La agresividad es una característica consustancial no ya al género humano sino a la vida misma. En estos tiempos de reblandecimiento moral, físico, intelectual y por supuesto espiritual en los que hemos elegido vivir, oímos demasiado a menudo argumentos falsos y retorcidos que tratan de convencernos de que nuestra vida sería mucho mejor y más feliz si fuéramos capaces de erradicar nuestros niveles personales de agresividad o al menos asimilarlos a los de un ficus. Pues no señor. Si el homo sapiens fuera capaz de hacer eso (que no lo es: apenas sí sabe reprimir, y mal, sus tendencias y mecanismos; no hablemos ya de sublimarlos...) se convertiría en un vegetal.
La agresividad forma parte de la vitalidad misma, es consustancial del ansia de existir y de manifestarse en el mundo, del optimismo y el afán emprendedor..., y lo que hay que hacer no es destruirla sino aprender a enfocarla y a obtener de ella el máximo rendimiento con seguridad dirigiéndola hacia objetivos concretos. El problema no radica en la agresividad sino en la falta de control sobre ella, que acaba degenerando en violencia. Cuando empecé a aprender artes marciales (y me refiero tanto a esta reencarnación como a la que viví hace un montón de siglos cuando integré la primera comunidad de monjes shaolín que desarrollaron el embrión de lo que hoy conocemos como tales), una de las primeras cosas que me sorprendió es que yo esperaba encontrarme con gente muy violenta y en lugar de eso me vi entre personas muy pacíficas: generalmente más pacíficas cuanto más peligrosas son desde el punto de vista marcial. Eso es por dos razones: primero, porque canalizan su agresividad a través de la práctica marcial y por tanto no se dejan controlar por impulsos violentos y, segundo, porque al trabajar con la agresividad práctica son especialmente conscientes de sus peligros y por tanto refuerzan el control.
¿Por qué, entonces el ataque desmedido de nuestra sociedad actual contra el concepto de agresividad? Está bastante claro, cuando uno lo piensa un poco, y no hace falta llamar a Mac Namara para que nos explique nada. La "democracia" en la que vivimos (y sobre todo, ésa a las que nos están conduciendo poco a poco, a empujones, de carácter mundial) precisa de consumidores obedientes que se crean libres pero que paradójicamente se mantengan en todo momento dentro de los parámetros fijados para su control. Para mejorar y
reforzar ese control ya sabemos que se utilizan diversos medios, como los clásicos látigos de "miedo" y "culpa", la avalancha de informaciones basura que hace casi imposible distinguir la información verdaderamente importante o las técnicas de hipnosis social concentrando la atención en actividades intrascendentes como los partidos de fútbol o los cotilleos televisivos. Otro de esos medios es la destrucción (o el mayor daño posible) de las funciones superiores de la mente humana, prácticamente desde la cuna, y así lo hemos visto en el progresivo deterioro de la educación que produce generaciones cada vez más atontadas, más robotizadas, más bovinas...
Pues lo mismo sucede con la agresividad. Una persona agresiva es una persona vital e impredecible, sobre todo si tiene conocimiento (y lo pone en práctica) de cómo canalizar su agresividad. Es alguien que no siente necesidad de ser protegido (y menos aún ser protegido feudalmente, tal y como hace el Estado contemporáneo, cuando no virtualmente) pues se protege a sí mismo. Y tiene fuerza para decidir por dónde quiere ir, cómo quiere hacerlo y cuándo. Por todas esas razones y alguna más, constituye un peligro para un sistema que aspira a prever con un alto grado de fiabilidad las posibles reacciones de sus súbditos, que no ciudadanos, y que puede encontrar allí un obstáculo para el cumplimiento de sus deseos, sean éstos cuáles sean.
En más de un relato de Ciencia Ficción (ese género maravilloso que recomiendo a todos aquéllos que no hayan perdido aún la facultad de pensar por sí mismos, ya que a través de él se puede denunciar casi cualquier cosa de la vida real con la excusa de que "es sólo otra historieta fantástica") aparece un régimen ya abiertamente dictatorial que utiliza un arma específica de rayos para mantener dóciles a los miembros de su sociedad. En algunas ocasiones se trata de una gran antena ubicada en el centro de la capital, desde donde se irradian las vibraciones que tranquilizan y ponen bajo control a la gente, y en otras nos encontramos con pistolas de rayos que pueden matar o bien convertir en auténticos "corderitos" a los mayores rebeldes... Bueno, ¿y si no estuviéramos tan lejos de ese tipo de armas?
Un equipo del CalTech, el Instituto Tecnológico de California, dirigido por Dayu Lin y David Anderson, ha identificado el circuito neuronal básico que se relaciona con el comportamiento agresivo del ser humano. Según parece, está ubicado en una subregión del hipotálamo (qué nombre tan sugerente), en la base del cerebro. En realidad, el circuito que han localizado es el de los ratones de laboratorio pero, teniendo en cuenta que el susodicho hipotálamo y sus subdivisiones aparecen en todos los mamíferos (lo que nos incluye a nosotros) y que el sexo y la violencia (factores analizados en esta investigación) también son actitudes comunes a este tipo de seres vivientes, es de suponer que el homo sapiens posee una conexión similar.
Ahora bien, la técnica más utilizada en la actualidad para la manipulación de circuitos cerebrales, por su precisión, se llama optogenética. Es bastante nueva y combina genes artificiales y moléculas activadas por la luz. En resumidas cuentas, se trata de introducir en el cerebro estudiado una serie de genes diseñados para que se activen en una zona concreta del cerebro o bien ante la presencia de un tipo de neurona determinado.
Gero Miesenböck, un neurocientífico austríaco, está considerado como el gran pionero de esta técnica, que puso en marcha utilizando moscas como animales de laboratorio, hace unos diez años. Uno de sus experimentos más conocidos fue el que permitió introducir en los circuitos neuronales de reacción de huida de la mosca una molécula modificada sensible a la luz. De esta manera, cuando la mosca era iluminada por un pequeño e inofensivo haz de luz láser, salía zumbando despavorida sin tener razón objetiva para ello (la mosca era obligada a huir por la molécula modificada introducida en su sistema).
La técnica de Miesenböck con las moscas ha sido reproducida ahora en el CalTech con los hipotálamos de los ratones, en los que se ha introducido unos genes capaces de fabricar canales neuronales especiales que se activan también con la luz. Combinando distintos tipos de genes con distintas formas de iluminación de los mismos, se puede manipular a placer el cerebro de los animales. Y así, el equipo de Lin, Anderson y compañía ha logrado "pacificar" un sorprendente porcentaje de los ratones implicados por el mero procedimiento de enfocarles con la luz adecuada. Aunque también han comprobado la otra cara de la moneda: es posible disparar la agresividad de los ratones si se les proyecta otro tipo de luz determinada.
Extrapolemos esto al homo sapiens, puesto que es evidente que estos científicos no trabajan para solucionar los problemas de la especie ratonil sino los de la humana. Sí, sería interesante que nuestras fuerzas de seguridad dispusiesen de la posibilidad de "iluminar" (¡ay, las metáforas!) a ejércitos enemigos, terroristas, criminales..., y por tanto desarbolar su agresividad contra los intereses de la sociedad. Pero, ¿y si esa "iluminación" se aplicara a los ciudadanos que protestan contra la corrupción y los abusos de poder de sus jerifaltes políticos, por ejemplo? ¿O si se proyectara, a la inversa (y en silencio, como suelen desarrollarse este tipo de tecnologías), para excitar la agresividad de un grupo determinado y justificar así una reacción posterior dentro del clásico esquema de: 1.quiero-aplicar-una-ley/2.provoco-un-problema-a-propósito/3.la-propia-sociedad-exige-que-resuelva-el-problema/4.resuelvo-el-problema-aplicando-la-ley-que-quería-aplicar-desde-el-principio ?
Los del CalTech dicen además que el sexo y la agresividad van muy unidos (han descubierto América) también en el nivel de los circuitos cerebrales y que la práctica del primero ayuda a suprimir el segundo ya que se emplean en parte las mismas redes neuronales. Esto me hace recordar que en numerosas tradiciones místicas se asocia la abstinencia sexual con la disponibilidad de mayor energía para el despertar interno y el actuar en consecuencia. Es éste el origen, por cierto, de la absurda abstinencia de por vida impuesta a sus practicantes por algunas religiones. En épocas antiguas se imponía por la vía de la castración física y la conversión en eunucos, como en el caso del culto de Attis y Cibeles y hoy día la castración es mental, como en el catolicismo.
Aunque, ahora que lo pienso..., ¿tendrá esto que ver con la formidable promoción de la sexualidad "libre" que vivimos en estos tiempos en los que se puede encontrar abundante pornografía gratuita en Internet y en televisión, en los que se presiona descaradamente a la población más joven (los medios de comunicación publican regularmente sus encuestas diciendo que España está ya "muy adelantada" y "equiparada con su entorno europeo" porque los adolescentes se inician cada vez antes en el sexo) y se hace constante campaña para admitir como normal cualquier tipo de comportamiento sexual (ya existen incluso "plataformas ciudadanas" en la red defendiendo la idea de que la pederastia es buena porque "la practicaban los antiguos griegos")?
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