¿Hay algo peor que una mala película? Sin duda, una película mal aprovechada. Es decir, con una buena idea y unos planteamientos interesantes, que acaban en la basura por culpa del guionista, el director, los actores o, seguramente, la suma de todos. Éste es el caso de Brass Target (Objetivo Patton) que podría haber pasado a la Historia del Séptimo Arte como un título básico del cine bélico y en lugar de ello queda reducido a un largometraje menor que deja un regusto amargo por lo que pudo ser y no fue. Y eso que la materia prima era de primera calidad, al basarse en la muerte, el asesinato según algunos investigadores, del más brillante de los mandos militares norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial: el general George Smith Patton junior.
La vida de Super Duck (Super Pato), como fue calificado por sus rivales dentro del propio ejército estadounidense, fue ciertamente la de un típico personaje de película de Hollywood. Desplegó iniciativa, coraje, inteligencia, audacia..., pero también mostró su limitada capacidad para las relaciones personales y su nulidad para las relaciones públicas en una carrera llena de éxitos a la vez que de constantes insubordinaciones y llamadas de atención por parte de sus superiores. Descendiente de una familia con larga tradición militar, en la que su abuelo paterno fue general de brigada durante la Guerra de Secesión, fue un lector infatigable de los clásicos de la literatura, incluyendo los relacionados con la historia militar. Creyente en la reencarnación, hablaría a menudo
acerca de sus posibles vidas anteriores, en general relacionadas también con la actividad bélica. Estaba convencido de haber sido Aníbal, además de legionario romano y comandante napoleónico, entre otras existencias. Por lo demás, pronto demostró un carácter arrogante en su personalidad, que le granjearía en el futuro más de un enemigo, y no precisamente en los ejércitos de otros países. Un buen ejemplo de su manera de ser lo tenemos en su participación, tras graduarse en la academia militar de West Point, en los Juego Olímpicos de Estocolmo en 1912. Allí representó a Estados Unidos en la disciplina de pentatlón. Patton lideró la prueba hasta que los atletas llegaron a la competición de tiro, donde falló (o pareció fallar) su segundo disparo. Al final, terminó en quinta posición. Preguntado por su escasa puntería, contestó rotundo que él no había fallado, sino que la segunda bala había pasado por el agujero que había hecho la primera.
acerca de sus posibles vidas anteriores, en general relacionadas también con la actividad bélica. Estaba convencido de haber sido Aníbal, además de legionario romano y comandante napoleónico, entre otras existencias. Por lo demás, pronto demostró un carácter arrogante en su personalidad, que le granjearía en el futuro más de un enemigo, y no precisamente en los ejércitos de otros países. Un buen ejemplo de su manera de ser lo tenemos en su participación, tras graduarse en la academia militar de West Point, en los Juego Olímpicos de Estocolmo en 1912. Allí representó a Estados Unidos en la disciplina de pentatlón. Patton lideró la prueba hasta que los atletas llegaron a la competición de tiro, donde falló (o pareció fallar) su segundo disparo. Al final, terminó en quinta posición. Preguntado por su escasa puntería, contestó rotundo que él no había fallado, sino que la segunda bala había pasado por el agujero que había hecho la primera.
Patton destacó en su carrera militar desde el principio. Durante la guerra con los mexicanos en 1916, y al frente de apenas diez soldados del sexto regimiento de infantería, acabó con el capitán Julio Cárdenas, comandante de la guardia personal de Pancho Villa. En la Primera Guerra Mundial, recibió el mando de una unidad de un cuerpo recién creado pero que daría mucho que hablar en el futuro: el de los tanques o carros de combate. Con ellos estuvo presente en la batalla de Cambrai, el primer enfrentamiento bélico en el que las nuevas máquinas de guerra se emplearon con todas sus consecuencias. Distinguido en combate, recibió entre otras condecoraciones el Corazón Púrpura. Siempre fue un gran defensor de las posibilidades de las divisiones blindadas y solicitó inversiones en este campo pero nadie le tuvo muy en cuenta hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo asistió asombrado al arrollador avance de la Blitzkrieg alemana, basada en buena medida en el poderío de los modernos carros de combate. Sólo entonces las autoridades estadounidenses le hicieron caso y acabó siendo general de división, de la II División Blindada.
En el período de entreguerras se había hecho muy amigo de Dwight D. Eisenhower, gracias al cual obtuvo su gran oportunidad profesional en el conflicto de 1939-1945. Cuando su país entró en guerra después del ataque de Pearl Harbour, comenzó su guerra contra el Tercer Reich en el norte de África. Allí se encontró con uno de los militares más sobrevalorados de este conflicto, el general británico Bernard Montgomery, Monty, con el que se vio obligado a colaborar a pesar de que le consideraba poco menos que un pusilánime advenedizo, y por tanto estableció desde el principio una abierta rivalidad. Lo demostró por ejemplo tras hacerse con el mando del VII Ejército estadounidense y ganar por la mano a Montgomery en la conquista de Sicilia. Su eficacia en el combate, pese a su carácter duro y exigente, era tal que se convirtió en el general más temido por los alemanes y por ello fue utilizado por los Aliados como señuelo para engañarles respecto al verdadero lugar donde se produciría el gran asalto aliado sobre el Viejo Continente. Al fin, tras el desembarco de Normandía, fue puesto al mando del III Ejército estadounidense y como tal, se convirtió en uno de los principales responsables (si no en el más importante) del avance aliado sobre Francia hasta París. Gracias a él también consiguió salir con vida la 101 División Aerotransportada atrapada en Bastogne durante la ofensiva de las Ardenas. Al frente de sus tropas, que en general sentían devoción por él, Patton hubiera podido tomar Praga, e incluso Berlín, pero no le dejaron: existía ya desde hacía tiempo un acuerdo secreto firmado entre el presidente norteamericano Roosevelt y el dictador soviético Stalin para repartirse hasta los éxitos militares y ambas ciudades habían sido "entregadas" previamente al Ejército Rojo.
Irritado por las componendas políticas y sin ocultar nunca su anticomunismo, fue relevado del mando. Se le negó un papel activo en el frente del Pacífico y se le encerró en Baviera, como gobernador militar de esta región ocupada por las tropas yankees. Allí tuvo oportunidad de tratar directamente con alemanes de todo tipo, incluyendo muchos nazis, e incluso llegó a simpatizar con ellos asumiendo un papel que hoy calificaríamos como "políticamente incorrecto". Se negaba a verlos como los demonios asesinos que presentaba la propaganda, sino simplemente como soldados enemigos derrotados, y llegó a compararlos con los perdedores de unas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Advirtiendo, como otros contemporáneos suyos, la Guerra Fría que se avecinaba con los hasta aquel momento aliados de la URSS, fue uno de los primeros en plantear la necesidad de utilizar a los alemanes como piezas imprescindibles en el tablero, en la primera línea de lo que sería el nuevo conflicto que marcaría el resto del siglo XX. Así, Patton se había convertido en un elemento molesto, a pesar de sus éxitos, así que fue discretamente recluido al XV Ejército estadounidense, donde quedaría enterrado por papeles en un despacho en el que se preparaba la historia de la guerra que acababa de terminar. Se planteó abandonar el ejército pero en diciembre de 1945 sufrió un gravísimo accidente de automóvil y murió el día 21 de ese mes.
La vida de Patton fue llevada al cine en 1970 por el siempre interesante Franklin J. Schaffner, con un impresionante George C. Scott en una de sus mejores caracterizaciones cinematográficas y Karl Malden en el papel del general Omar Bradley, su amigo, protector y enlace con Eisenhower. En 1986, Delbert Mann rodaría una secuela bastante peor, producida para televisión y titulada Los últimos días de Patton en la que Scott volvería a interpretar al polémico guerrero. Entre ambas, en 1978, se rodó Objetivo: Patton. Dirigida por John Hough, está basada en una novela de Frederick Nolan, best seller en su día, titulada The Algonquin Project y lo más interesante de la historia es el planteamiento de que Patton no murió por culpa de un accidente sino de un asesinato. Hemos visto antes sus simpatías por los alemanes, su visceralidad anticomunista, sus propias ideas rebeldes... Había sido puesto al mando de un equipo de personas que tenía que escribir la versión oficial de la Segunda Guerra Mundial. Pero, vista su trayectoria, a alguien se le ocurrió: ¿y si no escribía lo que se suponía que tenía que escribir?
Objetivo Patton comienza en 1945: acaba de terminar la guerra y un tren transporta las reservas de oro alemanas del Reichbank (todo el mundo habla del saqueo que los alemanes llevaron a cabo en cuanto a metales preciosos, propiedades, obras de arte y bienes de valor en los países ocupados, pero nadie cuenta cómo los aliados, más que saquear, arrasaron, prácticamente esterilizaron, todo lo que hubiera de valor en Alemania..., y eso durante decenios) fuertemente escoltado por unidades de infantería norteamericana.
A su paso por un túnel, el tren es saboteado y asaltado; los soldados, asesinados y el oro, robado por un comando provisto de máscaras antigás. El robo se ha producido en Baviera, y por tanto le corresponde a Patton (interpretado por un George Kennedy voluntarioso pero infinitamente menor en comparación con el personaje de George C. Scott en las otras películas citadas) investigarlo y resolverlo. Máxime, porque las autoridades soviéticas con las que no simpatiza en absoluto le acusan de haberlo organizado para quedarse con el oro: él, personalmente, o en beneficio de los Estados Unidos.
Este asalto está inspirado en el saqueo real que oficiales yankees cometieron al final de la guerra en territorio hoy austríaco con un tren que viajaba desde Hungría con destino a Alemania. El convoy iba cargado con pinturas, joyas y otros objetos de valor que habían sido expoliados a los judíos húngaros y que los aliados no pensaban devolver a sus legítimos propietarios sino repartírselos en concepto de botín de guerra. Pero un grupo de avispados militares se adelantó, buscando un bonito recuerdo que llevarse de vuelta a casa. El crimen fue silenciado por el ejército norteamericano y hasta la fecha nada ha vuelto a saberse acerca de aquellos bienes y de quienes los robaron, si bien un grupo de descendientes de aquellos judíos húngaros demandaron hace unos años al gobierno de EE.UU. por este asunto: exigían una compensación de 200 millones de dólares. Al final, en 2005 se llegó a un acuerdo por el cual los demandantes recibieron poco más de 25 millones de dólares.
Volviendo al argumento de la película, uno de los organizadores del robo es un ambicioso, ladino e inteligente oficial norteamericano (por cierto, también homosexual, a fin de resaltar aún más el contraste del personaje con la contundente virilidad pattoniana) interpretado por Robert Vaughn que, al enterarse de que el "jefe" se ha interesado personalmente por su gran golpe decide, sin más, organizar una conspiración para asesinarle. El encargado de
ello será uno de los personajes más interesantes del largometraje pero, como todos, mal descrito y peor explorado por el guión: el inquietante Max von Sydow, que interpreta a un importante funcionario de las Naciones Unidas con una doble vida ya que también acepta encargos como asesino a sueldo. Entre tanto, un oficial de inteligencia es el encargado oficial de investigar el asalto al tren y, de paso, proteger a Patton. Su papel está en manos del irregular John Cassavetes a quien, mil años que viviera, mil años que jamás podría dejar de identificar con el personaje mejor logrado (a mi juicio) de su carrera: el de esa especie de San José satanista, padre putativo del Anticristo, en la fabulosa Rosemary's babe (La semilla del diablo). Por el medio se cuela Mara, una antigua amante de este oficial, encarnada por la tan exuberante como anodina Sofía Loren.
Presentados los personajes, la acción de Objetivo Patton no tarda en descarrilar en medio de la confusión, especialmente por culpa de los agujeros de guión (siempre he pensado que lo más importante de una película, como de un libro o de cualquier narración, sea del tipo que sea, es el relato, lo que cuenta, más que la definición de sus personajes o la intensidad de su dirección o la belleza de su plasmación gráfica o cualquier otro aspecto de la obra). y no queda muy claro qué es lo que sucede con algunas de las tramas: al final, lo único obvio es que Patton es finalmente asesinado con un arma muy curiosa..., aunque no es el único que muere. Y se queda uno con ganas de ponerse a escribir un guión más coherente ante las posibilidades de la historia.
A su paso por un túnel, el tren es saboteado y asaltado; los soldados, asesinados y el oro, robado por un comando provisto de máscaras antigás. El robo se ha producido en Baviera, y por tanto le corresponde a Patton (interpretado por un George Kennedy voluntarioso pero infinitamente menor en comparación con el personaje de George C. Scott en las otras películas citadas) investigarlo y resolverlo. Máxime, porque las autoridades soviéticas con las que no simpatiza en absoluto le acusan de haberlo organizado para quedarse con el oro: él, personalmente, o en beneficio de los Estados Unidos.
Este asalto está inspirado en el saqueo real que oficiales yankees cometieron al final de la guerra en territorio hoy austríaco con un tren que viajaba desde Hungría con destino a Alemania. El convoy iba cargado con pinturas, joyas y otros objetos de valor que habían sido expoliados a los judíos húngaros y que los aliados no pensaban devolver a sus legítimos propietarios sino repartírselos en concepto de botín de guerra. Pero un grupo de avispados militares se adelantó, buscando un bonito recuerdo que llevarse de vuelta a casa. El crimen fue silenciado por el ejército norteamericano y hasta la fecha nada ha vuelto a saberse acerca de aquellos bienes y de quienes los robaron, si bien un grupo de descendientes de aquellos judíos húngaros demandaron hace unos años al gobierno de EE.UU. por este asunto: exigían una compensación de 200 millones de dólares. Al final, en 2005 se llegó a un acuerdo por el cual los demandantes recibieron poco más de 25 millones de dólares.
Volviendo al argumento de la película, uno de los organizadores del robo es un ambicioso, ladino e inteligente oficial norteamericano (por cierto, también homosexual, a fin de resaltar aún más el contraste del personaje con la contundente virilidad pattoniana) interpretado por Robert Vaughn que, al enterarse de que el "jefe" se ha interesado personalmente por su gran golpe decide, sin más, organizar una conspiración para asesinarle. El encargado de
ello será uno de los personajes más interesantes del largometraje pero, como todos, mal descrito y peor explorado por el guión: el inquietante Max von Sydow, que interpreta a un importante funcionario de las Naciones Unidas con una doble vida ya que también acepta encargos como asesino a sueldo. Entre tanto, un oficial de inteligencia es el encargado oficial de investigar el asalto al tren y, de paso, proteger a Patton. Su papel está en manos del irregular John Cassavetes a quien, mil años que viviera, mil años que jamás podría dejar de identificar con el personaje mejor logrado (a mi juicio) de su carrera: el de esa especie de San José satanista, padre putativo del Anticristo, en la fabulosa Rosemary's babe (La semilla del diablo). Por el medio se cuela Mara, una antigua amante de este oficial, encarnada por la tan exuberante como anodina Sofía Loren.
Presentados los personajes, la acción de Objetivo Patton no tarda en descarrilar en medio de la confusión, especialmente por culpa de los agujeros de guión (siempre he pensado que lo más importante de una película, como de un libro o de cualquier narración, sea del tipo que sea, es el relato, lo que cuenta, más que la definición de sus personajes o la intensidad de su dirección o la belleza de su plasmación gráfica o cualquier otro aspecto de la obra). y no queda muy claro qué es lo que sucede con algunas de las tramas: al final, lo único obvio es que Patton es finalmente asesinado con un arma muy curiosa..., aunque no es el único que muere. Y se queda uno con ganas de ponerse a escribir un guión más coherente ante las posibilidades de la historia.
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