Pocas cosas han hecho más daño al hombre contemporáneo que la palabra "gratis". Este término comercial, asociado a otros de la misma familia como "rebaja", "oferta" o "saldo", fue introducido en nuestro lenguaje a través de los negocios diarios, de la compra/venta de objetos en el mercado donde se utilizaba como mera estrategia para colocar productos, y desde allí se ha ido extendiendo su uso hasta aplicarlo hoy día a todo tipo de relaciones interpersonales, convertido en un concepto no sólo aceptado sino en determinadas ocasiones incluso exigido..., y casi siempre mal comprendido.
Precisamente, una de las ideas básicas que manejan, por intuición primero y por experiencia después, todas las personas que nunca han tenido problemas para ganar dinero es que no existe absolutamente nada gratis en el Universo. Todo tiene un costo y todo costo tiene que ser abonado por alguien. En la literatura esotérica se escenifica esto con los cuentos kármicos, en los que Fulanito tiene una existencia tranquila, incluso boyante, pero en un momento dado ayuda a Menganito a salir de una circunstancia difícil, tal vez incluso le salva la vida, y a consecuencia de este acto todo empieza a salirle mal a Fulanito. ¿Por qué? Porque se ha convertido en, digamos, "avalista cósmico" de Menganito, ha asumido la deuda que Menganito debía pagar a la vida por cualesquiera que fuese las acciones cometidas anteriormente.
La Naturaleza es un prodigio de equilibrio: no se puede quitar un ladrillo de una esquina sin colocar el equivalente en la otra. Por ello el concepto de "robo" tal y como hoy lo entendemos es también un error, pues nadie puede robar nada propiamente dicho... Tanto como sustraiga que no sea suyo, tanto (más los intereses) le será cobrado de alguna manera cuando menos se lo espere, a fin de restituir el equilibrio. El hombre común no termina de entender esto porque, cuando piensa en moneda, sólo entiende como tal el dinero. No obstante, la agencia de los "cobradores cósmicos del frac" emplea muchos tipos de moneda para resolver y ajustar sus cuentas con nosotros. Yo he conocido gente con posición social, bienes materiales y mucho dinero (tal vez no todo ganado en buena lid) que sin embargo estaba absolutamente amargada en lo personal, destruida en lo emocional y/o deteriorada en lo relativo a su salud. Y que, de haber podido, sin duda hubieran cambiado lo primero por darle la vuelta a lo segundo. Aquéllos que siempre han padecido estrecheces económicas y que cifran su felicidad en el sueño materialista de ganar grandes cantidades de dinero no suelen entender esto, pero es su problema: en la vida sólo se aprende o por las buenas o por las malas y todos somos libres de darnos cabezazos hasta reventarnos el cráneo en lugar de pararnos a pensar un poquito en lo que queremos hacer y cómo hacerlo.
¿Significa esto que no debemos ayudar a nadie, so pena de convertirnos en pagadores de sus deudas? ¿Caeremos así en la insolidaridad y miraremos para otra parte mientras nos piden ayuda? Ésa es una decisión personal que debe resolver cada cual de acuerdo con su criterio (primero debe formarse ese criterio, por supuesto). En la Universidad de Dios solemos seguir un antiguo consejo que llegó deformado al vulgo: Haz bien, pero mira muy bien a quién.
En todo caso, lo cierto es que, si queremos lograr algo, debemos estar dispuestos a pagar por ello y hacerlo además sin racanear. Y cuanto más importante sea lo que deseamos adquirir, da igual que sea un objeto, un servicio, una virtud o cualquier otra cosa, más debemos estar dispuestos a abonar comprendiendo que lo mejor siempre es más caro que lo de calidad media y ya no digamos que lo de calidades inferiores. Éste es el sentido antiguo y real de los sacrificios, tan mal comprendidos por nuestros contemporáneos. Un sacrificio no es una ofrenda a los dioses para "calmarlos" o "buscar su clemencia", sino un pago a cambio de algo. La ofrenda se convierte en algo sagrado (sacrum facere) que a partir de ese momento deja de pertenecer al mundo de los hombres porque se ha transformado en moneda de cambio para los dioses. El problema del sacrificio radica en saber cuál es el precio total que esos dioses exigen a cambio de conceder lo que se anhela. Cuántos y cuáles sacrificios son suficientes.
Tomemos esto desde un punto de vista deportivo para entenderlo. Si pretendo mejorar mi marca personal para poder estar presente en la final de la prueba de lanzamiento de jabalina durante los próximos Juegos Olímpicos, no basta con que me pase el día rezando y poniendo velitas sino que tendré que realizar sacrificios que me permitan lograr ese objetivo. Por ejemplo, tendré que sacrificar mi dieta (alimentándome con cosas que a lo mejor no me gustan pero que me vienen bien para tallar un cuerpo de atleta) y mis relaciones personales y/o sentimentales (mi tiempo debe ser para el entrenamiento antes que para mis amigos o mi pareja) y hasta mis defectos (debo sacrificar mi inseguridad, mis temores, mi comodidad..., para sustituirlos por un espíritu competitivo, proactivo y ganador). Si no soy capaz de ofrecer los sacrificios necesarios para lograr mi objetivo, no estaré lanzando la jabalina en la final. Y eso no será culpa de nadie, ni en realidad supondrá tragedia alguna: será simplemente la constatación de que no puedo acceder a eso que quiero porque está fuera de mi alcance, de mi capacidad de pago.
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