Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 15 de febrero de 2011

La pieza que faltaba para darle sentido

Hay una leyenda popular árabe que siempre me ha intrigado mucho y que demuestra que hasta las más (presuntamente) originales ideas literarias como la de Soy leyenda de Richard Matheson no son en realidad sino ecos de historias que ya se contaban en tiempos tan antiguos que los hemos olvidado. Y que a menudo esconden secretos escalofriantes...

Ésta en concreto trata de un maestro llamado Khidr que un día lanzó una advertencia terrible a la Humanidad y era que en un plazo concreto de tiempo toda el agua de la Tierra desaparecería. Sólo estaría disponible aquélla que alguien se hubiera tomado la molestia previa de almacenar. En cuanto al resto, sería reemplazada por una nueva agua que volvería locos a todos aquéllos que la ingirieran. Es decir, a todo el mundo, pues todo el mundo necesita beber agua tarde o temprano.

Casi nadie hizo caso de semejante advertencia a pesar de reconocer que su autor era un hombre muy sabio, cuyos consejos y recomendaciones siempre habían ayudado a la comunidad. Sólo un vecino decidió actuar en consecuencia y, en su finca, hizo excavar un almacén inmenso que luego sin decir nada a nadie llenó de agua. Tenía suficiente para vivir siete vidas bebiendo sólo de su precioso tesoro...

Llegó el día anunciado por Khidr y los pozos se secaron, los ríos dejaron de correr, los lagos se evaporaron y no quedó agua para beber. La gente, desesperada, se dejó llevar por el pánico y todo el mundo empezó a buscar el líquido elemento, mientras consumía otras cosas como cerveza o jugo de uva. Se llegaron a pagar auténticas fortunas por unas jarras de agua milagrosamente conservadas en algunas casas. El vecino previsor abandonó la ciudad y se retiró prudentemente a su finca donde decidió vivir a partir de entonces sin exponerse a los disturbios y altercados de fuera..., y bebiendo su agua almacenada.

Poco tiempo más tarde, se nubló y empezó a llover con fuerza. Era el agua nueva predicha por el sabio. Llovió y llovió durante muchos días hasta que los pozos empezaron a rebosar, los ríos volvieron a correr más caudalosos que nunca y los lagos se hicieron navegables como si se tratara de grandes océanos. La gente lo celebró con gran alegría bebiendo sin parar. Incluso se quedaban de pie en medio del campo mirando hacia el cielo con la boca abierta para beber directamente de lo que caía de las nubes.

Pasaron unos días y el vecino decidió abandonar su finca. Era un tipo muy sociable y no le gustaba la soledad. No lo estaba pasando bien, refugiado allí, por más que se hubiera convertido en el único hombre del mundo que podía seguir disfrutando del agua antigua. Así que decidió arriesgarse y abandonar su propiedad para ver si las cosas se habían calmado. En efecto, regresó a la ciudad y se encontró que la gente hacía de nuevo vida normal..., excepto por un pequeño detalle: hablaban una lengua extraña, gesticulaban y se movían de una forma diferente, iban y venían sin que el vecino comprendiera por qué incurrían en tantas extravagancias gratuitas...

El vecino intentó hablarles pero ellos no le comprendieron y pensaron que se había vuelto loco. Algunos le lanzaron piedras y le insultaron, tratándole como un simple o un orate. Otros lloraron al verle y se compadecieron de él ofreciéndole un mendrugo de pan pues pensaban que estaba en la indigencia más absoluta. Ninguno se acordaba de él, ni siquiera sus antiguos amigos. Ni siquiera su novia, que no le reconocía y ahora tonteaba con otros ciudadanos. Irritado, el hombre regresó a su finca y se encerró en ella.

Pero no duró demasiado tiempo en su refugio personal. Confuso, desmotivado, enfadado, temeroso y finalmente desesperado, tomó una decisión tremenda. Regresó a la ciudad y bebió el agua nueva del pozo que estaba a la entrada de la misma. De inmediato se olvidó de su finca y, por supuesto, de su almacén subterráneo de agua buena..., pero no le importó lo más mínimo porque había empezado a entender a los demás y ellos a él. Todo cobraba sentido de nuevo. Sus amigos y hasta su novia le reconocieron y le dieron la bienvenida entre ellos, como alguien que había estado perdido y había sido encontrado, como un loco que había recuperado milagrosamente la razón...

 Como digo, esta leyenda siempre me había dejado un poso de incomodidad profunda, como si le faltara una clave para entenderla por completo, y hete aquí que la clave me la ha dado mi profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin esta mañana. Con una sola frase (bueno, con dos, porque hizo dos preguntas retóricas para revelármela):

- ¿Cómo? ¿Pero no sabías que Khidr fue el maestro de Moisés?

Ahora el cuento tiene sentido..., y se vuelve mucho más terrorífico que antes.

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