La sociedad mal llamada humana está construida sobre la mentira y la hipocresía. No es una frase escrita con rencor, rabia o malestar..., ni siquiera con tristeza, sino una simple constatación de carácter técnico. Es parte del informe elaborado por un ser proveniente de otro mundo y destinado en éste de manera temporal, que ha recogido otros datos similares y los ha expresado con el mismo frío tecnicismo: las gallinas no pueden volar, si llueve te mojas, ver demasiada televisión hipnotiza a cualquiera, un constipado común se cura en siete días si se trata sin medicinas o en una semana si se trata con ellas... La mentira impera porque esa sociedad (en su inmensa, aplastante mayoría) no está compuesta por seres humanos, por mucho que a sus componentes se les hinche el pecho con pomposas declaraciones de intenciones o la mente con supuestos grandes descubrimientos, sino por primates poco evolucionados que para ocultarse a sí mismos su flagrante invalidez espiritual han decidido darse como especie el arrogante nombre de homo sapiens (hombre, y además sabio..., sí, no hay más que ver cómo está el mundo para ver la cantidad de hombres y, aún más, de sabios que lo pueblan).
Los homo sapiens mienten y engañan a todo el mundo: a sus congéneres (en una lucha por el poder material que el simple paso del tiempo demuestra no es sino una supina imbecilidad), a la Naturaleza (a la que prometen respetar y cuidar mientras la esquilman y desprecian sin contemplaciones), a sus hijos (a los que aseguran que ellos "arreglarán el mundo", como si tuvieran superpoderes para arreglar en una generación lo que ninguna generación anterior consiguió en su momento), a los habitantes de otros planetas (a los que envían sondas espaciales y mensajes de paz y buena voluntad cuando se despedazan entre ellos mismos: ¿y alguien se extraña de que ningún extraterrestre les haya contestado?)... Y lo peor de todo: se engañan a sí mismos, de manera sistemática, contándose una serie de cuentos acerca de lo que son y hacia dónde pretenden ir. Entre otras cosas, se autoconvencen de que cuanto les ocurre en sus vidas no tiene nada que ver con ellos sino que siempre es culpa de otros: de los hombres, si son mujeres; de las mujeres, si son hombres; de los adultos, si son menores; de los menores, si son adultos; de los rebeldes, si están en el poder; de los poderosos, si no están en él... La clave es que la culpa sea siempre del grupo en el que no militan.
Una de las grandes mentiras defendidas por los homo sapiens es el hecho de que la inteligencia es la clave de su supuesta posición jerárquica en lo alto de una pirámide de fuerzas que sólo existe en sus delirios. Y que es lo que les hace humanos, presuntamente. Dentro de la hipocresía general que les conduce a publicar miles y miles de informes y documentos para apoyar una tesis determinada (sin importar demasiado si los datos contenidos en ellos son ciertos o no: basta con acumular un volumen suficiente, firmado además por "autoridades" en la materia respectiva, para que el resto de los miembros de su especie acepten esa tesis como una realidad, aunque sólo sea por no afrontar la pereza que da examinar los papeles y pensar por sí mismos) o a ocultar las pruebas que demuestran una realidad ciertamente demostrable (calificando a ésta de tesis trasnochada o sectaria e incluso prohibiendo hablar sobre ella siquiera como posibilidad remota, bajo pena de multa económica o de prisión), figuran grandes errores ya superados por las pruebas disponibles, que siguen sin embargo a día de hoy enseñándose sin pudor.
Un ejemplo clásico es el "descubrimiento" de América por Cristóbal Colón, al que sigue proporcionándose un bombo increíble en los libros de texto de todo el mundo como si fuera una verdad irrefutable cuando hoy sabemos no sólo que el astuto navegante conocía a la perfección a dónde iba e incluso poseía mapas específicos al respecto, sino que antes de su viaje oficial de apertura-de-la-ruta-atlántica ésta ya había sido recorrida de manera habitual por muchos otros. Este engaño está sustentado sobre otro previo que de la misma forma sigue imponiéndose como dogma de fe, según el cual los pueblos de la antigüedad le tenían pavor al viaje por mar igual que lo tienen los actuales, acostumbrados a la comodidad y la rapidez de los viajes aéreos. Sin embargo, lo cierto es que nuestros antepasados no veían en el océano una muralla infranqueable sino todo lo contrario: la mejor autopista posible, mucho más rápida y segura que los por entonces inexistentes desplazamientos en avión o en tren o los muy accidentados por tierra (acosados por bandidos, contingentes de ejércitos más o menos regulares, fieras salvajes, ausencia de refugios seguros ante cualquier contingencia y hasta por la falta de carreteras o caminos decentes).
Respecto al engaño de la inteligencia, los homo sapiens repiten una y otra vez que el ser humano (ése que creen ser) llega a esa condición merced a esta capacidad, que se autoatribuyen como si fueran la única especie que dispone de ella y con la que justifican todas su actuaciones y sus presuntos avances en todos los órdenes. Sin entrar siquiera a considerar las numerosas investigaciones científicas que nos han demostrado en estos últimos años que hay muchas otras especies como los delfines, los elefantes e incluso sus cercanos primos los chimpancés que también poseen inteligencia aunque en un grado diferente, cabe preguntarse cómo nadie se puede autodefinir como inteligente cuando sus ocupaciones favoritas son hacer la guerra y depredar a sus semejantes y al planeta entero si se deja. Y, ojo, que lo de hacer la guerra
no es "cosa de los poderosos" exclusivamente, como suelen argumentar tantos ciudadanos ganado. Sin ir más lejos, en España se ha criticado por activa y por pasiva al PP de José María Aznar por involucrarse en casi cualquier pendencia internacional que se le pusiera por delante, pero hay que recordar una vez más dada la falta de memoria general que el reciente gobierno del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, tan pacifista él, no tuvo ningún problema en batir todos los récords de venta de armamento (incluyendo como clientes a países con gobiernos de dudosas garantías democráticas), apoyar diversas intervenciones militares bajo la cobertura de visto-bueno-de-la-ONU e incluso intervenir abiertamente en guerras nunca declaradas de manera oficial (como la que sirvió para derrocar a Muamar el Gadafi, en la que militares españoles intervinieron activamente, no ya con una simple aportación logística o sanitaria). De Izquierda Unida no merece la pena ni hablar, visto el lujoso tren de vida que llevan sus dirigentes mientras públicamente alaban dictaduras como la cubana o, en cuanto tocan poder aunque sea a nivel local, se ven mezclados en similares casos de corrupción que los dos (de momento) principales partidos políticos en este país. Similar tratamiento merecen otras formaciones políticas, como la desnortada Convergencia y Unión, empecinada además en imponer ese eslógan, bastante envejecido ya, de "Un pueblo, un país, un caudillo"..., siempre que detrás de cada sustantivo se incluya obviamente el mismo adjetivo: "catalán". Y lo más grande es que el problema no está en los partidos políticos como tales, sino en la gente que los forma y que los orienta en un sentido u otro.
Adivinanza: ¿qué es lo que impulsa en mayor medida a esos partidos: seres humanos u homo sapiens?
Un grupo de científicos del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres presentó hace más o menos dos años y medio una investigación acerca de la madurez de los "humanos" que pretendía (como tantas otras investigaciones que han encontrado en esta rama científica la situación ideal para echarle la culpa de todo) quitar responsabilidad a los homo sapiens por su comportamiento habitual achacándolo a la Genética. Según los británicos dirigidos por Sarah Jayne Blakemore, las personas de cierta edad, próximas a los 40 años digamos, que son a pesar de ello incapaces de comprometerse y de dejar de comportarse como adolescentes no son necesariamente caprichosas, rabiosas o mal educadas sino que pueden culpar de su forma de ser post adolescente al hecho de que su propio cerebro no está desarrollado por completo. Según los estudios de Blakemore y su equipo, hay partes del cerebro que tardan mucho más en madurar de lo que se pensaba, como por ejemplo la corteza prefrontal, la que se encuentra justo tras la frente, y que se encarga de la planificación y toma de decisiones así como de controlar la empatía, la conciencia social, las relaciones con otras personas y otros aspectos relacionados con la personalidad.
Sí, es una solemne y absoluta estupidez, lo sé, por mucho University College que firme esta investigación. Y de igual manera lo sabe cualquier persona que haya estudiado un poco de Historia y se haya percatado de que en siglos precedentes no se vivía tanto tiempo como en la actualidad, con lo que el número de personas que llegaban a los 40 años "haciendo el cabra" era realmente reducido..., si es que había alguno. De hecho, los principales personajes históricos materializaron sus grandes aportaciones al mundo bastante antes de llegar a esa edad... O como lo sabe también cualquier otra persona que se haya tomado la molestia de viajar hoy día de verdad por el planeta, más allá de los circuitos turísticos, y haya vivido la experiencia de encontrar a gente muy joven que se comporta con madurez propia, no ya de un adulto, sino incluso de un anciano experimentado. ¿Por qué? Porque las condiciones en las que debe buscar alimento y cobijo para sí y para su familia son extremas y, si no actúa en consecuencia, literalmente, se muere. Se mueren: él y los suyos. En consecuencia, no tiene tiempo para las ñoñerías a las que son aficionados tantos entontecidos homo sapiens que habitan en los mal llamados países ricos, que ahora tienen una excusa "científica" para lavarse las manos y eludir la responsabilidad por su propia idiotez.
Esta semana se ha publicado otro estudio sugerente en ese sentido, en la revista Intelligence. Lo firma Michael Woodley, de la Universidad sueca de Umea, y es bastante contundente en su principal conclusión: la inteligencia de los ciudadanos de los países occidentales ha descendido en los últimos doscientos años. Y ha descendido, además, de manera sensible. Woodley ha comparado los resultados de los tiempos de reacción a estímulos visuales en pruebas científicas desde finales del siglo XIX hasta la actualidad y se ha encontrado con cifras que no dejan lugar a dudas. La media de reacción en las pruebas de reflejos de un hombre en 1884 era de 183 milisegundos. En 2004, esa media se había incrementado hasta 253. En el caso de una mujer, la media en el siglo XIX era de 188 milisegundos, mientras que su equivalente del siglo XXI es de 261. Los reflejos están considerados como una señal de capacidad intelectual real, no determinada por el nivel educativo, las enfermedades u otros factores. A partir de estos datos y otros que se incluyen en el estudio, el trabajo presentado por el equipo de este investigador concluye que el homo sapiens ha ido perdiendo algo más de un punto por decenio desde la época del imperio británico hasta la actualidad, de forma que las generaciones contemporáneas poseen un cociente intelectual 14 puntos inferior a los de sus antepasados. En resumen: que son menos inteligentes todavía que las generaciones que les precedieron.
Y eso que no tenemos datos anteriores al siglo XIX... Sería muy interesante comparar el cociente de, pongamos por caso, la gente del Renacimiento o de la Grecia del siglo V a.C. con el de las personas contemporáneas. Es probable que el contraste hiciera recapacitar a más de uno y que los investigadores actuales empezaran a plantearse ya en serio qué es lo que de verdad convierte a alguien en un ser humano digno de ese nombre (porque está bastante claro que ese algo no es la inteligencia).
no es "cosa de los poderosos" exclusivamente, como suelen argumentar tantos ciudadanos ganado. Sin ir más lejos, en España se ha criticado por activa y por pasiva al PP de José María Aznar por involucrarse en casi cualquier pendencia internacional que se le pusiera por delante, pero hay que recordar una vez más dada la falta de memoria general que el reciente gobierno del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, tan pacifista él, no tuvo ningún problema en batir todos los récords de venta de armamento (incluyendo como clientes a países con gobiernos de dudosas garantías democráticas), apoyar diversas intervenciones militares bajo la cobertura de visto-bueno-de-la-ONU e incluso intervenir abiertamente en guerras nunca declaradas de manera oficial (como la que sirvió para derrocar a Muamar el Gadafi, en la que militares españoles intervinieron activamente, no ya con una simple aportación logística o sanitaria). De Izquierda Unida no merece la pena ni hablar, visto el lujoso tren de vida que llevan sus dirigentes mientras públicamente alaban dictaduras como la cubana o, en cuanto tocan poder aunque sea a nivel local, se ven mezclados en similares casos de corrupción que los dos (de momento) principales partidos políticos en este país. Similar tratamiento merecen otras formaciones políticas, como la desnortada Convergencia y Unión, empecinada además en imponer ese eslógan, bastante envejecido ya, de "Un pueblo, un país, un caudillo"..., siempre que detrás de cada sustantivo se incluya obviamente el mismo adjetivo: "catalán". Y lo más grande es que el problema no está en los partidos políticos como tales, sino en la gente que los forma y que los orienta en un sentido u otro.
Adivinanza: ¿qué es lo que impulsa en mayor medida a esos partidos: seres humanos u homo sapiens?
Un grupo de científicos del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres presentó hace más o menos dos años y medio una investigación acerca de la madurez de los "humanos" que pretendía (como tantas otras investigaciones que han encontrado en esta rama científica la situación ideal para echarle la culpa de todo) quitar responsabilidad a los homo sapiens por su comportamiento habitual achacándolo a la Genética. Según los británicos dirigidos por Sarah Jayne Blakemore, las personas de cierta edad, próximas a los 40 años digamos, que son a pesar de ello incapaces de comprometerse y de dejar de comportarse como adolescentes no son necesariamente caprichosas, rabiosas o mal educadas sino que pueden culpar de su forma de ser post adolescente al hecho de que su propio cerebro no está desarrollado por completo. Según los estudios de Blakemore y su equipo, hay partes del cerebro que tardan mucho más en madurar de lo que se pensaba, como por ejemplo la corteza prefrontal, la que se encuentra justo tras la frente, y que se encarga de la planificación y toma de decisiones así como de controlar la empatía, la conciencia social, las relaciones con otras personas y otros aspectos relacionados con la personalidad.
Sí, es una solemne y absoluta estupidez, lo sé, por mucho University College que firme esta investigación. Y de igual manera lo sabe cualquier persona que haya estudiado un poco de Historia y se haya percatado de que en siglos precedentes no se vivía tanto tiempo como en la actualidad, con lo que el número de personas que llegaban a los 40 años "haciendo el cabra" era realmente reducido..., si es que había alguno. De hecho, los principales personajes históricos materializaron sus grandes aportaciones al mundo bastante antes de llegar a esa edad... O como lo sabe también cualquier otra persona que se haya tomado la molestia de viajar hoy día de verdad por el planeta, más allá de los circuitos turísticos, y haya vivido la experiencia de encontrar a gente muy joven que se comporta con madurez propia, no ya de un adulto, sino incluso de un anciano experimentado. ¿Por qué? Porque las condiciones en las que debe buscar alimento y cobijo para sí y para su familia son extremas y, si no actúa en consecuencia, literalmente, se muere. Se mueren: él y los suyos. En consecuencia, no tiene tiempo para las ñoñerías a las que son aficionados tantos entontecidos homo sapiens que habitan en los mal llamados países ricos, que ahora tienen una excusa "científica" para lavarse las manos y eludir la responsabilidad por su propia idiotez.
Esta semana se ha publicado otro estudio sugerente en ese sentido, en la revista Intelligence. Lo firma Michael Woodley, de la Universidad sueca de Umea, y es bastante contundente en su principal conclusión: la inteligencia de los ciudadanos de los países occidentales ha descendido en los últimos doscientos años. Y ha descendido, además, de manera sensible. Woodley ha comparado los resultados de los tiempos de reacción a estímulos visuales en pruebas científicas desde finales del siglo XIX hasta la actualidad y se ha encontrado con cifras que no dejan lugar a dudas. La media de reacción en las pruebas de reflejos de un hombre en 1884 era de 183 milisegundos. En 2004, esa media se había incrementado hasta 253. En el caso de una mujer, la media en el siglo XIX era de 188 milisegundos, mientras que su equivalente del siglo XXI es de 261. Los reflejos están considerados como una señal de capacidad intelectual real, no determinada por el nivel educativo, las enfermedades u otros factores. A partir de estos datos y otros que se incluyen en el estudio, el trabajo presentado por el equipo de este investigador concluye que el homo sapiens ha ido perdiendo algo más de un punto por decenio desde la época del imperio británico hasta la actualidad, de forma que las generaciones contemporáneas poseen un cociente intelectual 14 puntos inferior a los de sus antepasados. En resumen: que son menos inteligentes todavía que las generaciones que les precedieron.
Y eso que no tenemos datos anteriores al siglo XIX... Sería muy interesante comparar el cociente de, pongamos por caso, la gente del Renacimiento o de la Grecia del siglo V a.C. con el de las personas contemporáneas. Es probable que el contraste hiciera recapacitar a más de uno y que los investigadores actuales empezaran a plantearse ya en serio qué es lo que de verdad convierte a alguien en un ser humano digno de ese nombre (porque está bastante claro que ese algo no es la inteligencia).
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