La referencia es inevitable... El gran maestro Edgar Allan Poe escribió a lo largo de su carrera varios relatos en torno a uno de los miedos más terribles de los ciudadanos de su tiempo (primera mitad del siglo XIX) o, bien mirado, de todos los tiempos: el de ser enterrado vivo. Despertar, confuso, dentro de un espacio estrecho y agobiante, tomar conciencia con un escalofrío de dónde se encuentra uno, dejarse llevar por el pánico del momento, intentar forzar una salida imposible gritando para no ser oído por otra persona más que uno mismo, morir finalmente por asfixia o acaso suicidándose de alguna forma difícil de explicar. Sólo imaginarlo pone los pelos como escarpias, como suele decirse. Poe recreó este final espantoso en relatos como La caída de la Casa Usher o El tonel de amontillado, entre otros, por no citar su breve e impactante Enterrado vivo en el que describe (lo que nos vende como si fuera) su propia experiencia y que, en 1962, conoció una homónima adaptación cinematográfica dirigida por Roger Corman y protagonizada por Ray Milland.
Estos cuentos (que influyeron en tantos escritores posteriores entre los cuales me incluyo, pues yo también escribí un relato de este tipo titulado Muerte de ida y vuelta y publicado en el Visiones de 1996 de la hoy Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror) se inspiraban en las abundantes historias de entierros prematuros y otras variantes de lo que podríamos llamar "literatura de cementerio" y en la que caben desde los vampiros hasta los zombies pasando por los ladrones de tumbas y demás encantadores engendros de la oscuridad. Semejantes historias entretenían a la par que conmocionaban a la sociedad occidental desde finales del siglo XVIII, cuando la triunfante Edad de la Razón empezaba a instalar su dictadura sobre el mundo que conocemos desplazando del centro del escenario siglos de Magia y "superstición".
Tanto éxito tuvieron, y tanta aprensión llegaron a infundir, que hubo quien patentó su propio modelo de ataúd "de seguridad" para evitar tan horrible final. El primero del que tengo noticia es el del duque de Brunswick en 1792, aunque no era nada complicado. Básicamente consistía en enterrar al difunto con una llave que le permitiría abrir el atadúd desde dentro..., siempre y cuando éste no hubiera sido enterrado sino simplemente depositado en una cripta familiar. Sarcófagos posteriores, pensados ya para aquéllos que pudieran sufrir el pavoroso destino de despertar dentro de una caja a varios metros bajo tierra incluían una cánula conectada con la superficie para poder respirar, así como variados sistemas de aviso como campanas o banderines accionados desde el interior para el caso de que se produjera el trágico error.
Habiendo sido un ávido lector de este tipo de cuentos espantosos, resulta bastante evidente mi expectación por ver Buried (Enterrado), la nueva película de Rodrigo Cortés al que, por si no fuera suficiente con ser un colega de fatigas, rindo una admiración sin fronteras por haber sido el único director capaz de estrenar una cinta como Concursante, su ópera prima y la película que mejor explica en toda la historia de la cinematografía mundial (no es una exageración, aunque lo parezca) cómo funciona el sistema financiero. Resulta de hecho muy instructivo revisitarla estos días en los que tanta gente en todas partes padece en sus propias carnes el resultado de las manipulaciones de los dueños del ídolo dinerario, sin sospechar siquiera el colosal fraude que se esconde tras el crédito y la moneda.
También es cierto que me enfrenté a Buried con todas las reservas del mundo, pues conocía algunos detalles de su apretado rodaje y que toda la película se resumía en un auténtico tour de force de Ryan Reynolds consigo mismo (y con la ayuda de otra docena de actores a los que sólo se les oye a través de un teléfono móvil) a partir del trabajado guión de Chris Sparling. ¿Era posible rodar una película de hora y media lo bastante digna empleando tan sólo la presencia de un actor dentro de una caja desde el primer hasta el último minuto? ¿No había truco en medio (digamos..., escenas fuera de la caja, flashbacks, voz en off u otros)?
La respuesta a la primera pregunta es sí y la respuesta a la segunda es no. Por increíble que parezca, y pasados los cinco primeros minutos de agobio ante la situación que se plantea, disfruté de principio a fin con una historia sencilla, muy bien rodada y absolutamente creíble hasta el punto de que cuando termina la cinta me quedé muy sorprendido y preguntándome a mí mismo: ¿Ya se ha terminado? Se me había hecho corto, lo cual es para mí uno de los mejores elogios que puedo hacer de un largometraje.
Buried cuenta la historia de Paul Conroy, un conductor de un convoy norteamericano de los que participan en "la reconstrucción" de Iraq, que despierta en el interior de una caja de madera (un ataúd al estilo de los países árabes) bajo tierra. Allí recuerda que el convoy ha sido atacado en Baquba por un grupo de insurgentes, que han matado a todos sus compañeros menos a él (y más tarde veremos que a una compañera suya) y que tratan de hacer negocio con su persona exigiendo un rescate millonario a la embajada de EE.UU. (rescate que la administración norteamericana no tiene intención de pagar) a cambio de desenterrarle. La hora y media se la pasa Conroy tratando primero de convencer a las autoridades de que está donde realmente está (hay que imaginarse la cara de la operadora telefónica del número de emergencias de Ohio cuando recibe una llamada de un tipo que dice estar enterrado en algún lugar del desierto iraquí), intentando hablar con su familia (el teléfono de su mujer siempre le responde con el contestador automático excepto en la última llamada), con la empresa que le ha contratado (donde se explica a la perfección el cinismo con el que operan este tipo de compañías de "reconstrucción"), con uno de los insurgentes (el que le impone las condiciones para liberarle) y sobre todo con Dan Brenner (el responsable de la oficina especial para este tipo de casos con la que cuentan los militares norteamericanos que operan en la zona).
Toda la película se centra obviamente en si Conroy consigue o no ser rescatado, lo que sólo se desvela al final (genial final, por cierto, que parece sacado de uno de los legendarios Tales from the crypt), y para incrementar la tensión de la historia contamos única y exclusivamente con la iluminación que el camionero es capaz de producir con su mechero Zippo, la luz del teléfono móvil y unas linternas que le han dejado los insurgentes en su saco personal. Hay también alguna sorpresa más, que el propio Rodrigo llega a sugerir en las entrevistas de promoción cuando describe su obra de forma malévola como "una peli de Indiana Jones dentro de una caja".
En esas entrevistas también asegura que la historia no tendría por qué suceder necesariamente en Iraq, que hubiera funcionado igual en otro ambiente, con otros secuestradores que no fueran los insurgentes, pero ahí creo que se equivoca. Uno de los factores que justifican la credibilidad del argumento (la brutalidad psicológica con que de hecho es tratado Conroy por sus secuestradores a los que, por otra parte, hasta al propio camionero se le hace difícil odiar en los contados momentos en los que se abstrae de su fatal cautiverio) es precisamente todo lo que rodea al conflicto iraquí. Es, también, una de las razones de su éxito en Estados Unidos, donde los espectadores llegaron a hacer colas de seis horas en el Festival de Sundance para asistir a uno de los pases. Buried está arrasando en las taquillas norteamericanas aunque no tengo tan claro que lo llegue a hacer en las españolas, donde lo de Iraq sigue cayéndole muy lejos a la mayoría de la opinión pública local.
En resumidas cuentas: película imprescindible para ver este otoño (ésta sí tendría posibilidades en los Óscar de Hollywood y no las ñoñerías que suele escoger la pomposa Academia del Cine Español) y gran lanzamiento para Rodrigo que sin duda le permitirá afrontar nuevos y sorprendentes proyectos, esperemos que en un futuro no demasiado lejano.
Y, volviendo al maestro Poe: "Ay, la torva legión de los terrores sepulcrales no se puede considerar imaginaria por completo pues los demonios, en cuya compañía Afrasiab viajó por el Oxus, han de dormir o nos devorarán..., permitámosles que duerman o pereceremos".
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