En el principio era el Verbo, dicen. Por eso una de las asignaturas del curso de Primero en la carrera de Dios es Lenguaje: teoría y aplicación práctica. Es una asignatura un tanto irregular para el estudiante. Quiero decir, que tiene algunos temas un poco pesados como el recitado de invocaciones en latín, el aprendizaje de los alfabetos semíticos o las traducciones del sánscrito. Pero otros son bastante divertidos: enseñan a producir efectos "mágicos" o "milagrosos" sobre el día a día empleando sólo las palabras adecuadas. Efectos de ésos que dejan con la boca abierta a los humanos corrientes. Lo importante, por cierto, no es sólo el uso de esas palabras, sino su comprensión profunda. Si uno emplea, digamos, una fórmula del estilo de "Hágase la luz" pero no comprende realmente lo que está diciendo y se limita a repetir la expresión, ya puede estar en sexto o séptimo de carrera que la luz no se va a encender como no oprima el interruptor.
Recuerdo que, por cuestiones de pura sincronía, en la época en que aún estaba en Primero y poco antes de aprobar esta asignatura en concreto recibí la iluminación (precisamente) sobre cierta palabra curiosa: más misteriosa que Abracadabra, más científica que Eureka, más divertida que Supercalifragilísticoexpialidoso... Y no llegó la susodicha iluminación de manos de ninguno de mis profesores en la Facultad de Dios sino de un marino gallego llamado Manolo: un marino de los de antes, de los que fumaban en cachimba y estaban tan acostumbrados al bamboleo de la cubierta que en cuanto tocaba tierra y pisaba un terreno inmóvil empezaba a marearse.
La palabra es Carallo (americanizada como carajo, aunque en este caso pierde la suavidad que le caracteriza originalmente y que le proporciona la ll) y cuando conocí su auténtica potencia la incorporé inmediatamente a mi diccionario personal donde desde entonces la he usado en numerosas ocasiones y circunstancias con completo éxito y a entera satisfacción.
Como la explicación que me dio no tiene precio, la copio literalmente:
"Carallo, pronunciado lisa y llanamente, sin énfasis ni intención, se refiere al miembro viril, el pene u órgano genital masculino. Pero significa muchas otras cosas: lo mismo vale para engrandecer que para denigrar, para designar algo bueno como despreciar algo malo. Puede expresar resignación, cansancio, risa y muchos estados de ánimo diferentes según el contexto en el que esté inscrito. Es la misma palabra, pero el significado es diferente en los siguientes ejemplos:
"De resignación: ¡Ay, qué carallo!
De indignación: ¡Qué carallo!
De curiosidad: ¿Qué carallo é?
De cachondeo: Bueno, carallo, bueno...
Para templar el ánimo: Cálmate, carallo.
Como juramento: ¡Me cago no carallo!
Como juramento, especialmente enfadado uno: Me cago no carallo, ¡carallo!
Como desprecio: Pásamo por debaixo do carallo.
Como desplante: Vai ó carallo.
Ante la fatalidad: ¡Ten carallo a cousa...!
De contrariedad: Tócache o carallo.
De cansancio: Déixate de caralladas.
Para expresar un capricho: Saleume do carallo.
Para amenazar a alguien: Ven, carallo, ven...
Para ofender: Iste carallo é parvo.
Para alabar: E un home de carallo.
Como negación: Non, carallo, non.
Como negación más que rotunda: Nin carallo nin nada.
Para dudar de algo: O carallo vintenove.
Como extrañeza: ¿Pero qué carallo pasa?
Para animar a alguien: ¡Dalle, carallo, dalle!
Para mostrar agotamiento: Xa estou hasta o carallo.
Para valorar a alguien: Non vale un carallo.
Para valorar aún menos a alguien: Róncalle o carallo.
Como picardía sexual: O caralliño.
Como muestra de desconfianza: É una tropa do carallo.
Para emular al meteorólogo: Fai un tempo do carallo.
Para expresar lejanía: No quinto carallo.
"Muchos vocablos derivan de Carallo y cada uno se puede usar igualmente para cosas distintas. Desde carallada para juerga a carallazo como contrariedad o golpe, carallete como interjeción, caralludo como algo de calidad, escarallado como algo roto, escaralladiño como alguien agotado, escarallar como estar muerto de risa o incluso escarallancia como proximidad a la menopausia.
"Sirve además como muletilla en las conversaciones, comodín para frases largas o situaciones apuradas. E incluso cruzó el Atlántico con tantos gallegos como se fueron a construir las Américas en una frase muy conocida por los indianos que volvieron de Cuba: ¡Manda carallo na Habana!
"Y como es lógico toda carallada debe rematarse con la digna copla que reza: ai vai, ai vai, ai vai carallo ai vai..."
El Carallo es uno de los grandes iconos del imaginario popular gallego, uno de esos monumentos lingüísticos que habría que declarar patrimonio nacional, y las frases antes apuntadas (y muchas otras que no se incluyen en la explicación) no son meros folklorismos, sino herramientas de expresión popular tan maravillosas como contundentes. Creo que fue en 1986 cuando uno de los grupos entonces en boga en la movida galaica, Os Resentidos, popularizó un tema llamado Galicia caníbal (fai un sol de carallo) que decía aquello tan bonito de: "Con isto da movida, haiche moito ye-ye, que, de noite e de día, usa jafas de sol... ¡Fai un sol de carallo!"
Y ya puestos a contar, se podría hablar del famoso Carallo Veintinove que tiene su origen histórico en la época de la Restauración, cuando el artículo 29 de la entonces vigente ley electoral proclamaba ganador automático de unos comicios (sin necesidad de proceder a ellos, es decir, sin necesidad de que los votantes físicamente depositaran las papeletas en la urna) a un candidato si era el único que se presentaba por un distrito electoral concreto. Como se puede imaginar, semejante ley conducía al caciquismo puro y duro puesto que los poderosos de cada distrito ya se las ingeniaban, de una un otra forma, para ser los únicos candidatos de unas elecciones y por tanto resultar legalmente designados como vencedores sin que nadie les votara para ello. De ahí que se asociara la expresión con la duda, la incertidumbre, la desconfianza y el escepticismo.
Por cierto, la localización física (puesto que realmente existe) y pétrea del Carallo Veintinove es el simbólico 29 de la Rúa Travesa en plena capital galaica, en Santiago de Compostela, aunque este número en realidad no existe. Lo cierto es que se ubica en el número 9 de la Rúa San Bieito, perpendicular a Travesa, que acaba en el 27. Es decir, que si Travesa continuara sólo un número más: ahí le tendríamos. De hecho, aquí a la izquierda está la prueba de su existencia...
¡Tiene carallo la cosa!
Recuerdo que, por cuestiones de pura sincronía, en la época en que aún estaba en Primero y poco antes de aprobar esta asignatura en concreto recibí la iluminación (precisamente) sobre cierta palabra curiosa: más misteriosa que Abracadabra, más científica que Eureka, más divertida que Supercalifragilísticoexpialidoso... Y no llegó la susodicha iluminación de manos de ninguno de mis profesores en la Facultad de Dios sino de un marino gallego llamado Manolo: un marino de los de antes, de los que fumaban en cachimba y estaban tan acostumbrados al bamboleo de la cubierta que en cuanto tocaba tierra y pisaba un terreno inmóvil empezaba a marearse.
La palabra es Carallo (americanizada como carajo, aunque en este caso pierde la suavidad que le caracteriza originalmente y que le proporciona la ll) y cuando conocí su auténtica potencia la incorporé inmediatamente a mi diccionario personal donde desde entonces la he usado en numerosas ocasiones y circunstancias con completo éxito y a entera satisfacción.
Como la explicación que me dio no tiene precio, la copio literalmente:
"Carallo, pronunciado lisa y llanamente, sin énfasis ni intención, se refiere al miembro viril, el pene u órgano genital masculino. Pero significa muchas otras cosas: lo mismo vale para engrandecer que para denigrar, para designar algo bueno como despreciar algo malo. Puede expresar resignación, cansancio, risa y muchos estados de ánimo diferentes según el contexto en el que esté inscrito. Es la misma palabra, pero el significado es diferente en los siguientes ejemplos:
"De resignación: ¡Ay, qué carallo!
De indignación: ¡Qué carallo!
De curiosidad: ¿Qué carallo é?
De cachondeo: Bueno, carallo, bueno...
Para templar el ánimo: Cálmate, carallo.
Como juramento: ¡Me cago no carallo!
Como juramento, especialmente enfadado uno: Me cago no carallo, ¡carallo!
Como desprecio: Pásamo por debaixo do carallo.
Como desplante: Vai ó carallo.
Ante la fatalidad: ¡Ten carallo a cousa...!
De contrariedad: Tócache o carallo.
De cansancio: Déixate de caralladas.
Para expresar un capricho: Saleume do carallo.
Para amenazar a alguien: Ven, carallo, ven...
Para ofender: Iste carallo é parvo.
Para alabar: E un home de carallo.
Como negación: Non, carallo, non.
Como negación más que rotunda: Nin carallo nin nada.
Para dudar de algo: O carallo vintenove.
Como extrañeza: ¿Pero qué carallo pasa?
Para animar a alguien: ¡Dalle, carallo, dalle!
Para mostrar agotamiento: Xa estou hasta o carallo.
Para valorar a alguien: Non vale un carallo.
Para valorar aún menos a alguien: Róncalle o carallo.
Como picardía sexual: O caralliño.
Como muestra de desconfianza: É una tropa do carallo.
Para emular al meteorólogo: Fai un tempo do carallo.
Para expresar lejanía: No quinto carallo.
"Muchos vocablos derivan de Carallo y cada uno se puede usar igualmente para cosas distintas. Desde carallada para juerga a carallazo como contrariedad o golpe, carallete como interjeción, caralludo como algo de calidad, escarallado como algo roto, escaralladiño como alguien agotado, escarallar como estar muerto de risa o incluso escarallancia como proximidad a la menopausia.
"Sirve además como muletilla en las conversaciones, comodín para frases largas o situaciones apuradas. E incluso cruzó el Atlántico con tantos gallegos como se fueron a construir las Américas en una frase muy conocida por los indianos que volvieron de Cuba: ¡Manda carallo na Habana!
"Y como es lógico toda carallada debe rematarse con la digna copla que reza: ai vai, ai vai, ai vai carallo ai vai..."
El Carallo es uno de los grandes iconos del imaginario popular gallego, uno de esos monumentos lingüísticos que habría que declarar patrimonio nacional, y las frases antes apuntadas (y muchas otras que no se incluyen en la explicación) no son meros folklorismos, sino herramientas de expresión popular tan maravillosas como contundentes. Creo que fue en 1986 cuando uno de los grupos entonces en boga en la movida galaica, Os Resentidos, popularizó un tema llamado Galicia caníbal (fai un sol de carallo) que decía aquello tan bonito de: "Con isto da movida, haiche moito ye-ye, que, de noite e de día, usa jafas de sol... ¡Fai un sol de carallo!"
Y ya puestos a contar, se podría hablar del famoso Carallo Veintinove que tiene su origen histórico en la época de la Restauración, cuando el artículo 29 de la entonces vigente ley electoral proclamaba ganador automático de unos comicios (sin necesidad de proceder a ellos, es decir, sin necesidad de que los votantes físicamente depositaran las papeletas en la urna) a un candidato si era el único que se presentaba por un distrito electoral concreto. Como se puede imaginar, semejante ley conducía al caciquismo puro y duro puesto que los poderosos de cada distrito ya se las ingeniaban, de una un otra forma, para ser los únicos candidatos de unas elecciones y por tanto resultar legalmente designados como vencedores sin que nadie les votara para ello. De ahí que se asociara la expresión con la duda, la incertidumbre, la desconfianza y el escepticismo.
Por cierto, la localización física (puesto que realmente existe) y pétrea del Carallo Veintinove es el simbólico 29 de la Rúa Travesa en plena capital galaica, en Santiago de Compostela, aunque este número en realidad no existe. Lo cierto es que se ubica en el número 9 de la Rúa San Bieito, perpendicular a Travesa, que acaba en el 27. Es decir, que si Travesa continuara sólo un número más: ahí le tendríamos. De hecho, aquí a la izquierda está la prueba de su existencia...
¡Tiene carallo la cosa!
Ha, ha! Noraboa polo escrito. Caralludo!
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