Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 8 de marzo de 2013

Tragedias y estadísticas: Stalin en la memoria

Por esos azares de la Historia que uno nunca sabe si son realmente azares (bueno, en la Universidad de Dios una de las primeras cosas que te explican es que el azar no existe como tal, sino que se trata del nombre que emplea el homo sapiens para explicar la acción de alguna ley desconocida por él pero que se aplica en ese momento) Hugo Chávez ha ido a morir el 5 de marzo, el mismo día que hace 60 años feneciera el mayor asesino de masas conocido en la Historia reciente: Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Joseph Stalin. La muerte del líder venezolano, un tipo por lo demás muy diferente al soviético tanto en su trato hacia la gente, como en su trayectoria personal y política y, desde luego, en su trascencendia histórica real sobre su país y sobre el mundo, ha estado salpimentada por informaciones extravagantes que han hecho las delicias de Mac Namara y del resto de conspiranoicos que, como en el caso de mi peculiar gato, examinan cada uno de los acontecimientos del mundo. Desde los rumores de que Chávez habría sido en realidad uno de los mejores agentes secretos de la CIA en la región ("independizado" o no de sus amos, según versiones), hasta las especulaciones acerca de la causa última de su muerte (con su vicepresidente Nicolás Maduro hablando claramente sobre el "cáncer inoculado" por los "enemigos") o la posibilidad de que hubiera muerto en Cuba, desde donde habría sido trasladado ya cádaver a Venezuela, y hubiera sido embalsamado en la misma La Habana, de manera que todos estos días de presunta agonía en Caracas hubieran constituido un mero plazo temporal empleado por los poderes fácticos para asegurarse el control de la situación...  Incluso circularon imágenes en teoría falsas de un Chávez muerto y en ataúd mucho antes de que el mundo recibiera la noticia de su fallecimiento.

Así que el adiós del líder venezolano ha cubierto de silencio el aniversario de la muerte de Stalin: otro embalsamado para la posteridad dentro del cuadriculado sistema de pensamiento materialista que sostiene la ideología comunista (aunque en el caso de Chávez, sus ideas estuvieran "contaminadas" por un cristianismo tan populista como él mismo), que concede a lo físico una importancia tan suprema como ridícula. Ese estar pendientes de lo material y ese tratar de preservarlo el mayor tiempo posible en contra de la implacable ley de la entropía condujo al perfeccionamiento moderno del arte de embalsamar, con el objetivo de mantener el culto a la personalidad del "gran líder" de turno, identificando como de costumbre los restos mortales de la persona con la persona misma.


Pero los chavistas harían bien en estudiar el ejemplo del señor Vissariónovich, en vida un auténtico dios (más bien, un auténtico demonio) al que nadie se atrevió jamás a llevar la contraria por brutal que fuera una de sus órdenes, y que, una vez muerto y embalsamado, fue rápidamente superado por las corrientes de la Historia y denostado por aquéllos que le sirvieron en teoría de forma tan leal. En fecha tan temprana como 1956, apenas tres años después de su muerte, su memoria fue duramente criticada en el transcurso del XX congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Su propio sucesor, Nikita Jruschev, denunció públicamente al hasta entonces gran líder y puso en marcha todo un proceso de desestalinización, al estilo de la desnazificación que se aplicó en Alemania tras el final de la Segunda Guerra Mundial, pero en el territorio soviético. Según el informe de Jruschev, Stalin era culpable de terrorismo en gran escala, sospecha y confianza generalizadas, detencionesilegales, abuso de poder, aislamiento del pueblo, egoísmo e incapacidad militar (por cierto, hablamos del mismo Jruschev que en octubre de 1952, todavía vivo su jefe, proclamaba públicamente: "¡Viva el sagaz jefe de nuestro partido y nuestro pueblo, el inspirador y organizador de todas nuestras victorias, viva el camarada Stalin!"). Así fue retirada su momia, desmontados sus monumentos, minimizada su memoria... Recientemente, en el año 2007 durante su primera etapa como presidente de Rusia, Vladimir Putin llamó a la población a no olvidarse de que Stalin fue el autor del "exterminio de estamentos enteros como el clero, el campesinado y los cosacos" aunque no fue sino hasta hace apenas dos años cuando se retiró el monumento más grande que quedaba en su honor, levantado en su ciudad natal de Gori.

 Sic transit gloria mundi.


El caso de Stalin es paradigmático desde el punto de vista del manejo de la propaganda y la manipulación histórica pues, a pesar de sus muchos crímenes, la inmensa mayoría de las gentes del mundo (en especial, las menos cultivadas) le siguen recordando como un líder más o menos duro pero hasta cierto punto honesto y un gran defensor de su pueblo... Uno de esos hombres "productos de su tiempo" pero al que se le puede perdonar casi cualquier pecadillo gracias, según los nostálgicos de su régimen, a dos hechos concretos: 1º) derrotó a Adolf Hitler (haber luchado, de manera real o figurada, contra Hitler se ha convertido en los últimos 70 años en condición sine qua non para los aspirantes de cierta edad al status de gran líder político internacional) y por tanto fue el gran vencedor de la Segunda Guerra Mundial, con independencia del resto de países aliados, y 2º) convirtió a su país en una de las grandes superpotencias contemporáneas con un desarrollo industrial, nuclear y hasta aeroespacial que confirieron a Moscú un poder que nunca llegó a tener el más importante de los zares.


Lo que esos mismos nostálgicos no cuentan es que 1º) el principal aporte ruso a la victoria del Tercer Reich fue el inmenso holocausto de sus propias gentes en los altares de la guerra (donde fueron sacrificados, ola humana tras ola humana, como mera carne de cañón, millones de "soldados" desentrenados y mal armados, empujados a la muerte por las pistolas de los comisarios políticos estalinistas que no dudaban en pegar un tiro a cualquiera que, no ya retrocediera, sino se detuviera un instante a pensar). El material bélico más importante y decisivo que los rusos aportaron al conflicto no fue de fabricación propia sino anglosajona. Las cifras de camiones, tanques, armas, municiones..., aportadas sobre todo por los Estados Unidos, son mareantes (y a la postre decisivas), a tenor de las investigaciones históricas que se han publicado en los últimos años. Y eso sin contar el apoyo industrial y de diseño que permitió la construcción de equipos novísimos y jamás soñados por el anticuado Ejército Rojo...  Por cierto, nadie suele recordar que la URSS declaró la guerra a Polonia y la invadió por el este pocos días después de que Alemania hiciera lo propio por el oeste. Y que, aunque Francia y el Reino Unido declararon la guerra en cuestión de horas a Alemania como represalia por la invasión de Polonia, jamás hicieron lo mismo con los soviéticos, ni siquiera durante el tiempo en el que Berlín y Moscú fueron formales, y extraños, aliados. 

Los nostálgicos tampoco cuentan que 2º) la URSS consiguió un espectacular despegue y un puesto de superpotencia con el beneplácito y visto bueno de Washington (en 1945, los soviéticos estaban tan exhaustos y la sangría humana había sido de tal calibre, que todos sus avances sobre Europa podrían haber sido revertidos sin demasiados problemas por los ejércitos anglosajones armados por la bomba atómica y otros elementos de los que carecía Moscú) y a costa de la rapiña industrial de patentes y materiales que llevó a cabo sobre Alemania y sobre el resto de países que quedaron bajo su control, al otro lado del Telón de Acero. Hasta la carrera espacial fue fruto de esa rapiña: igual que los norteamericanos despegaron rumbo a la Luna gracias a la labor del ex oficial de las SS Von Braun y otros expertos como él, los rusos explotaron a sus propios científicos nazis capturados tras la caída de Berlín (la caza de técnicos y científicos alemanes fue uno de los deportes favoritos de los aliados en los meses, e incluso en los años, siguientes al fin de la guerra). De la misma manera expoliaron y aprovecharon en su propio beneficio los recursos de un imperio con el que quizá soñaran Pedro el Grande o Catalina de Rusia, pero que sólo fue posible gracias a la ideología comunista: un imperio que anexionó grandes franjas de terrenos ajenos y hasta países enteros con el visto bueno de las llamadas "democracias occidentales", como partes de Finlandia y Rumanía, toda la Polonia y la Checoslovaquia orientales y las llamadas tres repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania. Y que más tarde extendió su poder sobre buena parte del mapamundi, ejerciéndolo directamente o bien a través de satélites ideológicos: En Albania, en China, en Cuba, en Indochina (hoy Vietnam), en Hungría, en Bulgaria, en Yugoslavia, etc. Incluso en Corea del Norte, donde el régimen que hoy amenaza al mundo una vez más con una guerra nuclear es el único heredero reconocido no ya del comunismo en general sino del estalinismo en particular.




El mayor mérito del señor Vissariónovich fue aprovechar las cartas que le vinieron dadas y gestionarlas con la habilidad propia del hombre del lumpen encumbrado a gran líder internacional que en realidad fue. Su historia personal y familiar no es muy conocida por el gran público, aunque hay algunos datos básicos que a los neófitos podrían llamarles la atención. Por ejemplo, su dura infancia sometido a un padre alcohólico, violento y maltratador de mujeres que le inspiró su propio modelo de comportamiento. O la curiosidad física de tener dos dedos del pie izquierdo unidos por una membrana, lo que le generó una cojera característica que llegó a ser utilizada supersticiosa y publicitariamente en su contra (algunas tradiciones rusas, en este caso de origen europeo, aseguran que Satanás camina mal: porque es cojo o porque sus patas de cabra no le permiten andar bien, según versiones). O el dato clave de cómo se inició en el camino revolucionario: liderando una banda de salteadores de bancos (sic), momento en el que adoptó un alias o sobrenombre como suele ser habitual entre los jefes del hampa. ¿No era el temido Al Capone conocido como Scarface o Caracortada? Pues él sería Stalin, que no es un apellido como a día de hoy siguen creyendo tantas personas, sino que significa literalmente Hombre de Acero. En la imagen de arriba podemos ver su ficha policial.

El mismísimo Lenin (por cierto, otro alias, en esta ocasión de Vladímir Ilich Uliánov) advirtió a sus correligionarios contra Stalin cuando éste se abría paso hacia la secretaría general de su partido e incluso en sus últimos escritos, cuando ya viejo, enfermo y a punto de morir, había perdido el control real de la formación y sólo podía asistir al comienzo de las puñaladas traperas en la lucha por su sucesión. En 1922, escribió acerca del "camarada Stalin" señalando que había "concentrado en sus manos gran poder que no estoy muy seguro sepa utilizar con la cautela suficiente". Y justo un año antes de su fallecimiento, en enero de 1924, le calificaba piadosamente de "demasiado tosco" mientras encarecía a los suyos para que encontraran cuanto antes "la forma de retirar a Stalin del cargo de secretario general". Demasiado tarde. Nuestro hombre consolidó su posición y terminó convirtiéndose en la cuarta e indiscutible pata (tras Marx, Engels y el propio Lenin) de la ortodoxia comunista pura y dura, y en el más brutal de sus ejecutores. Hablamos de un individuo que resumió su falta de escrúpulos con una frase muy conocida: "La muerte de una persona es una tragedia, pero la muerte de millones no es más que una estadística".

Durante los años que llevó las riendas del poder en ese monstruo político que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, este "padrecito del Pueblo" (como aún le consideran y le llaman muchos eslavos con alma de esclavos) ordenó el asesinato de en torno a unos treinta millones de personas según los cálculos conservadores de investigadores como Robert Conquest (otras fuentes elevan la cifra a 40 millones y hasta a 60 millones): más de un millón ciento cincuenta mil personas al año, unas 3150 personas al mes, más de 130 personas cada hora. Hay algunos textos escalofriantes en relación con la eficacia asesina de su régimen, y del de los regímenes comunistas en general. En ese sentido es absolutamente imprescindible leer con atención El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión, publicado en 1997 a partir del trabajo de investigadores y profesores universitarios europeos (muchos de ellos declarados simpatizantes de partidos de izquierda) coordinados por el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS o Centro Nacional de la Investigación Científica, tal vez el más prestigioso de los organismos públicos de investigación franceses). Este texto cifra en unos cien millones de muertos (de ellos, un mínimo de veinte millones en la URSS) el número de víctimas de esta ideología destinada a crear "el paraíso en la Tierra"


Stalin utilizó diversas técnicas para completar su cosecha de asesinatos. Además de las "purgas" políticas (cuando uno estaba incluido en una lista de purgados se podía dar por muerto con un tiro en la nuca) y las "limpiezas étnicas" (si uno era checheno, ucraniano o de cualquier otra nacionalidad que en algún momento molestara a sus planes, también se podía dar por muerto o desaparecido), el método favorito de exterminio de este criminal contra su propio pueblo fue el hambre, a través de la producción intencionada de hambrunas. No es, desde luego, el primer gran líder histórico que utilizó semejante método pero sí uno de los más eficientes en ese sentido. Incluso, uno de los más sarcásticos porque sólo con grandes dosis de cruel sarcasmo se puede explicar la impresión de carteles comunistas que decían textualmente: "Comer a tus propios hijos es un acto de barbarie". Estos carteles proliferaron en Ucrania durante la hambruna impuesta como castigo por Stalin, que condujo a las gentes desesperadas a la práctica del canibalismo... Eso, por no hablar del número indeterminado (quizá ni siquiera los propios verdugos soviéticos llegaran jamás a documentarlo) de personas muertas en condiciones infrahumanas en los brutales campos de concentración y exterminio soviéticos. Parece mentira que a día de hoy existan cientos de películas de ficción o documentales sobre los lager alemanes mientras se cuentan con los dedos de la mano los que se han rodado sobre los gulags (a lo que hay que añadir la dificultad para acceder a éstas últimas, parcialmente resuelta de momento por Internet). Y los pocos ejemplos que existen sobre éstas como la muy reciente Camino a la libertad (rodada por Peter Weir en 2010) se centran en la epopeya de la evasión, en lugar de relatar la infernal existencia o, mejor dicho, supervivencia, en el gulag. Nadie ha rodado el equivalente a la Lista de Schindler pero resumiendo la historia soviética (por cierto, Stalin también ordenó sus propias persecuciones de judíos) y tengo para mí que habrá que esperar que pasen muchos, muchos años para que alguien llegue a hacerlo.

Y es que a pesar de todo esto, y de muchas cosas más que necesitarían un libro (o una enciclopedia) para poder ser contadas someramente, no olvidamos que a estas alturas del siglo XXI, muchos historiadores y críticos occidentales, por no mencionar a los propios rusos, siguen anclados en el análisis propagandista del conflicto que se resolvió militarmente hace casi setenta y cinco años (el mismo tipo de análisis que condujo a proponer a Stalin como ¡¡¡Premio Nobel de la Paz!!! en dos ocasiones: 1945 y 1948), y que permite "lavar más blanco" todo tipo de crímenes pasados. Por eso, los herederos del PCUS, hoy PCR (Partido Comunista de Rusia), se podían permitir el lujo el miércoles pasado de reunirse, una vez más, en la Plaza Roja de Moscú para presentar su ofrenda floral y memorística anual en la tumba del gran dictador... Y, entre otras lindezas, ofrecían declaraciones tan clarificadoras como la de Serguei Obujov, actual diputado ruso además de dirigente del PCR, que justificaba a Stalin ante las preguntas de los periodistas con las siguientes palabras, que copio textualmente: "Dígame un solo dirigente que no haya sido un asesino, que no firmara penas de muerte". O con éstas otras: "es verdad que los soviéticos han tenido que pagar un alto precio en vidas humanas por sus grandes victorias pero el pueblo estaba dispuesto a sacrificarse". Aparte de la costumbre tan habitual de los partidarios del totalitarismo de mentar al pueblo sin tenerle en cuenta para nada, ¿alguien se imagina lo que ocurriría si a un diputado alemán se le ocurriera decir lo mismo de Hitler? 












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