Siendo como soy un hijo de las estrellas, un vagabundo cósmico y un espíritu libre jamás nacido (además de alumno en la Universidad de Dios), pocas cosas me espantan tanto a la vez que me parecen ridículas como el afán enloquecido de todos esos científicos (y, sobre todo, de los que les pagan cantidades astronómicas para mantener sus investigaciones) obsesionados con su persecución de la inmortalidad física. Gentes ciegas a otros planos, borrachas de materialismo, y por tanto empeñadas en aferrarse sólo a lo que pueden ver, tocar y oler físicamente. O, mejor dicho, a lo que creen que pueden ver, tocar y oler, según la dictadura de sus sentidos (aquí se escucha una risita sorda de la diosa Maya, bailando tras el escenario).
En este momento existen diversas líneas de trabajo abiertas en busca de esa tan anhelada como, en caso de que fuera posible, condena de la inmortalidad física: ansiosos herederos de Ponce de León que experimentan con sustancias exóticas y preparados extraídos de plantas saqueadas en lugares recónditos del planeta, tortuosos aprendices de la moderna alquimia genética estirando genes como si fueran chicles o, los más comunes en los últimos tiempos, discípulos visionarios del desquiciado Herr Doktor Víktor Von Frankenstein dispuestos a hacer realidad la pesadilla del hombre-máquina... Se ve que éstos últimos no aprendieron la lección dictada por Mary Shelley: el androide, el ser construido con fragmentos de vida y de muerte, mezclando fragmentos de luz palpitante con retales en descomposición, está condenado al fracaso de la misma manera que si en un vaso agua pura y cristalina echamos una cucharada de lodo. Por mucho que queramos, el resultante nunca será agua potable, sino barro degradante.
A pesar de ello, dos noticias de las últimas semanas alimentan la pesadilla. La primera nos conduce a la empresa Evernote, creadora de una aplicación con la que se pueden tomar notas (informáticas). Pues bien, uno de los objetivos declarados de Phil Libin, uno de los mandamases de la compañía aquí a la izquierda presentando sus ideas, es transformar ese programa en otro que permita la captura de memoria para injertarla gracias a un chip en un ser humano, directamente en su cerebro, a fin de convertirse en una especie de "cerebro de repuesto". La idea es que el cliente emplee este chip para guardar y organizar todo tipo de recuerdos; por ejemplo, las fotos y direcciones de los restaurantes que conoce, y así poder olvidarse de ellos hasta que necesite ir a comer y pueda repasar su memoria artificial. De esta manera “nunca perderá esos recuerdos”. Fantástico… ¿Y el día de la muerte? ¿Qué haremos con esos recuerdos que no hemos llevado a planos inmateriales? Morirán definitivamente junto con el chip, supongo..., pero como no existe nada después de la vida material (opinión subyacente en la visión de Libin –es cuando menos paradójico que fonéticamente su apellido sea tan similar a la forma verbal inglesa “living”,que textualmente significa "viviendo"-), pues no hay nada de que preocuparse, ¿no? Puffff….
Libin habla de un plazo de un par de decenios para empezar a injertar (lo que me hace pensar que, si no existen ya chips preparados o al menos en fase experimental, les debe quedar poco para materializarlos) ya que, aunque hoy todavía resisten (resistimos) bastantes personas a ese concepto enloquecido que consiste en dejarse violar físicamente y a continuación quedar esclavizado por la tecnología, “la idea es que en un plazo largo (…) dentro de 20 años, no le importará a nadie. La gente tendrá simplemente un chip en la cabeza o algo así”. Tiene razón en algo: por desgracia, no se puede ser muy optimista viendo el futuro y resulta muy creíble que de aquí a dos decenios haya sobre la Tierra el suficiente número de tarados mentales (expresado técnicamente, sin ánimo de insultar a nadie: tarados por presentar taras en su psique) que estén dispuestos a insertarse semejante invento en aras al "avance de la ciencia" o a "disfrutar de una vida mejor".
La segunda noticia es un paso más en la cohabitación del cuerpo físico con las maravillas tecnológicas. La información llega esta vez desde la Universidad de Hong Kong donde un grupo de investigadores ha creado un sistema muy peculiar para almacenar, encriptar y descifrar datos: a través de secuencias de ADN inoculadas a un grupo de bacterias. De momento, la cantidad de información que han conseguido almacenar es de 220 Gigas en un gramo de bacterias, lo que no está nada mal teniendo en cuenta que los discos duros de los ordenadores no superan de momento los 4 Gigas por gramo. Y lo curioso es que de momento no se ha logrado una mayor capacidad no porque las bacterias no pueda acumular más información (puesto que su genoma natural posee millones de bases) sino por las propias limitaciones técnicas actuales para sintetizar estas cadenas de ADN, que no superan las 300 bases.
Según el equipo científico que trabaja en este proyecto, "creemos que estos hallazgos pueden convertirse en un estándar industrial para almacenar grandes volúmenes de información en células vivas". Información que, además puede ser encriptada gracias a un tipo de enzima que se emplea en virus y otros elementos... ¡Qué interesante! ¿Tal vez podríamos entonces insertar en estas bacterias una serie de instrucciones concretas para el comportamiento humano y luego inyectárselas a la población en general o a algún líder en particular con la excusa, digamos, de la vacuna contra la gripe, a fin de obtener un esclavo que no sepa que lo es?
Definitivamente, la mejor prueba de la idiotez de mezclar al hombre con la máquina la tenemos en nuestros dispositivos tecnológicos actuales que, por avanzados que nos parezcan, siguen estropeándose en el peor momento con ordenadores que se "cuelgan" o pierden datos de manera sistemática en el momento más inoportuno. Sí, se supone que a medida que la técnica vaya mejorando, los errores serán menos pero ¿qué sistema material está libre de fallar? Ejemplo: el jueves y el viernes de la semana pasada este blog no pudo acudir a su cita puntual de lunes a viernes con los lectores porque la técnica falló: un gremlin en la línea telefónica incomunicó mi ordenador (aunque no mi teléfono: mmmh… Mac Namara dice que fueron "Ellos" quienes nos cortaron la línea pero como nunca me aclara a quién se refiere cuando utiliza el pronombre, tampoco sé a quién echarle la culpa exactamente) ¿Qué pasaría si se “colgara” el chip injertado en nuestro cerebro? ¿Tendríamos que “resetearnos”? ¿Cómo afectaría eso al resto de nuestra parte biológica cerebral? Aún peor: ¿qué pasaría cuándo quedara obsoleta nuestra tecnología? ¿Nos “actualizaríamos”? ¿O tendrían que desguazarnos en un vertedero tecnológico?
DEMASIIADO BUENA ESTA NOVELA SOII IISELA DE COSTA RIICA
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