Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 27 de abril de 2010

Thorgal

Una buena forma de proteger el cerebro contra los depredadores que pueblan la jungla en la que nos movemos es la lectura, porque ella nos conduce a la reflexión y a la duda, y éstas nos proporcionan independencia intelectual. Y no conozco una mejor manera de iniciarse en la lectura que a través del llamado "cine de los pobres", es decir, la historieta o tebeo: ese arte maravilloso al que un montón de pomposos eruditos a la violeta rebajaron en su día con la injusta calificación de menor aunque sus defensores acérrimos preferimos ornarlo con la categoría de Noveno Arte (tras el cine, que es el Séptimo, y la fotografía, que es el Octavo). La mayoría de las personas de mi generación (en mi reencarnación actual) todavía nos iniciamos en el placer de la lectura a través de las viñetas y en ese sentido llevamos varios cuerpos de ventaja, en cuanto a desarrollo intelectual se refiere, sobre las generaciones posteriores que ya han crecido sometidos a la dictadura de la imagen en movimiento (en los videojuegos y sobre todo en la televisión). Tal vez por eso la inmensa mayoría de los comics que se producen en la actualidad son ilegibles, con un dibujo demasiado agresivo (e incluso incomprensible) y un argumento, cuando lo hay, enrevesado y aburrido. Probablemente se trata de evitar que siga siendo ese fantástico Camino de Oz, con capacidad para enseñarnos otros mundos distintos al que el actual Sistema desea imponernos como único aceptable.

Nadie tiene muy claro cuándo nació el tebeo. Hay quien lo quiere remontar a los jeroglíficos egipcios o los manuscritos medievales, quizás a las aleluyas que aparecen hacia el siglo XVI. Estudiosos modernos señalan a un oscuro pintor y pedagogo suizo, Rodolphe Töpffer, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, como el "padre de la historieta moderna". No sólo elaboró una serie de álbumes pioneros sino que se permitió el lujo de teorizar sobre ellos en un ensayo en el que aseguró que "la historia a cuadros, a la cual la crítica de arte no presta atención y que rara vez inquieta a los eruditos, siempre ha ejercido sin embargo una gran atracción (...) especialmente sobre los chicos y las masas, ese público al que se puede pervertir y que precisamente por esta razón sería particularmente deseable ayudarle a educarse." Otros expertos aseguran que el desarrollo del tebeo fue directamente ligado al de los medios de comunicación y, de hecho, el siglo XIX parece darles la razón puesto que el primer boom de lectores llegó de la mano de revistas específicas como Punch que se estrenó en el Reino Unido en 1841 y de inmediato se convirtió en modelo de otros títulos similares como La Flaca en España o Fliegende Blätter en Alemania.

Sea como fuere, para comienzos del siglo XX ya estaban con nosotros personajes hoy clásicos como Krazy Cat, Little Nemo e incluso The Yellow Kid (inaugurando éste las "tiras cómicas" o historietas de prensa) y más tarde Gasoline Alley, Popeye y muchos más. Es imposible trazar en tan poco espacio de tiempo como el de un comentario de este tipo una lista de los personajes más interesantes de la historia del comic de todos los tiempos, así que me limitaré a citar algunos de mis favoritos: Rip Kirby y Flash Gordon de Alex Raymond, Mort Cinder de Alberto Breccia, Astérix el Galo de Goscinny y Uderzo, Las aventuras del teniente Blueberry de Charlier y Giraud, Valerian agente espacio temporal de Christin y Mezières, Álix de Jacques Martin, algunos de los múltiples personajes nacidos de la fecunda asociación Stan Lee y Jack Kirby para Marvel y, por supuesto, coronado por encima de todos ellos como el más grande, figura el inmortal Prince Valiant de Hal Foster.

Acostumbrado a leer estas cosas desde la más tierna infancia en esta reencarnación, se entenderá por qué mis visitas a las tiendas de comics contemporáneas suelen finalizar con un mohín de desencanto ante la contradicción con la que me enfrento cada vez que entro en una. Por un lado, experimento una gran satisfacción al encontrarme con toneladas de títulos diferentes, en formatos diferentes, elaborados con técnicas diferentes, a color, blanco y negro y pronto hasta en tres dimensiones: mi yo de niño pequeño se vuelve loco y salta de alegría sin saber por dónde empezar a hojear. Pero por otro lado, todas esas expectativas se vienen abajo tan deprisa como eclosionaron cuando compruebo el nivel de casi todos los títulos que se ofertan hoy al público puesto que en el mundo de la historieta sucede hoy como en el de la literatura y, en general, en el de cualquiera de las artes contemporáneas: todo aquél que es capaz de emborronar una cuartilla con unos dibujos se cree capacitado para firmar un tebeo (y de publicarlo, con la ayuda de editores que muchas veces no saben lo que es un estándar de calidad y se limitan a buscar un producto-revelación que venda una edición tras otra).

Sin embargo, en medio del erial de ideas, ilustración y guiones que padece el sector en este momento, de vez en cuando surge alg
una obra digna y destinada a perdurar. Éste es el caso de la serie que vengo coleccionando en los últimos años, que Norma Editorial ha publicado silenciosa pero eficazmente en España y que lleva por título genérico, como tantas otras, el nombre del pesonaje principal: Thorgal. Recientemente se ha publicado un nuevo álbum, tan atractivo como los demás, bajo el título de El escudo de Thor, aunque lo cierto es que no se trata de una novedad. La primera aventura, La Maga traicionada, se publicó en España en 1980, tres años después de aparecer en la revista francesa Tintin. Creado por el novelista y guionista belga Jean Van Hamme y el dibujante polaco Grzegorz Rosinski, Thorgal es un tebeo de difícil definición puesto que mezcla géneros con una alegría desbordante (y, por cierto, unos magníficos resultados). Desde las historias de espada y brujería hasta la aventura pura y dura, pasando por la fantasía, la mitología y la ciencia-ficción, las historietas del vikingo Thorgal Aegirsson (llamado así en honor de los dos dioses nórdicos -por cierto, profesores míos en la Universidad de Dios- Thor y Aegir) configuran una serie muy atractiva.

El protagonista es un extraño huérfano acogido por un grupo de vikingos que pronto muestra un carácter y un comportamiento extraños para sus contemporáneos. No es raro, puesto que es el último descendiente de un grupo de humanos que desarrollaron poderes tanto mentales como tecnológicos y que se vieron obligados a abandonar el planeta Tierra en tiempos inmemoriales. Al regresar mucho tiempo después a su antiguo hogar, las trifulcas entre ellos los reducen a la nada y sólo se salva el bebé, que es educado como un vikingo más y como tal desarrolla su valor, su curiosidad, su fuerza y su arrojo, pero no su sed de aventuras ni su afán por guerrear o conquistar. Paradójicamente, el pacífico Thorgal nunca puede alcanzar su sueño, que consiste en vivir tranquilamente como uno más integrado en un pueblo corriente con una familia corriente, ya que su destino poco corriente le arrastra de aventura en aventura..., nada corriente ninguna de ellas.

Thorgal lucha durante varios álbumes para poder salvar y casarse con la mujer que ama: Aaricia, la hija del rey de los vikingos Gandalf el Loco. En otros tantos álbumes se ve obligado a desarrollar todos sus
recursos para salvar a los dos hijos que tiene de ella y mantener unida a toda la familia ante la adversidad. Sus descendientes son: Jolan (el avispado primogénito que posee poderes mentales como la telepatía y la telekinesis) y Loba (con capacidad para comunicarse con los animales). Hay un tercer hijo, nacido de su relación con una de sus peores enemigas y/o aliadas de conveniencia en cada aventura: Kriss de Valnor. Ella es una mercenaria interesada sólo por el oro y que se enamora de la nobleza de Thorgal..., que no le hace ni caso porque éste sólo tiene ojos para Aaricia. La venganza de Kriss será seducirle por medio de ardides de hechicería gracias a los cuales consigue incluso que el héroe engendre en ella a Aniel, un niño mudo que en la actual etapa de la serie se desvela como algo más que un simple infante...

El desbordante ingenio de Van Hamme y el preciosista y fascinante dibujo de Rosinski (que mejora espectacularmente álbum a álbum) conduce a Thorgal a distintos encuentros con dioses nórdicos y otros seres mitológicos como los enanos y la serpiente Nidhogg, a bizarras aventuras en mundos paralelos, a relacionarse con algún superviviente más de la raza humana que en su día abandonó la Tierra antes de regresar a ella, a combates espada contra espada o arco contra arco ante numerosos enemigos de todo tipo, a cruzar el Atlántico para vivir una alucinante aventura americana precolombina y a muchos otros escenarios interesantes a lo largo de treinta y tantos álbumes. Pero la gran novedad de la serie se llama Yves Sente, el guionista belga que ha tomado el relevo a un Van Hamme cansado del personaje y que parece dispone de los mimbres necesarios para revitalizar y mantener el interés de la que probablemente sea, en este momento mejor serie de tebeo europeo "en activo". Sente se incorporó en el álbum anterior, Yo, Jolan, donde dio comienzo a las aventuras en paralelo del hijo primogénito de Thorgal, convertido en un adolescente serio pero comprometido como su padre.

En resumen: imprescindible para todos los que aman la historieta.

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