Una docena de especialistas en genética anunció hace un par de semanas a través del The Times su disposición a publicar alegremente en Internet sus genomas personales completos en un intento de convencer a las incautas ovejitas…, quiero decir, a la sociedad en general, de que este tipo de información “no es tan privada ni delicada como para no ponerla a disposición de otros”. La iniciativa la han bautizado con el nombre de Genomes Unzipped (que podría traducirse como Genomas Descomprimidos en alusión al popular programa informático para manejar grandes archivos en Internet) y según ellos lo que se busca es “desmitificar el código genético” para “disipar los temores” a que la publicación del ADN “conlleve riesgos de discriminación o de pérdida de privacidad”. ¡Si sólo fueran ésos los riesgos… (que ya me parecen suficientes, por cierto)!
Los autores de semejante trampa son diez científicos establecidos en el Reino Unido, otro norteamericano y (vaya, vaya…, ¿por qué será?) un abogado especializado en asuntos relacionados con la genética y también estadounidense. Su polémica iniciativa se gestó en un pub de Cambridge llamado Eagle (Águila), muy frecuentado por gentes del sector. De hecho, el el mismo en el que Francis Crick y James Watson anunciaron en 1953 haber descubiero "el secreto de la vida", o sea la doble hélice de la estructura del ADN. Encabezados por Daniel MacArthur, uno de los expertos genetistas, aseguran que sus propósitos son honorables y en pro de la salud y la mejora de la sociedad (los que desarrollaron la bomba atómica decían lo mismo) pues “publicar nuestros propios datos hará que la gente pierda el miedo a lo que rodea al genoma y lo vea de forma más clara”. Eso facilitaría en su opinión la creación de bancos públicos de ADN a los que tendrían acceso todos los científicos del mundo para acelerar las investigaciones en esta materia…
En la actualidad, los bancos de datos genéticos que se utilizan para este tipo de actividad están (todavía) sujetos a acuerdos de confidencialidad que limitan su utilidad para los científicos, a los que les encanta juguetear y experimentar con los seres humanos en su paranoica obsesión por descubrir hasta el último de los ladrillitos que componen el mundo de la materia, pensando que así serán capaces de dar un sentido a la vida (cuando ese sentido jamás lo encontrarán en ese mundo sino en el del espíritu..., ¡que eso es de Primero de la carrera de Dios!). De hecho, y aunque no se atreven a decirlo en voz alta (ni siquiera se lo reconocen a sí mismos), una inmensa mayoría de ellos coquetean, envidiosos, con la idea de trabajar con manos libres y sin “trabas morales” como suelen hacerlo los que están al servicio de regímenes totalitarios: al “estilo Mengele”, para entendernos. Como eso está, en estos momentos, un poco complicado, llegan a ofrecerse a sí mismos alegremente como sucede en este caso; pero no nos engañemos: no suelen hacerlo por nuestro bienestar sino por su propio prestigio y medro profesional y económico. Casi todos los científicos de un nivel importante (como casi todos los profesionales que están en primera línea) suelen ser personas fracasadas como tales, a los que no les ha importado sacrificar todo en su vida (su pareja, su familia, su salud, su tiempo..., hasta su alma) para obtener a cambio el éxito y el reconocimiento en su trabajo.
Existe una organización en el Reino Unido que se llama GeneWatch y que suele advertir de los riesgos que conlleva la investigación genética, aunque es bien cierto que la gente corriente no tiene una opinión muy definida al respecto (a no ser que le hablen, por ejemplo, de clonar a su perrito querido que falleció de viejo hace dos semanas o que vean alguna película que trate el tema directamente como por ejemplo El sexto día). Helen Wallace, una de sus portavoces, recordó que digan lo que digan estos "generosos mártires de la ciencia", el ADN contiene "información muy personal y es obvio que uno no puede estar seguro de que no va a ser utilizada" por otras personas. Por tanto "no creo que sea algo que deban estimular los científicos".
Lo más grande de todo esto es que existen diversas opiniones acerca de la importancia real de la genética en nuestra vida. Sin ir más lejos, una persona puede sufrir un alto índice, digamos un 90 por ciento, de desarrollar un tipo de cáncer determinado que afecta a su familia generación tras generación y vivir obsesionado con ello, preocupado por cómo prevenirlo, gastándose una millonada en terapias para prepararse..., y luego morirse en un accidente de tráfico antes de que el mal haya tenido tiempo de manifestarse. O aún más interesante, puede formar parte del 10 por ciento de los que, aun teniendo el gen, no lo llegan a desarrollar jamás, con lo cual puede morirse de viejo igualmente obsesionado a la espera de que se le dispare la enfermedad de un momento a otro sin que ésta asome la patita en ningún momento.
Los propios científicos no se ponen de acuerdo respecto a la utilidad de la genética. Ayer mismo el ingestigador Ginés Morata, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2007 aseguraba en Madrid que esta ciencia determina no sólo la estructura física sino también la intimidad humana. Esto es, los comportamientos, los sentimientos, la respuesta a los estímulos... Según él, todo nuestro comportamiento es "principalmente genético, actuamos y somos básicamente como nos dicta nuestro genoma" y la educación y las condiciones sociales de cada uno son "leves matices" que apenas pueden atemperar nuestro destino. Eso decía Morata, entroncando con algún estudio que conocimos no hace mucho tiempo sobre la existencia de un tipo de genes que afectaría sólo a los hombres y que predispondría a la infidelidad.
Y sin embargo..., sin embargo hay otros especialistas en la materia que opinan todo lo contrario. Por ejemplo hoy en Murcia el forense Aurelio Luna, del Instituto de Medicina Legal de esta región y presidente además de la Cruz Roja murciana, hacía un análisis opuesto y aseguraba que quienes han sido condenados por cometer un crimen "no pueden buscar excusas en su genoma porque no existe una predisposición genética para ser criminal". De hecho, los gemelos univitelinos, con un mismo genotipo, pueden sufrir enfermedades bien distintas porque "los genes se expresan de manera diferente según transcurre el tiempo". Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Estamos condicionados o no por el dichoso genoma?
En el fondo, da igual porque el destino de cada uno depende no sólo de nuestra herencia genética sino de muchas otras cosas: la educación que hayamos recibido, las circunstancias vitales que atravesemos, las influencias que podamos reconocer (en amigos y conocidos) o no (en los medios de comunicación y la sociedad en general)... Y es un destino marcado, inalterable, para la mayoría de los seres humanos, ya que la única forma de cambiarlo pasa por una profunda labor de ingeniería interna, de reconstrucción del alma en la que el aspirante a liberarse de las cadenas de este mundo debe atravesar diversas pruebas para salvarse a sí mismo antes de alcanzar la ordalía final. Y muy pocos se atreven a eso.
De toda esta historia, me quedo con el descaro increíble de estos científicos en su pasión por dominar a sus cobayas humanas, en un paso más dentro de la enloquecida carrera por controlar a la población hasta límites nunca antes vistos. Un proyecto que ya ha logrado algunos hitos importantes desde otros puntos de vista como por ejemplo convencernos de que es bueno que vendamos nuestra intimidad a las cámaras de televisión o que portemos con nosotros unos aparatos como los móviles o los GPS gracias a los cuales alguien sabe siempre en todo momento dónde encontrarnos.
La Libertad debería ser uno de los valores irrenunciables del hombre, pero la hemos cambiado por un plato de lentejas. Y además, caducadas.
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