El bueno de Sócrates solía decir que la locura es uno de los "mayores bienes" del hombre, siempre y cuando fuera recibida "por divina donación". Diferenciaba, igual que sus contemporáneos más instruidos, entre la locura como estado particular del alma inducido desde niveles superiores, que permitía al ser humano acceder a niveles de conciencia diferentes, y la demencia como enfermedad que le imposibilitaba y le reducía a la ruina física y mental. El loco, como el ciego, perdía capacidad de acción en el mundo de la "normalidad" pero a cambio y precisamente por ello podía ver otros mundos fuera del alcance de las personas corrientes, de la misma forma que el viajero que se ve obligado a transitar por parajes inexplorados y salvajes porque no puede desplazarse por la carretera general por la que va todo el mundo.
De esta manera, el loco es un elegido de los dioses para experimentar y vivir cosas fuera del alcance de la mayoría de los mortales (o tal vez se transforma en loco, justo porque ha tenido la oportunidad de vivirlas) y por tanto es un ser extraordinario. Pero no cualquiera puede convertirse en loco y sobrevivir: aquél que no supera la prueba tremenda que supone contemplar la carpintería de la aparente realidad y descubrir el rostro verdadero de los dioses caerá en la demencia y quedará completamente destruido. Los egipcios, como los griegos, advertían contra la temeridad de querer contemplar a Isis desprovista de sus siete velos sin haber superado las correspondientes cimas iniciáticas (de iniciación al estado de locura interna): aquel insensato que lograra de alguna forma burlar a los guardianes y contemplar, sin merecerlo, a Isis desnuda se había condenado a sí mismo a un feroz aniquilamiento. Del mismo modo, los germanos y todos sus primos del norte de Europa respetaban y mucho a los Berserkrs, poseídos por la locura guerrera, como escogidos de Wotan y en consecuencia manifestación directa de su voluntad en este Midgard, nuestro Mundo de en medio.
A la fuerza hay que buscar la locura y convertirse en alguien excéntrico, extravagante, anómalo, extraño al orden aparente de las cosas..., si uno desea descubrir el porqué del Gran Juego: quiénes somos en realidad y qué estamos haciendo aquí, a dónde debemos dirigirnos y cómo, quién nos puede prestar ayuda y quién nos traicionará en cuanto le sea posible (ni siquiera por maldad, sino porque está en su naturaleza) o directamente nos ignorará, qué reglas son útiles y cuáles son simples obstáculos para mentes poco preparadas que no deben entorpecer a aquél que aspira a estar por encima del Bien y del Mal... Todo eso se puede aprender. Es más, se debe aprender si uno llega a cierto grado de conciencia, aunque sea durante un brevísimo momento de iluminación interna, puesto que es, en el fondo, nuestro destino final, y cuanto antes lo alcancemos, mejor. Pero para ello hay que volverse loco primero.
Sócrates diferenciaba cuatro tipos diferentes de locura divina:
a) La locura profética, que concedía Apolo personal e individualmente y convertía a su beneficiario en un valioso oráculo, con el don de romper los velos del tiempo y el espacio y, en consecuencia, anticipar los hechos del futuro o bien descubrir las causas y razones ocultas del presente. Para aquéllos que, ingenuamente, suspiren por adquirir algún día esta habilidad (quizá por motivos tan espurios como el de hacerse millonarios acertando el número de la lotería), sería interesante recordar la historia de Casandra, hija de los reyes troyanos y sacerdotisa de Apolo, que pactó con el dios entregarse sexualmente a él a cambio de recibir esta capacidad. Apolo se la dio pero luego ella rechazó acostarse con él. Irritado por la traición, él escupió en la boca de ella y la condenó a no ser jamás escuchada por los hombres. Así, Casandra se convirtió en la mayor y mejor adivina de su época (incluso advirtiendo a sus conciudadanos contra el ardid de Ulises y su Caballo de Troya) pero nunca nadie creyó en sus vaticinios.
b) La locura erótica, que facilitaban Eros y Afrodita, y que ha sido tantas veces experimentada por la Humanidad, en general con consecuencias antes catastróficas que benéficas, pues no pocas guerras y conflictos de todos los tamaños han tenido su origen en ella. Esta locura, que tiene mucho que ver con la experiencia magnética, suele esconderse bajo el nombre de enamoramiento e incluso de amor (aunque la compulsión sexual nada tiene que ver con el amor genunino) y ha degenerado hasta el punto de volver locos o, mejor dicho, dementes, a cantidades ingentes de hombres y mujeres a lo largo de la Historia, presos todos de una fuerza que jamás comprendieron (si acaso, en los días previos a su muerte, cuando los velos de la existencia empiezan a caer alrededor y la amargura se apodera de ellos al entender por fin, demasiado tarde, cómo han desperdiciado su breve tiempo) pese a que arruinó su vida.
c) La locura ritual, regida por Dionisos, y que no posee carácter individual sino colectivo, por lo cual es especialmente peligrosa. Los antiguos ritos de Dionisos incluían baile y bebidas alcohólicas (el alcohol suele usarse como llave para interpenetrar otras dimensiones sin medida ni control y por ello mismo conduce hacia la destrucción) además del descuartizamiento ceremonial de una víctima viva que no siempre fue una cabra sacrificial. La introducción del sexo, y por tanto la locura erótica, en el ritual deriva hacia la orgía, con la liberación de poderosas cantidades de energía que agotará a los participantes e irá a alimentar a entidades desconocidas por ellos. La locura dionisíaca la seguimos experimentando en nuestros días de diversas maneras, como por ejemplo en las gradas de los estadios de fútbol o los conciertos masivos de rock.
d) La locura poética, distribuida por las Musas. Mientras las locuras anteriores implican un estado de éxtasis, es decir, una emoción en la que uno de alguna manera se deja manipular o poseer por los dioses, este cuarto tipo de locura es más "racional": el que la disfruta se convierte más bien en un aplicado alumno de las divinidades pues, en contra de lo que a menudo suele creerse, las Musas no conceden tanto inspiración como información sobre hechos que su protegido no puede conocer de otra forma y que, habiendo tenido ahora oportunidad de acceder a ellos, puede a su vez transmitírselos a sus contemporáneos. Como en su día revelaron a Hesíodo, el gran olvidado de entre los poetas griegos (por culpa de su colega Homero), ellas siempre hablan "con la palabra verdadera" aunque también recomiendan no fiarse demasiado de lo que cuentan, porque todo se puede interpretar, y más que nada la palabra de un dios.
Según los antiguos, aquél que tenía acceso a alguna de estas locuras podía tener, y tenía en algún momento, acceso a las cuatro. En mi caso, sólo reconozco (aunque eso sí: desde que tengo uso de razón) la influencia del cuarto tipo. He hablado mucho, muchísimo, y he aprendido aún más, sobre todo con Calíope (encargada de la Poesía Épica), Clío (de la Historia), Euterpe (de la Música), Urania (de la Astronomía) y Talía (de la Comedia), pero las Nueve Hermanas siempre van juntas a todas partes y donde quiera que me encontrara con estas cinco, por separado o en grupos, no muy lejos se hallaban las demás: Erato (de la Poesía Lírica), Melpómene (de la Tragedia), Polimnia (de los Cantos) y Terpsícore (de la Danza).
Muchos autores las han invocado una y otra vez para que bendijeran su obra. Recuerdo por ejemplo al gran Dante cuando cantaba aquello de: ¡Oh, Musas, oh grandes genios, ayudadme! ¡Oh, memoria que anota cuanto yo vi, ahora se verá tu auténtica nobleza! Pero ellas extienden su locura sobre quienes desean, no tanto sobre quienes se la piden e incluso, insolentes, se la exigen. No recuerdo haber pedido su presencia nunca: simplemente se me han aparecido, tantas veces ya... Y siempre porque lo han deseado ellas, lo que me hace suponer que nos conocemos de algún otro nivel de existencia, temporalmente relegado al olvido por mi parte debido a las limitaciones de mi actual cuerpo físico, aunque para ellas el recuerdo se conserve fresco. Mi antiguo maestro, Platón, lo decía tan a menudo: Aprender es recordar...
En todo caso, he sido honrado (y lo sigo siendo, a día de hoy) con su presencia divina, con sus rostros amables y serenos que no pueden ser reproducidos (ni siquiera imaginados por aquéllos que, para su infortunio, jamás las contemplaron), pues desbordan una luz que no es de este universo, y con sus dulces voces que son como el eco de un mundo no creado que se canta a sí mismo a lo largo de toda la eternidad.
¿Si estoy loco? De eso trata este texto.
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