Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 7 de febrero de 2011

Nadie está seguro en ninguna parte

Hace sólo unos días ha comenzado a funcionar en España un nuevo (y eficiente) modelo de control del tráfico y, por consiguiente, de la movilidad de las personas: los radares de tramo. De momento, hay dos parejas instaladas. La primera, en el túnel de Guadarrama en la AP-6 entre Madrid y Segovia, y, la segunda, en el túnel de Torrox en la A-7 en Málaga. Los radares normales registraban automáticamente con una foto aquel coche que pasaba por delante de ellos a una velocidad superior a la permitida, a fin de tramitar la multa correspondiente . Pero los radares de tramo en lugar de tomar sólo esa imagen de los automóviles infractores la toman de todos los vehículos por sistema: una al comienzo del recorrido prefijado, al pasar por el primer radar, y otra al final, al pasar por el segundo. El sistema posee un dispositivo que calcula la velocidad media del tramo: por ejemplo, si el recorrido es de 90 kilómetros y la velocidad máxima es precisamente de 90 por hora, cualquier coche que tarde menos de una hora en llegar desde el primer radar al segundo será porque ha ido a mayor velocidad que la permitida y, por tanto, sus imágenes se tramitarán para multarle.  


Este dispositivo irá progresivamente extendiéndose hacia el resto de la red viaria española (durante 2011 está previsto instalar otros cuatro radares de este tipo) tras ser presentado como un gran avance para la seguridad en las carreteras. El razonamiento es que de nada sirve cambiar de carril o frenar justo antes de la cámara instalada al final del tramo controlado para no ser "cazado", ya que el dispositivo calcula la velocidad media, no aquélla a la que se circula en ese momento, por lo que no se puede disimular la velocidad total utilizada. Ahora bien, se supone que las cámaras sólo remiten por fibra óptica al centro de gestión de multas de tráfico ubicado en León las fotos de los coches que hayan infringido la norma. Sin embargo, la verdad es que nada impide que a partir de ahora todos aquéllos que circulen por estos tramos concretos sean constantemente vigilados (cometan o no una infracción) en cuantos trayectos realicen, qué días, a qué horas y, dependiendo de la calidad de las cámaras, si van acompañados y por quién. Un amigo de esta bitácora, El Hombre de Truébano, que sabe de mi preocupación por los crecientes controles al ciudadano en esta sociedad nuestra cada vez más granhermanada, me habló por primera vez de esta tecnología en una cena hace ya tres o cuatro años. Por entonces, parecía aún muy lejana su implantación pero él, especialista en este tipo de infraestructuras, sonrió satisfecho ante mi creciente inquietud antes de concluir: “Es el control perfecto del coche..., no tiene escapatoria”.

Resulta irritante que la mayor parte de las leyes que se han aprobado en los últimos años, no sólo a nivel nacional sino europeo y aún algunas a nivel mundial (a través de las diversas agencias de la ONU), sean normativas más sancionadoras y orientadas hacia la prohibición que hacia la regulación en sí de todo tipo de actividades o mercados. También a nivel comercial la oferta de las grandes empresas al consumidor se basa cada vez en mayor medida en un estricto control del usuario. Desde el "nivel de seguridad" que redes sociales como Facebook insisten en aumentar para nuestra "protección" (y para lo cual no dejan de exigirnos todo tipo de datos personales que, si entramos al juego y se los facilitamos, en realidad nos convierten en más vulnerables) hasta los nuevos juguetitos electrónicos como la Apple TV, cuyo funcionamiento comprobé el otro día.

La Apple TV consiste en un pequeño artefacto que se enchufa a la tele y convierte ésta, entre otras cosas, en una sucursal de Internet y en un videoclub on line: uno escoge la película que desea ver, la paga en la cuenta previamente abierta con la empresa de la manzana mordida y tiene 48 horas para verla. La oferta de títulos es corta, todavía, y a un precio excesivo para lo que se pretende, pero las condiciones mejorarán en muy poco tiempo. Se presenta como la solución ideal para los que no tienen mucho sitio en casa: ¿para qué almacenar cientos de películas que ocupan un precioso y escaso lugar físico si la mayoría de ellas sólo las veremos una vez y de esta manera están siempre disponibles para descargarlas a placer? Se parece a la apuesta por los e-books: ¿qué necesidad hay de acumular libros físicos en el hogar, pudiendo disponer de ellos en formato digital e incluso deshacernos de los archivos y sustituirlos por otros una vez leídos?


No sería mal razonamiento si no fuera porque nos encontramos ante el mismo riesgo que el de los radares de tramo: la tentación del control ilegal del usuario. La tecnología que justo ahora vende Apple estaba prevista y en fase de desarrollo hace al menos diez años (porque entonces ya me hablaron de ello) y su punto oscuro es precisamente ése. Ahora, yo tengo una serie de películas y de libros en casa con los argumentos que a mí me interesan, que pueden parecerle bien o mal a las autoridades pero que a mí me gustan, y que puedo ver o leer cuando quiera, como quiera y dejárselos a quien quiera sin que nadie me fiscalice ni me pida cuentas. Pero cuando se generalice esta propuesta, a partir del momento en que alquile vía internet, alguien puede empezar a acumular en mi ficha personal qué películas o libros me interesan (qué temas concretos, qué títulos…, suponiendo que me los ofrezcan en el catálogo porque lo más probable es que ni aparezcan), cuándo los “consumo”, si lo hago de una vez o en “capítulos”…  Parece una tontería, pero no lo es, porque sirve para construir un estudio muy detallado sobre nuestros gustos e intenciones personales que va más allá de la simple recogida de datos con intenciones publicitarias.

Éstos son sólo algunos de los nuevos sistemas de monitorización progresiva de los ciudadanos a base de convencerles de la veracidad de una ecuación falsa: más control = más seguridad. Me da la risa cada vez que un gobierno en general o un ministro del Interior en particular se ofrece a "garantizar" mi seguridad. Todos hemos visto esos videos instalados en lugares públicos que no sólo no han servido para evitar agresiones, robos e incluso asesinatos sino que a veces ni siquiera han permitido capturar a los autores del crimen. Eso sí: durante unos días han sido las imágenes más vistas (viva el morbo) en los buscadores de videos de Internet. 


Y por todas partes nos venden la patraña de la seguridad. A finales de enero, un estudio de JACDEC (Jet Airliner Crash Data Evaluation Center), la Oficina Alemana para la Investigación de Accidentes Aéreos, elaboraba una lista de las compañías aéreas más seguras del mundo. Sólo siete de las sesenta principales aerolíneas del planeta se han librado durante los últimos 30 años de sufrir algún tipo  de siniestro y han firmado la extraordinaria estadística de no haber perdido ni un solo aparato. Son la alemana Air Berlin, la portuguesa TAP, la finlandesa Finnair, la australiana Qantas, la neozelandesa Air New Zeeland, la china Cathay Pacific de Hong Kong y la japonesa Air Nippon Airways. En lo personal, hacer público semejante dato me parece retar a los dioses chinos (que tienen muy mala uva), pero lo cierto es que el hecho de que estas compañías puedan sacar pecho por un trabajo impecable durante tres decenios, en modo alguno garantiza que mañana mismo no me vaya a subir a uno de sus aviones y, justo en ese vuelo, se rompa trágicamente la estadística. 

¿Por qué? Porque el concepto que nos venden es mentira: por mucho que nos lo repita la propaganda oficial, nadie puede garantizar nuestra seguridad en ninguna parte. Cualquier cosa puede sucedernos en cualquier sitio en cualquier momento.


Puestos a recoger datos, el estudio anual elaborado por el Centro de Investigación sobre Epidemiología de Catástrofes y la agencia de la ONU sobre Estrategia Internacional de Prevención de Catástrofes, cifraba en 373 el número de desastres naturales que sucedieron durante 2010, que además afectaron a más de 200 millones de personas y le costaron la vida a unas 300.000. No son datos exactos, porque no se han contabilizado directamente sino que provienen de diversas fuentes: desde entidades gubernamentales hasta ONGs o compañías de seguros. El Top Ten de las catástrofes naturales de 2010 está formado por el terremoto de Haití, la ola de calor en Rusia, el terremoto en China, las inundaciones en Pakistán, los deslizamientos de tierra y también inundaciones en China, el terremoto de Chile, el de Indonesia, la ola de frío en Perú y los deslizamientos de tierras en Uganda. Habría que sumar a todo esto otros desastres menos "naturales" como los causados por la guerra, el hambre y/o las enfermedades.


Y aún podemos aportar un tercer estudio interesante que habla de lo inseguro de la vida y es el documento del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia de México que indica que casi la cuarta parte de las cincuenta ciudades más peligrosas del planeta son mexicanas. Creo que la estadística está en este caso un poco inflada, porque existen bastantes lugares mucho más peligrosos en el planeta, pero es cierto que este país padece en los últimos años una gravísima combinación de crimen generalizado (robos, agresiones, etc.) y narcotráfico que ha obligado al Estado a esforzarse al máximo sólo para no perder más terreno frente a las hienas. Según este estudio, Ciudad Juárez es, por tercer año consecutivo, la urbe más peligrosa del mundo con una tasa de 229 homicidios por cada cien mil habitantes (sorprendentemente, muy por encima de la afgana Kandahar o de otras ciudades iberoamericanas como la hondureña San Pedro Sulas o al venezolana Caracas) y un aumento en los últimos veinticinco años del ¡5.681 por ciento! en el número de homicidios.

Otras ciudades mexicanas peligrosas que aparecen son Chihuahua, Tijuana, Durango, Cuernavaca... Curiosamente no lo hace Ciudad de México, a pesar de estar considerada una de las localidades más inseguras del planeta, pero es por su reducida tasa de homicidios (en comparación con las otras). La lista incluye localidades de tiversas partes del mundo: desde la colombiana Medellín a las norteamericanas Detroit y Baltimore, las iraquíes Bagdad y Mosul, la jamaicana Kingston, la rurafricana Ciudad del Cabo o las brasileñas Río de Janerio y Brasilia.


Así pues, reconozcamos que nadie puede garantizar nuestra seguridad en ningún lado. De hecho, estamos vivos de milagro. Sabemos que si nuestro planeta estuviera sólo un poco más cerca del Sol, la temperatura en la superficie sería tan elevada que la vida sería imposible. Y si estuviera sólo un poco más lejos, sería tan baja que sucedería igual. Un meteorito puede caernos encima en cualquier momento y acabar con nosotros sin que nos enteremos. Un vecino puede dejarse abierta la llave del gas y reventar la casa entera. Un imbécil borracho puede atropellarnos antes de que nos demos cuenta. Un infarto silencioso puede agarrotarnos el corazón cuando pensábamos haber superado el estrés. Un trozo de comida puede quedarse en nuestra garganta y asfixiarnos. Un resbalón inoportuno puede arrojarnos escaleras abajo y desnucarnos... 

Por mucho ejército privado que tengamos, por muchas cámaras que nos graben, por mucho cuarto acorazado en el que pretendamos sepultarnos..., no podemos hacer nada. Estamos en manos de los dioses. La vida es, en sí, un riesgo que no podemos controlar: un resbaladizo tobogán por el que nos arrojan en el momento de nacer y en el que a veces de manera tonta intentamos frenar en las curvas cuando carecemos de poder alguno sobre lo que nos rodea. Más nos valdría simplemente dejarnos ir, dejarnos caer y disfrutar del trayecto..., y de las vistas.

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