Los lectores regulares de esta bitácora conocen mi verdadera identidad: saben que no soy de aquí sino que mi residencia real está en el Valhalla (en el Valhalla auténtico, no en un pueblo llamado así que hay en Suecia, según interpreta por su cuenta y riesgo el Facebook, ese recopilador gratuito de informaciones de todo tipo profusamente utilizado por la CIA, la NSA, el MI6, el FSB, el Mossad y hasta la TIA de Mortadelo y Filemón..., para espiar al personal) y saben también que a pesar de mi inmortalidad no tengo más remedio que asumir un cuerpo físico con la identidad correspondiente para poder manifestarme en este planeta de quinta categoría, ubicado en una esquina de esta galaxia perdida en el Cosmos. Muchas de mis identidades anteriores (reencarnaciones, como las llaman algunos) han sido belicosas, porque me lo paso bastante bien con la espada en la mano, la verdad... Insisto en recordar mi patria original: allí nos divertimos cortando cabezas por la mañana y bebiendo hidromiel por la tarde, junto a Wotan y el resto de colegas, al otro lado de Bifrost. Por eso cuando volví a bajar a este mundo los encargados de facilitarme una nueva identidad me dijeron: "Esta vez, prohibido cargarte a nadie. Tendrás que asumir una personalidad pacífica. Nada de peleas, ni de guerras. Ya está bien de ir de excursión sólo para pasártelo bien. Si vuelves abajo, tendrá que ser para trabajar y aprender, sobre todo en lo intelectual."
De nada sirvieron mis bramidos, ni mis juramentos, ni mis amenazas..., ni siquiera mis amenazadores molinetes con mi hacha favorita de doble filo. Heimdallr el Blanco (olvidáos de la versión cinematográfica de Marvel: el verdadero Heimdallr no tiene nada que ver con la parodia que se muestra en esa película..., y además es uno de los tipos más simpáticos que he conocido a lo largo de mi eternidad), que es quien franquea el paso en Bifrost tanto para descender aquí como para subir allí, me lo dijo muy clarito: "Si quieres volver donde los 'homo sapiens' tendrás que atender a las exigencias de los dioses psicopompos. Así que deja tus armas en el Gran Salón junto a tu escudo y tus
estandartes y dispónte a bajar con humildad." En aquel momento, mi furia no tenía límites, sobre todo porque me tuve que plegar a sus exigencias (no podía renunciar a descender a la Tierra: Wotan me había comisionado especialmente para venir aquí), pero ahora lo veo bastante claro y comprendo que todos tenían razón: la humildad es uno de esos defectos de los que siempre he andado escaso y en consecuencia necesitaba aprender a desarrollarlo, para seguir creciendo como semidiós.
El resto es más o menos conocido. Una vez en este planeta adopté esta máscara que llevo actualmente y que me ha permitido aprender muchas cosas de interés..., aunque mi secreta venganza tanto respecto a Heimdallr como respecto a los psicopompos radica en que precisamente ese trabajo intelectual que me encomendaron también me ha permitido apoderarme del alfabeto y aprender a utilizar éste como un arma: ahora sé herir a mis enemigos con más facilidad y profundizar en sus heridas sin necesidad de utilizar una hoja afilada..., sólo con mi palabra. Creo que si me lo propusiera sería capaz de pronunciar un geis: un encantamiento de maldición, a la manera de los druidas. Así que mucho cuidado conmigo, que soy (más) peligroso.
Toda esta disquisición previa era para llegar a un punto concreto. Y es que esta mañana, mientras trabajaba oficialmente en mi identidad de periodista, tuve ocasión de participar en una entrevista a una mujer muy conocida del mundo del espectáculo y el famoseo televisivo en España. No es, como se dice por aquí, una persona muy "leída" (más bien, lo es poco) ni tampoco ofrecerá al mundo ninguna gran obra literaria o científica por muchos años que viva, pero sí posee una vitalidad personal, una alegría y un sentido del humor que ya quisieran para sí la inmensa mayoría de los "leídos". Justo estas cualidades son las que le han convertido en un personaje muy popular, aunque han disimulado el resto de su persona tras ellas. En cierto momento de la entrevista se habló de LA crisis (¿alguien no se ha enterado todavía de que vivimos en una crisis? ¿no se ha quejado, ni lloriqueado, ni se ha angustiado..., como corresponde y está establecido que debe hacer, para seguir el coro general?) y esta mujer, cuya familia es de extracción muy sencilla, dijo en voz alta algo que yo he repetido a menudo a quien quiera escucharme (y, sí..., me paso el día hablando solo):
- ¿Pero de qué crisis estamos hablando? -decía la entrevistada- De acuerdo con que hay gente que hoy día lo está pasando mal..., pero ni por asomo tan mal como se ha pasado en este país en épocas anteriores. Cuando yo era pequeña, y estamos hablando de hace apenas cuarenta años, vivíamos todos mis hermanos y yo con mis padres en una chabola de adobe encalado y tejado de uralita (...) Mi madre me enviaba a casa de algunas vecinas que vivían en pisos de verdad, que no eran ni la mitad de lujosos que los que hoy consideramos normales, para preguntarles si sus hijas habían crecido ya lo bastante como para que se les hubieran quedado pequeños los zapatos y, en ese caso, poder donárnoslos (...) Yo he pasado hambre de verdad, hambre de no comer y de que nadie te diera de comer porque mis padres no tenían el qué y las instituciones no se preocupaban como hoy por los pobres. Nadie se muere ahora mismo de hambre en España, pero en aquella época sí se podía fenecer de eso. Y yo no era una excepción, ni mucho menos. ¿Ya no nos acordamos de eso? ¡Eso sí era una crisis, no lo que tenemos hoy! Lo que pasa es que no sabemos agradecer todo lo que la vida nos da, cuando se muestra generosa. Sólo sabemos quejarnos, cuando nos pasa factura. La pena es que sólo tenemos ojos para nuestras comodidades y hoy tenemos demasiadas comodidades: vivimos presos de ellas. Y en cuanto nos falta alguna, nos deprimimos...
Lo cierto es que estas palabras me sorprendieron muy positivamente, sobre todo por venir de quien venían: de ese personaje etiquetado popularmente como una simple (en todos los sentidos) entertainer televisiva sin cerebro que al final resultaba tenerlo bien amueblado aunque adoleciera de otros refinamientos... Porque es que es exactamente así. Partiendo de la base de lo que ya hemos comentado en otras ocasiones, esto es, que la crisis que vivimos NO es económica sino financiera (y absolutamente artificial, en cuanto que provocada por los Amos de este planeta, que por supuesto no son los ingenuos homo sapiens corrientes, con el fin de conseguir ciertos resultados sobre la sociedad), lo que estamos viviendo ahora mismo no se debería calificar como una situación gravísima y deprimente ante la cual hundirnos con desesperación. Una verdadera situación gravísima y deprimente es la que padecen las mujeres (y especialmente las menores de edad) en la India, donde son violadas, mutiladas y asesinadas impunemente. O la que sufren los habitantes de Darfur, perseguidos y destruidos sistemáticamente por la parodia de Estado vigente en Sudán, y cuyo principal problema ya no es si lograrán encontrar comida para el día en curso, sino si llegarán a ver el final de ese día. O la que soportan los rohingya de Birmania, que están sufriendo un auténtico genocidio en vivo y en directo sin que absolutamente nadie se preocupe por ellos. O... Hay tantos ejemplos de crisis de verdad...
En última instancia, la crisis es perenne. La vida misma es una crisis y la única forma de asegurarse de que uno no tiene problemas como los que tanto nos preocupan es morirse. En ese sentido el homo sapiens contemporáneo es infinitamente más desgraciado que sus antepasados, porque, en este mundo decadente que hemos elegido vivir, los Amos han logrado convencerle de que lo único que existe es lo material. En consecuencia se aferra a los bienes de naturaleza exclusivamente material como si de verdad tuvieran alguna importancia, como si sirvieran para algo aparte de para jugar un rato con ellos. Y, más que eso, porque supone que su existencia se limita a este mismo mundo material. Le aterra, le duele en lo más hondo, la simple idea de saber que algún día se verá privada de ella.
Decía mi viejo amigo Khalil: "...vuestro dolor es la fractura de la cáscara que envuelve vuestro entendimiento. Así como el hueso del fruto ha de quebrarse para que su corazón se exponga al Sol, así debéis conocer el dolor (...) Gran parte de vuestro sufrimiento es por vosotros mismos escogido. Es la amarga poción con la cual el médico que se oculta en vosotros cura a vuestro Yo doliente".
Y también: "Ningún hombre podrá revelaros nada sino lo que ya está medio adormecido en la aurora de vuestro entendimiento (...) porque la visión de un hombre no presta sus alas a otro hombre. Y así como cada uno de vosotros se mantiene solo en el conocimiento de Dios, así cada uno de vosotros debe tener su propia comprensión de Dios y su propia interpretación de las cosas de la Tierra."
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