Siempre tiene las palabras exactas, mi profesor de Filosofía el gran Epicteto. Incluso cuando todo parece volverse en contra y, desesperanzado y abatido, uno se acerca a él pidiéndole consejo, él simplemente abre la boca y sus palabras vienen a ser como esa cascada cristalina que no sólo nos lava la piel sino el corazón.
Esta vez ni siquiera preguntó. Sólo sonrió al ver mi semblante entristecido y luego me dijo:
- Acuérdate de que eres un actor en una obra teatral, sea ésta larga o corta, en la que el autor ha querido que tú participes representando un rol. Y si él quiere que desempeñes el personaje de un mendigo, es preciso que hagas de mendigo tan bien como te sea posible. Y de la misma forma si prefiere que tu papel sea el de un cojo, el de un príncipe, el de un hombre corriente..., pues eres tú quien debe representar ese personaje que te ha sido dado pero es otro a quien le corresponde elegírtelo.
De todas formas, ambos sabemos que ese otro que ha elegido mi personaje actual no soy yo sino Yo.
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