Esta misma mañana tuve oportunidad de charlar con una de las personas que ha hecho funcionar durante los últimos años una de las más importantes instituciones culturales españolas y, tras unos pocos minutos de conversación, llegamos enseguida a la triste pero indiscutible conclusión de que nunca antes en la Historia los seres humanos en general y los españoles en particular han tenido acceso a mayores posibilidades de cultura y formación y nunca antes las han desechado con mayor osadía e ignorancia ni han caído en un tan grave nivel de analfabetismo funcional como en la actualidad. En realidad, no es que ni esta persona ni yo tuviéramos una gran capacidad para llegar a conclusiones demoledoras con especial rapidez (bueno, yo sí porque estoy en la carrera de Dios desde hace tiempo) sino que nos limitamos a confirmarnos el uno al otro la sospecha que cada uno por su lado, y supongo que no somos los únicos, había ido madurando a partir de la observación de la vida cotidiana.
Y es que aquí todo el mundo se sabe de carrerilla la vida y milagros de cierta indocumentada cuyo único mérito fue acostarse con un torero, tener una hija de él y luego separarse y ponerse a chillar como un mandril para descalificar a otros personajes del mismo estilo y que tan poca cosa han hecho por el progreso de la Humanidad, pero si uno pregunta por ahí algo de cultura elemental como por ejemplo cuáles son las 7 Maravillas del Mundo Antiguo puede recibir contestaciones como la que me dio a mí ¡una periodista! y que fue la siguiente: "No, no son 7, son 70: tengo la edición especial del Readers Digest donde vienen las 70 maravilllas del mundo, desde la Torre Eiffel hasta el Gran Cañón del Colorado". ¡Si Antípatro de Sidón levantara la cabeza!
Incluso las personas un poco más documentadas y con cierta inquietud por lo que les rodea suelen cometer a menudo errores garrafales (que defienden con encendida pasión), al basar su construcción del mundo sobre un montón de imprecisiones y sobreentendidos nacidos de un bajo nivel de vigilia personal y unas fuentes de información que no siempre brotan limpias y transparentes (al contrario; por desgracia, cada día que pasa es más corriente que esas fuentes se parezcan más a la cañería/vertedero de un desagüe apestoso que a un fresco y dulce arroyuelo habitado por ondinas).
A ello hay que sumar la obsesión por liquidar la humildad y "quedar bien". Todo el mundo quiere "quedar bien" con los demás, al precio que sea y eso implica estar siempre a la moda, conocer los últimos chismes y opinar sobre cualquier cosa aunque no se tenga ni idea sobre el asunto a tratar (éste último es uno de los vicios nacionales en España). Es realmente patético ver a algunas personas defendiendo que ciertas circunstancias históricas se desarrollaron de una forma y no de otra ¡porque lo vieron en una película o en un telefilme (ni siquiera lo leyeron en un libro)! y no porque han llegado a la conclusión correspondiente después de años de lecturas, viajes, entrevistas y, sobre todo, maduración personal de la opinión. Paradójicamente, cuanto menos se conoce acerca de algo, más se aferra uno a la bandera de su creencia para defenderlo ante los demás, convencido de que manteniendo esta actitud ganará en la batalla dialéctica y..., "quedará bien".
En ocasiones, uno tiene los ases en la manga en una discusión y puede desenmascarar con pruebas incontestables a estos okupas del razonamiento, que entonces se desinflan, muy descolocados, y empiezan a balbucear aquellas clásicas palabras: "Ah, pero entonces..., no puede ser... Yo pensé que..." Ante lo cual, siempre recuerdo una de las expresiones favoritas de cierta persona de edad que conozco bien: "El señor Yopenseque y el señor Yocreique son amigos del señor Burreque".
Y es que damos muchas cosas por sentado. Creemos que las cosas son lo que parecen sólo porque alguien con presunta autoridad (un político, un científico, un medio de comunicación...) nos lo ha dicho y sin preguntarnos si eso será realmente cierto o no. En consecuencia nos pasamos la vida opinando y actuando sobre bases completamente falsas o al menos desconocidas para nosotros..., con los resultados que cada uno puede apreciar en cada una de sus vidas.
Por ejemplo, muy poca gente sabía hasta que ella misma lo reveló en las memorias que publicó hace pocos meses que Juanita Castro, la hermana menor de Fidel y Raúl (sí, de ésos Fidel y Raúl) trabajó para la CIA dentro de Cuba escondiendo y asistiendo a los disidentes políticos perseguidos por sus propios hermanos, asqueada por los fusilamientos y la represión que los Castro Ruz impusieron en el "paraíso cubano". O que el famoso fragmento del cráneo que conservan las autoridades rusas (ex-soviéticas) y que llevan casi 65 años machacándonos con que se trata del único resto que queda de Adolf Hitler resulta que es falso porque, según ha revelado recientemente un análisis de ADN, perteneció a una mujer de unos cuarenta años (el verdadero destino de Hitler sigue siendo uno de los mayores misterios históricos aún por resolver). O que (éste es uno de mis favoritos) la piedra lunar (uno de los fragmentos que presuntamente se trajeron de nuestro satélite Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins) que regalaron las autoridades de EE.UU. a Holanda y que se exhibía en el Museo Nacional de Amsterdam es en realidad, según acaba de demostrar un equipo de geólogos, un simple pedazo de madera petrificada.
Pero todo esto no es lo más importante. Lo peor es: si durante años alguien, intencionadamente o no, ha sido capaz de engañarnos respecto a nimiedades como las que se relatan en el párrafo anterior, ¿no resulta inquietante preguntarnos en qué cosas realmente importantes siguen engañándonos hoy día y por qué banderas falsas, por qué cosas inexistentes, seguimos en nuestra ignorancia dispuestos a matar y morir?
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