolomé Zancajo y Zancajo". Según Sancho Mengibar, a las doce dela mañana se hundió definitivamente la dichosa viga y, con ella, el techo de la escuela. En el suceso pereció "el señor maestro de primeras letras don Zenón Garrido Marín y los catorce niños que en aquellos momentos daban su clase". Los cadáveres fueron rescatados de entre los escombros "después de laboriosos trabajos" y trasladados al depósito del cementerio municipal "acompañados del pueblo en masa, que era partícipe por entero del dolor que significaba tal catástrofe". Y lo más grande: "abierto el oportuno expediente, se ha podido comprobar que por parte de la autoridad competente se tomaban periódicamente todas las medidas encaminadas a velar por el buen funcionamiento del sagrado recinto" y se aporta "como prueba concluyente" de ese celo el expediente "en que dos peritos albañiles y el ilustre escribano de esta villa informaban sobre el buen estado del local" hacía tan poco tiempo, por lo que la conclusión es: "quedando plenamente demostrado que únicamente un accidente fortuito fue el responsable del hundimiento a que hemos hecho referencia".

Lo terrible, lo espantoso de toda esta historia es que posee un aroma contemporáneo..., que a pesar de haber ocurrido en la primera mitad del siglo XVIII carece de un enganche claro en la fecha en la que se describen los hechos y da la impresión de que podría referirse a cualquier pueblo de España en este mismo momento.



 

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