Cuenta la Tradición que la Muerte se presenta ante cada persona de una manera diferente, según como haya sido esa persona a lo largo de su vida. Es decir, no se trata sólo de haber sido bueno o malo sino que también tiene mucho que ver cómo se ha sido bueno o malo. Una de las representaciones más hermosas y acertadas de la Dama de Blanco que he visto en el cine es aquélla que va a buscar a Joe Gideon, el personaje interpretado por Roy Scheider en All That Jazz (Empieza el espectáculo): una hermosa mujer, que escucha atentamente (casi diría maternalmente) el relato de su vida antes de, implacable, llevárselo consigo. Ha de ser así, porque Gideon, un adicto al trabajo, lo es también a la mujer, ante la cual se rinde de todas las formas posibles aunque en lo superficial se vea a sí mismo como una especie de macho alfa que no la necesita más que para calentar su cama.
Así pues, las creaciones que uno ha ido alimentando a lo largo de su vida se presentan en ese momento crucial para convertir el tránsito hacia el Otro Lado en un infierno espantoso o en una agradabilísimo y amable trayecto. Pensemos por ejemplo en cuán infernal pudo ser el paso de la Estigia para gentuza como Idi Amin Dada, el brutal (y caníbal) dictador ugandés en comparación con el bellísimo viaje de Wolfgang Amadeus Mozart arrullado por el espíritu de sus melodías inmortales... Aunque también es cierto que los mismos seres pueden ser interpretados, depende de cómo y desde dónde se miren, como ángeles o como demonios, según refleja la inquietante, esquizofrénica, bizarra y recomendable Jacob's Ladder (La escalera de Jacob) de Adrian Lyne. De todas formas, sigue siendo algo que depende de nosotros y de nadie más.
En mi caso, sé el aspecto qué tendrá cuando venga a buscarme porque he muerto ya muchas veces antes (para ingresar en la Universidad de Dios, es una exigencia previa conocer esta experiencia de primera mano; si no, uno se moriría del susto con las cosas que se enseñan aquí) y por tanto será como recibir de nuevo a una vieja amiga... Aunque la realidad es que la estoy viendo todos los días porque Muerte es uno de sus nombres pero Vida es el otro: ambas denominaciones son distintas formas de llamar a la misma circunstancia, depende de que lado del Espejo uno se coloque. Como cuando el socarrón Eliphas Levi decía que Dios y el Diablo son la misma cosa, sólo que "los que le llaman Dios es porque están mirando a su cara mientras que los que le llaman Diablo es porque miran a su culo".
Nuestros ancestros, mucho más sabios que nosotros, no temían a la Muerte, porque conocían su verdadera identidad y lo que había después de ella. Es fama que todos los pueblos hispanos preferían la muerte (a ser posible, la muerte honorable con la espada en la mano, igual que posteriormente los pueblos celtas, germanos y nórdicos, sus primos y descendientes) antes que la esclavitud o cualquier humillación parecida. Eran muy conscientes del sentido de nuestra existencia, no como los acobardados e ignorantes contemporáneos que no sólo no soportan la idea de la Muerte (sólo hablan de ella, y para mal, esos jóvenes enfermos que pertenecen a tribus urbanas como la autobautizada tribu gótica -¿por qué mancillarán, además, el adjetivo gótico identificándolo con sus siniestros gustos?-, donde se recrean en la imagen más denigrante y estúpida de mi amiga) sino que la rehuyen siempre que pueden y, si no tienen más remedio que mencionarla, cruzan sus dedos de manera tan supersticiosa como inútil.
No sé en qué momento exacto el hombre antiguo perdió el conocimiento de lo que es verdaderamente la Muerte, pero el icono con el que suelen representarla los mortales corrientes desde entonces (un ser esquelético cubierto con una capucha y con una guadaña en la mano) proviene de la Edad Media y, aunque no lo parezca, en su origen no fue una mera invención o creación de las gentes de aquellos días sino una descripción de algo que vieron. Para entenderlo, situémonos en la Europa del siglo XIV, en plena y apocalíptica época de la Peste Negra: uno de los peores horrores al que tuvo que enfrentarse jamás el Viejo Continente. Según los historiadores, la enfermedad que causó la muerte de al menos 25 millones de personas (como mínimo algunas estimaciones hablan de una mortandad de ¡hasta un 60 por ciento de la población de aquel tiempo!) no fue otra cosa que una pandemia de peste bubónica originada en algún lugar de las estepas centrales asiáticas al norte de La India. La responsable de la peste bubónica es una bacteria científicamente conocida como Yersinia Pestis que se contagia a través de las pulgas, a las cuales les gusta cabalgar a lomos de la rata negra o rata de campo. La hipótesis más generalizada sobre lo que ocurrió asegura que la peste llegó a territorio europeo gracias al avance de los ejércitos mongoles que sitiaron una colonia genovesa hoy conocida como Teodosia a cuyo interior y para forzar su rendición lanzaron como proyectiles de sus catapultas cadáveres infectados con esta enfermedad. Los refugiados que lograron huir de la colonia la llevaron consigo a su regreso a los puertos italianos desde donde se extendería por toda Europa. Otra hipótesis excluye a los mongoles pero inculpa igualmente a los navegantes italianos que, tras la estela de las rutas abiertas por Marco Polo el siglo anterior, intensificaron los contactos con los lejanos y exóticos países del Este y no sólo trajeron de allí las sedas más brillantes sino un montón de ratas infectadas.
Los expertos hablan de dos tipos de Peste Negra. La primera de ellas es la más conocida: la bubónica que se presenta con bubas o inflamaciones de los ganglios linfáticos que causan la muerte en pocos días si no se tratan de forma adecuada. No es una enfermedad contagiosa entre los seres humanos, sino que se requiere la intervención de un portador (la pulga de la rata, que lleva consigo la Yersinia Pestis). La segunda forma es muy contagiosa y se la conoce como peste neumónica incluyendo su manifestación altas temperaturas del cuerpo, escalofríos y toses con sangre. Se transmite con más facilidad en climas fríos y de pobre ventilación y es aún más mortal que la bubónica. Algunos médicos pinesan que fue la neumónica la enfermedad responsable del mayor número de muertes durante la crisis.
Sin embargo...
Sin embargo, muchos de los brotes de la Peste Negra, fuera bubónica o neumónica aparecieron en regiones despobladas en un clima veraniego (y caluroso) y a menudo sin presencia previa (al menos, conocida) de roedores infectados con la enfermedad. ¿Cómo pudieron contagiarse grandes poblaciones, aisladas de los lugares afectados y sin contacto con ellos?
Uno de los libros más interesantes sobre esta cuestión lo firmó el historiador y psicoanalista alemán Johannes Nohl en 1926 con el títulto de The Black Death, a chronicle of the plague (La Muerte Negra: una crónica de la plaga). Es interesante porque este investigador se dedicó a bucear en los textos de la época para descubrir cómo se enfrentaron los hombres medievales a esta brutal enfermedad y descubrió relatos muy sorprendentes que giran en torno a dos hechos llamativos. Primero, la inusual actividad "celeste" poco antes de desatarse una epidemia y, segundo, la aparición de la enfermedad por culpa de unos "demonios" o de una "niebla anómala y nauseabunda".
Respecto a la actividad "celeste" los cronicones de época hablan del espectacular avistamiento de "cometas", a menudo viajando juntos sobre los cielos en los meses o semanas previos a la aparición de la enfermedad. Hay relatos específicos de la "columna de fuego" vista sobre el Palacio del Papa en la localidad francesa de Avignon, la "bola de fuego" sobre París, el "rayo encendido" en Viena o el "cometa con la forma de un rayo de madera puntiagudo" sobre tierras árabes. Las observaciones de este tipo de fenómenos extravagantes precursores de la desgracia se relacionaron en algunos casos con (y aquí llegamos a lo más interesante) la aparición de unos "diablos" de "aspecto humano" pero apariencia "horrorosa" y "vestidos de negro" que fueron vistos por muchas personas en los alerededores de las poblaciones donde poco después aparecía la pandemia. Nohl recoge por ejemplo un caso acaecido en 1559 en Brandenburgo, Alemania, donde estos seres utilizaron "largas guadañas con las que cortaban la avena, con lo que el crujido de sus aperos se podía oír a mucha distancia, aunque la avena quedaba en pie" (es decir, que no estaban cortando la avena: ¿qué hacían entonces: rociarla? ¿Y con qué?) . Inmediatamente después, se desató un grave brote de peste en la ciudad.
El relato se repite en numerosos puntos de Europa: "seres diabólicos y horribles" vestidos de negro y en grupos de entre diez y veinte de ellos llevan consigo "guadañas", "escobas" y hasta "espadas" con las que "barren" o "golpean" campos y casas donde a continuación aparece la peste. Es fácil imaginar el pánico que se apoderaba de aquellas gentes cuando veían aparecer a cualquier forastero dispuesto a segar sus vidas como se segaba la mies. De hecho, el miedo que inspiraron fue justamente el que creó ese icono de la Muerte del que antes hablamos.
Y cuando no aparecían estos monstruos (o en ocasiones coexistiendo con ellos), otros registros históricos recogidos por Nohl nos hablan de esa bruma hedionda que fue la que causó muchos de los casos de la pandemia, como cuando "durante todo el año de 1382 no hubo vientos y el aire se volvió putrefacto. La enfermedad brotó y la peste no pasaba de uno a otro hombre sino que cada una de sus víctimas murió por respirarla directamente del aire". Esta niebla letal llegaba desde Oriente, según los testigos: desde China, India y Persia, pero se manifestaba en Praga, en Chipre, en Alemania, en Hungría, en todas partes...
¿Quiénes fueron esos "diablos" que inspiraron esa tenebrosa (e incierta) imagen de mi amiga la Muerte hace más de 600 años, tan tremebunda que hoy todavía nos impresiona? ¿Qué eran realmente las "guadañas" que portaban? ¿Tenían relación directa con la bruma "pálida y pestilente"? ¿Y con los "cometas" avistados?
- Los amos -canturrea Mac Namara desde la otra habitación con un tono siniestro- controlan la superpoblación y purifican su ganado para quedarse sólo con los mejores ejemplares. De tanto en tanto...
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