En cierta ocasión el misionero jesuita Mateo Ricci (cuya interesante peripecia vital, más o menos la mitad de la cual transcurrió en China, es digna de una película de aventuras) dejó con la boca abierta a sus contemporáneos al ser capaz de enumerar, después de una sola lectura, varios cientos de caracteres chinos (según los cronicones, hasta quinientos). No deja de resultar una asombrosa demostración sobre todo para unos mutilados mentales como nosotros, a quienes nos cuesta retener en la cabeza un simple número de teléfono cuando alguien nos lo dicta. O una frase publicitaria: ya sabemos que los últimos estudios del sector recomiendan redactar eslóganes de menos de siete palabras para que los consumidores puedan retenerlos y comprenderlos dentro de la pasa arrugada en la que se ha convertido su cerebro ante el tsunami de información al que está diariamente sometido...
Indudablemente el jesuita viajero estaba dotado de una buena memoria, pero su prodigiosa demostración era más bien fruto de una técnica concreta que se puede entrenar y que se conoce desde entonces como "el palacio de la memoria" de Ricci, aunque a buen seguro no la diseñó él mismo sino que la aprendió durante sus viajes por Oriente. La susodicha técnica consiste en pensar en la memoria propia como si fuera un palacio mental (como un teatro, en otras versiones) en el que cada cosa que sea preciso recordar posee una imagen asignada: cuanto más característica sea cada una, mejor. Luego estas imágenes se agrupan en habitaciones del palacio siguiendo un orden concreto. De esta manera, para recordarlas absolutamente todas y hacerlo además por riguroso orden, uno sólo debe pasearse por el palacio entrando en cada una de las habitaciones y recogiendo allí el recuerdo correspondiente.
Indudablemente el jesuita viajero estaba dotado de una buena memoria, pero su prodigiosa demostración era más bien fruto de una técnica concreta que se puede entrenar y que se conoce desde entonces como "el palacio de la memoria" de Ricci, aunque a buen seguro no la diseñó él mismo sino que la aprendió durante sus viajes por Oriente. La susodicha técnica consiste en pensar en la memoria propia como si fuera un palacio mental (como un teatro, en otras versiones) en el que cada cosa que sea preciso recordar posee una imagen asignada: cuanto más característica sea cada una, mejor. Luego estas imágenes se agrupan en habitaciones del palacio siguiendo un orden concreto. De esta manera, para recordarlas absolutamente todas y hacerlo además por riguroso orden, uno sólo debe pasearse por el palacio entrando en cada una de las habitaciones y recogiendo allí el recuerdo correspondiente.
Por ejemplo, imaginemos que deseamos guardar en nuestro palacio una lista de la compra que tenemos que hacer esta semana, un directorio de nuestros amigos y familiares, los libros que tenemos que comprar a nuestras amistades para regalarles en Navidad y los 32 temas musicales de siete álbumes distintos que nos quedan por digitalizar y pasar al iPod. En principio parece complicado incluso acordarse siquiera de los productos básicos de la compra. Pero si seguimos el método del palacio, podemos distribuir todos estos datos de la siguiente manera:
* Los productos de la compra estarán en la finca que rodea el palacio. Cada uno de los de origen vegetal será una planta distinta (una flor, un árbol o incluso la misma planta de la que proceden) y estarán en un jardín; cada uno de origen animal, lo mismo (si tenemos que comprar filetes imaginamos que tenemos una vaca, si son costillas de cerdo imaginamos el gorrinillo, etc.) aunque los tendremos en un corral; y el resto de productos podemos colocarlos en un almacén, por estantes.
* Entramos en el palacio y nos dirigimos al gran salón. Allí hemos guardado los datos de nuestros conocidos asignándole a cada cual una estatua de mármol que le representa físicamente y que está ordenada alfabéticamente. Al pie de cada estatua están grabados sus datos personales.
* Pasamos a la biblioteca. Sobre una gran mesa de caballete o bien en determinada sección de la librería que cubre todas las paredes hemos depositado todos los libros que tenemos que comprar con la nota de la persona correspondiente a la que le vamos a regalar un ejemplar.
* Salimos al pasillo y nos dirigimos al otro ala de la casa, donde en una sala pequeña encontramos a varios músicos que tocan para nosotros en directo. Interpretan pieza por pieza cada una de las canciones que queremos digitalizar.
Teniendo en cuenta el tamaño que puede adquirir el palacio en nuesta mente (es decir, indefinido), se ve cómo es posible guardar toneladas y toneladas de datos dentro de nuestro cerebro y recuperarlos con cierta facilidad con un poco de concentración previa..., si bien adquirir ese estado de concentración es otro complicado cantar, teniendo en cuenta las dificultades que experimentamos en nuestro agitado mundo moderno para poder adquirir cierto grado de silencio interno. En todo caso, Ricci no fue el único que habló de este "palacio de la memoria" ya que, en diversas versiones, encontramos referencias a este tipo de entrenamiento en varios autores a lo largo del tiempo. Recuerdo por
ejemplo El tercer ojo de Lobsang Rampa (el único de los libros que merece la pena de los que escribió el poseído mister Hoskin) donde se explica cómo los monjes tibetanos utilizaban una técnica similar para aprender de memoria los largos y monótonos libros de rezos, genealogías y hechos referentes a sus monasterios. En este caso, creaban en su mente una especie de archivadores internos en cada uno de cuyos cajones introducían los libros. Después, para recuperarlos, sólo debían cerrar los ojos y buscar mentalmente el archivador correspondiente, abrirlo y extraer de allí los textos para poder leerlos. Supongo que si el libro hubiera sido escrito en nuestra época, el ejercicio mental no se desarrollaría con unos archivadores sino imaginando que uno tiene un ordenador y tecleando el título del documento para que aparezca de inmediato en pantalla...
Este empleo de la memoria no es característico sólo de Oriente. Otras civilizaciones antiguas, a este lado del Mississippi, también utilizaban a fondo los recursos memorísticos del cerebro. Por ejemplo, los druidas. Se tardaba unos veinte años aproximadamente en alcanzar la dignidad de druida, previo paso por los grados anteriores y consecutivos de bardo y ovate.
Durante ese tiempo, el aspirante debía aprender todo tipo de leyes, costumbres, canciones, relatos históricos, hechizos, genealogías, poesías, rituales, mitos y otras materias de diversa índole, y debía hacerlo sin la ayuda de libros puesto que la enseñanza era oral: de maestro a discípulo directamente. Y no porque desconocieran los alfabetos sino porque estaba estrictamente prohibido dejar registro escrito de sus conocimientos para que no cayeran en manos impropias. Ésta es la razón principal por la que a pesar de su importancia hoy se sabe tan poco acerca de esta institución, el druidismo, sobre la que descansaba toda la cultura celta, ya que sus integrantes actuaban como profesores, jueces, filósofos, médicos, sacerdotes y consejeros reales, entre otras funciones.
También los antiguos griegos gustaban de usar y abusar de la memoria y durante distintos períodos de su historia, como en la prolífica época del siglo V antes de Cristo, se establecieron interesantes diatribas entre los filósofos partidarios de dejar sus conocimientos por escrito y los que consideraban esto una auténtica herejía intelectual y hasta moral puesto que la sabiduría no podía quedar impresa en la palabra muerta sino que a la fuerza debía manar de una persona viva, que pudiera defender sus razonamientos según lo requirieran las circunstancias en cada momento.
Para que luego digan que la Naturaleza no tiene sentido del humor, aunque sea humor negro: vistos estos antecedentes, ¿no resulta un auténtico sarcasmo que sean las enfermedades degenerativas del cerebro con pérdida de memoria incluida, como la del Alzheimer, las que más hayan crecido en número de casos y en importancia de su impacto en nuestros días?
Yo utilizo la técnica para asimilar conocimiento con mayor rapidez. Se basa en todo en la imaginación. Primero creas una estancia (con los cinco sentidos, suelo paredes techo materiales sitios donde vas a anclar los cuadros, esculturas, maqueta del tema central, la habitación incluso debe tener olor y canción propia)La habitacion tiene 2 puertas. Cada habitacion da asceso a otras estancias. Lo importante es hacer estancias muy diferentes unas de otras.Una estancia puede ser una playa, un jardin, un dormitorio, un gimnasio, etc siempre que se encuentre visualmente delimitado. La habitación es la que retiene imagenes mentales. Las imagenes mentales pueeden ser imagenes bidimensionales (cuadros) o tridimensionales (estatuas, mobiliario, etc). Lo mejor es construir imagenes mentales (forma, color, material, olor usando los cinco sentidos) que sean autoreferentes (contengan indicios de la información a la que sirven de ancla) Cada habitación como máximo debe contener 20 imagenes mentales. Cada habitación un tema (anatomía, arquitectura, etc).
ResponderEliminarVoy por 14 habitaciones/estancias a veces al no estar acostumbrados una imagen mental se te puede ir(aun así es más rapido que repetir de memoria). Cada habitacion una puerta de entrada/salida y dos puertas que sirven de acceso a otra habitación y a su vez tiene dos puerrtas (bucle).... A quien pueda servirle.
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