Horatio Greenough construyó una escultura muy curiosa que hoy se puede admirar en el Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsoniana en Washington y que responde precisamente al nombre de Washington Zeus. Todo aquél que haya leído mi último libro Las claves de El Símbolo Perdido sabe a cuál me estoy refiriendo. Para los que no la conozcan, se trata de una imagen del primer presidente de los EE.UU. (y reconocido masón) esculpido, como su nombre indica, como el auténtico padre de los dioses griegos. Lo más chocante es la combinación de la cabeza, un retrato fiel -peinado de la época incluido- del famoso personaje coronando un atlético y hercúleo cuerpo del que seguramente le hubiera gustado disfrutar en vida. Washington figura sentado en un trono y, mientras señala hacia el cielo con su mano derecha, con su mano izquierda sujeta una espada con su vaina y su tahalí.
La composición está inequívocamente relacionada con las imágenes clásicas de Zeus, el "dios padre", y el simbolismo que se oculta tras la elección de este arquetipo no es ninguna casualidad ni desde luego pasa inadvertido, pero de eso hablo ampliamente en el libro y no es cuestión de repetirse. El caso es que existieron varios proyectos para construir un monumento específicamente dedicado al más conocido de los padres de la patria estadounidense y uno de los primeros y más ambiciosos fue un templo de estilo griego sobre cuya parte superior debería haberse esculpido un carro tirado por seis caballos. La idea era instalar allí arriba, como auriga divino, a Washington en pie sujetando las riendas con su mano izquierda mientras la derecha seguía señalando hacia su hogar como deidad. Sin embargo, en 1832, la época en la que se debatía el proyecto, el Congreso de los EE.UU. no disponía de suficiente presupuesto para ponerlo en pie (y tampoco habían hecho su aparición en la escena las grandes familias de banqueros que posteriormente se apoderarían del dólar a través de la Reserva Federal y que muy bien podrían haber adelantado los fondos necesarios), así que hubo que recortar el plan original.
Así pues, Greenough tuvo que contentarse con construir, diez años después de puesta en marcha la iniciativa, la imagen del presidente, pero ya no de pie sobre un carro en lo alto de un templo específico en su honor, sino sentado sobre un trono evocando, más que demostrando, la grandeza de su divinidad. Eso sí, lo talló en mármol blanco del bueno y con un tamaño de doce toneladas. Precisamente por el excesivo peso de la estatua fue por lo que se cambió su ubicación original, en la rotonda del Capitolio (cuyo pavimento comenzó a resquebrajarse al poco de instalada la figura en 1841) y, tras un peregrinaje en diversas ubicaciones próximas al edificio del Congreso sin que terminara de encajar en ninguna, acabó en la actual.
El motivo de esta pequeña nota de hoy es comparar la imagen de Washington con otra imagen muy característica aunque quizá menos conocida por aquéllos que no están muy al corriente de la evolución del pensamiento mágico a lo largo de los siglos: la de Baphomet, el misterioso ídolo al que se dice adoraban los templarios y que estaba relacionado con Satanás. ¿Lo adoraban realmente? Sobre los caballeros de la Orden del Temple se ha escrito, sobre todo en los últimos años, una interminable serie de insensateces a partir de relatos fragmentarios generalmente provenientes de testigos poco fiables. Por ejemplo, una de las acusaciones clásicas para "demostrar" su "anticristianismo" era la de que escupían y repudiaban la figura de Jesucristo crucificado en sus rituales secretos... Lo cierto es que los templarios no odiaban a Jesucristo (todo lo contrario: en su época fueron durante un tiempo casi los únicos que conservaron sus enseñanzas originales, no las que transmitió el Papado) sino que más bien despreciaban la cruz, su instrumento de tortura, y en la que afirmaban (siguiendo cierta antigua pero sólida herejía de corte hermético-gnóstico) no murió tal y como defendía el Vaticano sino que fue rescatado a tiempo, atendido, curado y puesto a salvo de sus perseguidores.
En los últimos años ha surgido una teoría muy interesante, con bastantes visos de realidad, según la cual, en realidad el "ídolo barbudo" ante el que se postraban no fue otra cosa que la hoy conocida como Sábana Santa, que habrían custodiado durante un tiempo indeterminado en sus fortalezas. Sin embargo, para el vulgo (y por supuesto para las fuerzas papales) los templarios eran sospechosos de sacrificar a Baphomet y así lo demostraban las numerosas confesiones de aquellos místicos y extraños caballeros..., obviando naturalmente el pequeño detalle de que todas ellas fueron extraídas bajo tortura.
En 1854, se publicó uno de los libros más conocidos de la historia del ocultismo contemporáneo, Dogma y ritual de Alta Magia, firmado por el erudito Alphonse Louis Constant, más conocido por su seudónimo esotérico de Eliphas Lévi. A partir de ese momento, quedó fijada la vinculación de Baphomet con el Diablo y, más específicamente con Satanás, que se aparecía en los aquelarres de las brujas en forma de macho cabrío para poseerlas y gozar del banquete infernal con sacrificios humanos incluidos. La Iglesia de Satán del siniestro Howard Stanton Levey, autorebautizado como Anton Szandor LaVey, lo asumió como su principal emblema, junto con el pentagrama invertido.
Tras esta necesaria explicación, comparemos pues las dos imágenes y, como diría Mac Namara, cada cual que saque sus conclusiones:
El motivo de esta pequeña nota de hoy es comparar la imagen de Washington con otra imagen muy característica aunque quizá menos conocida por aquéllos que no están muy al corriente de la evolución del pensamiento mágico a lo largo de los siglos: la de Baphomet, el misterioso ídolo al que se dice adoraban los templarios y que estaba relacionado con Satanás. ¿Lo adoraban realmente? Sobre los caballeros de la Orden del Temple se ha escrito, sobre todo en los últimos años, una interminable serie de insensateces a partir de relatos fragmentarios generalmente provenientes de testigos poco fiables. Por ejemplo, una de las acusaciones clásicas para "demostrar" su "anticristianismo" era la de que escupían y repudiaban la figura de Jesucristo crucificado en sus rituales secretos... Lo cierto es que los templarios no odiaban a Jesucristo (todo lo contrario: en su época fueron durante un tiempo casi los únicos que conservaron sus enseñanzas originales, no las que transmitió el Papado) sino que más bien despreciaban la cruz, su instrumento de tortura, y en la que afirmaban (siguiendo cierta antigua pero sólida herejía de corte hermético-gnóstico) no murió tal y como defendía el Vaticano sino que fue rescatado a tiempo, atendido, curado y puesto a salvo de sus perseguidores.
En los últimos años ha surgido una teoría muy interesante, con bastantes visos de realidad, según la cual, en realidad el "ídolo barbudo" ante el que se postraban no fue otra cosa que la hoy conocida como Sábana Santa, que habrían custodiado durante un tiempo indeterminado en sus fortalezas. Sin embargo, para el vulgo (y por supuesto para las fuerzas papales) los templarios eran sospechosos de sacrificar a Baphomet y así lo demostraban las numerosas confesiones de aquellos místicos y extraños caballeros..., obviando naturalmente el pequeño detalle de que todas ellas fueron extraídas bajo tortura.
En 1854, se publicó uno de los libros más conocidos de la historia del ocultismo contemporáneo, Dogma y ritual de Alta Magia, firmado por el erudito Alphonse Louis Constant, más conocido por su seudónimo esotérico de Eliphas Lévi. A partir de ese momento, quedó fijada la vinculación de Baphomet con el Diablo y, más específicamente con Satanás, que se aparecía en los aquelarres de las brujas en forma de macho cabrío para poseerlas y gozar del banquete infernal con sacrificios humanos incluidos. La Iglesia de Satán del siniestro Howard Stanton Levey, autorebautizado como Anton Szandor LaVey, lo asumió como su principal emblema, junto con el pentagrama invertido.
Tras esta necesaria explicación, comparemos pues las dos imágenes y, como diría Mac Namara, cada cual que saque sus conclusiones:
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