Cierta leyenda tan extraordinariamente popular como absolutamente falsa pretende que el ser humano es lo más maravilloso de la creación, que se encuentra en lo alto de la pirámide evolutiva y que su destino, ahora que ha conquistado este planeta, es avanzar más y más hasta inimaginables cotas de progreso y desarrollo en un igualitario mundo futuro donde todas las personas vivirán felices y contentas en una sociedad sin hambre, guerra ni enfermedad y donde sólo se ocuparán de rascarse la barriga porque las máquinas se encargarán de todo lo demás (bueno, a lo mejor también les rascarán la barriga). Resulta bastante evidente que este cuento para niños tiene legiones de seguidores porque, así descrito en unas pocas líneas, parece muy bonito y atractivo.
La experiencia sugiere que, en realidad, el ser humano no es más que un robot desechable cuyo único valor reside en ser depositario de un espíritu que jamás fue creado y que lo utiliza para expresarse (cuando despierta, porque generalmente emplea el cuerpo como dormitorio para roncar a pierna suelta, hipnotizado por el mundo de Maya); se encuentra a medio camino de la pirámide con escalones por debajo pero también por encima; ni ha conquistado este planeta ni está siquiera en disposición de poder disputárselo a sus verdaderos dueños y, respecto a su destino en la Tierra, no pasa por la felicidad de una sociedad sin problemas basada en el progreso tecnológico, ni mucho menos.
A todos aquellos ingenuos que aún se crean la leyenda resumida en el primer párrafo les convendría revisar sus libros de fábulas y relatos "infantiles" y ponerse a descifrar las claves que nuestros antepasados, bastante más avispados que nosotros, nos dejaron entretejidas entre sus personajes explicando cómo hay que conducirse en la vida. Algunos libros de ficción contemporáneos guardan también algunos de esos secretos y los transmiten, tal vez sin ser muy conscientes de lo que están haciendo. Pienso por ejemplo en El Señor de los Anillos, la monumental impostura de J.R.R. Tolkien, que fue capaz de vender su gran obra como un prodigio propio de imaginación, fantasía y sabiduría literaria cuando se trata en realidad de un auténtico "corta y pega" de historias tradicionales de los antiguos hombres de conocimiento europeos, a las que él aportó poco (ni siquiera el nombre de los protagonistas: Gandalf es un elfo que aparece en los Eddas, Frodo es uno de los nombres del dios Freyr, etc.).
Lo que sí tuvo mérito fue su atractiva manera de volver a contar todos los grandes temas que las culturas paganas europeas se sabían al dedillo (desde el viaje iniciático hasta la voluntad recompuesta en la espada rota, pasando por el sacrificio como forma de sublimación a un grado superior y tantos otros que se pueden encontrar en sus páginas y que nada tienen que ver con el supuesto carácter judeocristiano que algunos críticos desnortados han querido achacar a este novelón en tres partes y varios apéndices) que a las alturas del siglo XX en las que vivió (por no citar el día de hoy) ya habían sido olvidados por una sociedad decadente y materialista. Sin embargo, el éxito de sus textos fue inmediato tanto en Europa como en EE.UU. porque esos grandes temas se encuentran, todavía, vibrando en la sangre y aún a día de hoy pueden ser despertados y recuperados si alguien sabe cómo hacerlo.
Tolkien no es el único, como es obvio. Si a alguien le asusta ponerse a analizar unos cuantos cientos de páginas puede comenzar con algo más sencillo como la Storia di un burattino (La historia de un títere) de Carlo Collodi. Esta narración es más conocida como Pinocho y contiene igualmente las claves más importantes del sentido de la vida (desde la promesa del Hada Azul hasta su experiencia con el titiritero, pasando por la conciencia activa del Grillo o la transformación física en burro), que sólo se pueden aprehender de manera individual y atravesando además una serie de etapas que exigirán sendas pruebas a superar. Es lo que los clásicos llamaban el Camino del Héroe, el único que merece la pena recorrer en esta vida.
Y para los más sesudos, aquéllos a los que las novelas o los cuentos no les gustan por parecerles una "pérdida de tiempo" también hay pistas interesantes en textos científicos. Aunque generalmente suelen radicar en aquéllos que las actuales autoridades educativas han arrinconado en la buhardilla con el peregrino argumento de que han sido "claramente superados" por la ciencia moderna. En ese sentido me quedé anonadado cuando me enteré de que la actual carrera oficial de Psicología en España no sólo no contempla el estudio de algunos de los grandes nombres del oficio junto con sus técnicas de trabajo sino que los obvia voluntariamente por considerarlos poco menos que
primos hermanos de las hechiceras de tres al cuarto de las ferias o de las echadoras de cartas de la tele. Nombres como el de Sigmund Freud o el de su discípulo, el aún más grande Carl Gustav Jung, han sido expulsados de la carrera universitaria contemporánea por los mediocres que defienden la preeminencia absoluta de la Psicología Social según la cual el hombre es absolutamente inocente de lo que le ocurre en la vida, pues tanto lo que hace bien como lo que hace mal se debe a la sociedad (o como mucho a la genética) que le rodea... Pero, pedazo de ignaros, ¡es el hombre el que crea a la sociedad y no al revés!
Razones tenía don José Ortega y Gasset (uno de los españoles más ilustres -y en consecuencia desconocidos- de nuestra época) cuando nos avisaba contra estos advenedizos, defensores de las masas en lugar del individuo, por ser ellos
mismos parte de esa informe, enloquecida y repugnante entidad que se crea a partir del cerebro de las muchedumbres y actúa sin tener en cuenta los intereses de los poseídos. "La vida es lo individual", recordaba, como el Héroe, y la masa no es hombre en el sentido superior de la palabra pues "masa es todo aquél que no se valora a sí mismo (...) sino que se siente 'como todo el mundo' y sin embargo no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás". Todos los alumnos que he conocido en la Universidad de Dios son distintos entre sí y pocas cosas conozco que les produzcan más rechazo que la falsa idea del igualitarismo, un concepto empleado para engañar a la gente y mantenerla sistemáticamente "a salvo" dentro del rebaño.
Será por eso que uno de los libros básicos de texto en Primero de Carrera de Dios es Psicología de las Masas de Gustavo Le Bon, hoy otro proscrito de las universidades corrientes. Decía Le Bon: "en las novelas, los individuos se manifiestan con un carácter constante, pero no sucede así en la vida real. Tan sólo la uniformidad del medio ambiente en el que se mueven crea la igualdad aparente de los caracteres (...) Así, entre los más feroces miembros de la Convención (durante la Revolución Francesa) se encontraban inofensivos burgueses que en circunstancias corrientes habrían sido pacíficos notarios o virtuosos magistrados".
Y advertía contra el ente que se crea con la constitución de la masa puesto que no es sino "un ser provisional compuesto por elementos heterogéneos soldados de forma momentánea (...) Sean cuales fueren los individuos que la componen, por similares o distintos que puedan ser su género de vida, ocupaciones, carácter o inteligencia, el simple hecho de haberse transformado en masa les dota de una especie de alma colectiva. Este alma les hace sentir, pensar y actuar de un modo distinto de como lo haría cada uno de ellos por separado (...) El individuo ya no es él mismo sino un autómata cuya voluntad no puede ejercer dominio sobre nada. Por el mero hecho de formar parte de una masa, el hombre desciende varios peldaños en la escala de la civilización." Para ésos que están meneando la cabeza con sarcasmo, podemos
recordar, como un simple ejemplo de todo esto, lo ocurrido durante la tragedia de Heysel en 1985 en la que murieron casi 40 personas y otras 600 resultaron heridas: ¿Cuántos de entre aquellos hooligans que, poseídos por la masa, desataron el horror lo hubieran hecho de haber estado solos, en lugar de abducidos junto con otros muchos hinchas violentos por una mente común pero al mismo tiempo ajena a todos ellos?
He aquí una de las razones, no la única, por las que el Héroe debe caminar solo. Y por las que no debe aceptar como válidas las opiniones, críticas o alabanzas de las masas, cuyo criterio siempre será inferior por grande que sea el número de sus integrantes.
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