En 1949 y durante una intervención en la BBC, el astrofísico inglés Fred Hoyle, aquí a la izquierda, bautizó sin querer la teoría del Big Bang o Gran Explosión como supuesto origen del universo. Paradójicamente, el propio Hoyle no era partidario de esa hipótesis (de hecho, la llamó así por primera vez para burlarse de ella), sino de la teoría del estado estacionario, desarrollada por él mismo en compañía de Hermann Bondi y Thomas Gold, y según la cual la disminución de la densidad en el universo a medida que se expande se compensa con una creación continua de materia. Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX esta idea tuvo bastantes adeptos entre los interesados en las abstrusas materias cosmológicas, pero a finales de los años sesenta surgieron nuevas informaciones (por ejemplo, se observaron quásares sólo a grandes distancias y no en las más cercanas galaxias donde, según su modelo, deberían estar también; y no sólo eso, sino que se descubrió la llamada radiación de fondo de microondas, incompatible con el modelo) que arrinconaron las ideas de Hoyle y sus colegas.
Poco a poco, la teoría del Big Bang fue ocupando espacio en la mente de los expertos y en sus cuadernos de observaciones (trabajos de Friedman, Lemaître, Hubble y otros) y de ahí pasó a las revistas científicas y, de ellas, al mainstream del pensamiento general de la sociedad, hasta el punto de que hoy casi todo el mundo da por sentado no sólo que es la correcta, sino la definitiva y la inmensa mayoría de experimentos y trabajos que se elaboran hoy sobre cosmología se centran en ampliar o reforzar aspectos concretos sobre la misma. Según ella, el origen del universo hay que buscarlo en una singularidad espaciotemporal creada en un momento concreto a partir del cual comenzó su expansión, si bien los expertos reconocen que en realidad no se puede decir que hubiera una explosión propiamente dicha ni que fuera muy grande. Simplemente, en un momento equis, esa "singularidad" infinitamente pequeña comenzó a expandirse en una mínima fracción de segundo a través del espacio y, con la materia, nacieron las leyes físicas para regirla. Nadie sabe muy bien por qué... Pero la idea es que dependiendo de la cantidad real de materia que hubiera en un primer momento en el universo, éste se expandirá indefinidamente o, en cierto momento, llegará al límite de su elasticidad y, como un chicle, se contraerá de nuevo hasta que todo termine como empezó, con un Big Crunch o Gran Colapso. Si yo hubiera sido el dios creador de este universo concreto también le hubiera puesto ese nombre a mi hamburguesa cósmica favorita...
Las observaciones realizadas en los últimos años con los más modernos telescopios y tecnología en general no sólo avalaban esta teoría (básicamente, confirmando la expansión a través de la Ley de Hubble, apreciable en el corrimiento hacia el rojo de las galaxias, la abundancia de elementos ligeros y la existencia del fondo cósmico de microondas) sino que se atrevían a fechar el momento exacto del Big Bang hace 13.700 millones de años (parece que alguien encontró un diario de aquella época con el titular de portada: "Hoy comienza el universo" y en el sumario del periódico: "Lea nuestra entrevista con el señor dios: 'Estoy muy satisfecho de cómo me ha quedado todo..., ahora mis colegas tendrán que aceptar que no soy un chapucero'"). Sin embargo, planteaban varias dudas. Por ejemplo, el hecho de que más o menos el 70 por ciento de nuestro universo esté formado por un misteriosísimo tipo de substancia conocida como energía oscura que nadie tiene ni idea de qué es lo que es, aunque se sabe que afecta a la expansión del espacio-tiempo (mmmh..., parece que los partidarios de Darth Vader siguen siendo mayoría entre los que manejan la Fuerza...).
Bien, pues esta misma semana el aparatoso andamiaje de esta hipótesis ha sufrido un profundo estremecimiento que ha llevado a más de un experto a agarrarse donde ha podido para no caerse desde las alturas, después de que uno de los físicos contemporáneos más importantes del mundo, Roger Penrose de la Universidad de Oxford (tiene un aire a Artur Mas, el pobre), anunciara al mundo que ha encontrado "atisbos" de la existencia de un universo previo al Big Bang. Penrose ha revelado esta demoledora conclusión tras estudiar junto a su colega armenio Vahe Gurzadyan ciertos datos aportados por el satélite WMAP según los cuales, ni el espacio ni el tiempo comenzaron a existir con la famosa explosión-que-no-es-una-explosión sino que nuestro actual universo no es otra cosa que uno de los muchos que ha habido hasta ahora en un ciclo aún no se sabe si eterno pero desde luego mucho más extenso de lo que podemos imaginar con nuestra pobre mente humana. Penrose denomina eones a cada uno de los universos o rebotes de universos que se han desarrollado a través de ese ciclo que parece no tener fin y que se repetiría de Big Bang en Big Bang eternamente..., o casi.
Irónicamente, Penrose asegura que las pruebas que demuestran lo que dice se encuentran precisamente en las características del antes citado fondo cósmico de microondas que, se suponía, demostraba justamente la teoría tal cual estaba antes. En ese fondo (de armario cósmico), afirma haber encontrado una serie de círculos concéntricos con diferencias notables en la temperatura de la radiación que apoyan sus revelaciones, puesto que los interpreta como las huellas dejadas en nuestro actual universo por las ondas gravitatorias que se generaron cuando los agujeros negros del universo anterior colisionaron en él.
Todo esto es muy interesante, porque obliga a cambiar muchas más cosas de lo que parece. Por ejemplo, en el aspecto religioso, que tantos quebraderos de cabeza sigue dando en el mundo actual. Y es que, aunque el Big Bang es una hipótesis científica, ha sido manipulada por diversas creencias para ajustarla a su interpretación del mundo. Por ejemplo, por los creacionistas que defienden a capa y espada la existencia de un diosecillo envejecido de barba blanca y túnica simple que un día se levantó y se le ocurrió crearlo todo en siete días. O por la propia Iglesia Católica que acabó por aceptar esta teoría cosmológica considerándola compatible con la doctrina de Tomás de Aquino porque también cuadraba con su imagen de la divinidad (y eso, a pesar de que no coincide en absoluto con el que se supone es el libro más importante del mundo, la Biblia, que comienza, recuerdo, con las palabras: "En el principio era el Caos..." ¡Por definición, el caos implica un orden anterior, pero todos los filósofos romanos han mirado siempre para otro lado a la hora de enfrentar este dato!). Otras religiones, como el Judaísmo, el Islam, el Deísmo y hasta el Budismo también encuentran textos para referirse a todo esto y aceptarlo.
Sin embargo, a mí este descubrimiento de Penrose me recuerda a la Respiración de Brahma: ese concepto hinduísta según el cual la vida es producto del constante inspirar y expirar del gran dios creador supremo de su tradición. Cuando Brahma expira, su aliento (equivalente a una oleada de vida) se extiende por el cosmos y durante ese tiempo nacen las galaxias, los soles, los planetas y toda la vida dentro de ellos. Cuando Brahma inspira, recupera su aliento y por tanto reabsorbe en sí mismo todo aquello que de él nació en su momento (y la vida desaparece). Durante un largo instante cósmico, ni expira ni inspira, y entonces nada sucede en la existencia. Entonces vuelve a espirar, y vuelve a crearse otro universo, otro eón como diría Penrose...
Lo más grande de todo es que puede que este físico de Oxford haya dado sin querer con la prueba definitiva de nuestra inmortalidad pues la misma ciencia reconoce y postula lo mismo que en su día se revelaba en las verdaderas Escuelas de Misterios: que "nada se crea ni se destruye, sólo se transforma" y, si esto es así, universo tras universo, quién sabe desde cuándo estamos dando tumbos entre las estrellas.
Si es que empezamos alguna vez...
Las observaciones realizadas en los últimos años con los más modernos telescopios y tecnología en general no sólo avalaban esta teoría (básicamente, confirmando la expansión a través de la Ley de Hubble, apreciable en el corrimiento hacia el rojo de las galaxias, la abundancia de elementos ligeros y la existencia del fondo cósmico de microondas) sino que se atrevían a fechar el momento exacto del Big Bang hace 13.700 millones de años (parece que alguien encontró un diario de aquella época con el titular de portada: "Hoy comienza el universo" y en el sumario del periódico: "Lea nuestra entrevista con el señor dios: 'Estoy muy satisfecho de cómo me ha quedado todo..., ahora mis colegas tendrán que aceptar que no soy un chapucero'"). Sin embargo, planteaban varias dudas. Por ejemplo, el hecho de que más o menos el 70 por ciento de nuestro universo esté formado por un misteriosísimo tipo de substancia conocida como energía oscura que nadie tiene ni idea de qué es lo que es, aunque se sabe que afecta a la expansión del espacio-tiempo (mmmh..., parece que los partidarios de Darth Vader siguen siendo mayoría entre los que manejan la Fuerza...).
Bien, pues esta misma semana el aparatoso andamiaje de esta hipótesis ha sufrido un profundo estremecimiento que ha llevado a más de un experto a agarrarse donde ha podido para no caerse desde las alturas, después de que uno de los físicos contemporáneos más importantes del mundo, Roger Penrose de la Universidad de Oxford (tiene un aire a Artur Mas, el pobre), anunciara al mundo que ha encontrado "atisbos" de la existencia de un universo previo al Big Bang. Penrose ha revelado esta demoledora conclusión tras estudiar junto a su colega armenio Vahe Gurzadyan ciertos datos aportados por el satélite WMAP según los cuales, ni el espacio ni el tiempo comenzaron a existir con la famosa explosión-que-no-es-una-explosión sino que nuestro actual universo no es otra cosa que uno de los muchos que ha habido hasta ahora en un ciclo aún no se sabe si eterno pero desde luego mucho más extenso de lo que podemos imaginar con nuestra pobre mente humana. Penrose denomina eones a cada uno de los universos o rebotes de universos que se han desarrollado a través de ese ciclo que parece no tener fin y que se repetiría de Big Bang en Big Bang eternamente..., o casi.
Irónicamente, Penrose asegura que las pruebas que demuestran lo que dice se encuentran precisamente en las características del antes citado fondo cósmico de microondas que, se suponía, demostraba justamente la teoría tal cual estaba antes. En ese fondo (de armario cósmico), afirma haber encontrado una serie de círculos concéntricos con diferencias notables en la temperatura de la radiación que apoyan sus revelaciones, puesto que los interpreta como las huellas dejadas en nuestro actual universo por las ondas gravitatorias que se generaron cuando los agujeros negros del universo anterior colisionaron en él.
Todo esto es muy interesante, porque obliga a cambiar muchas más cosas de lo que parece. Por ejemplo, en el aspecto religioso, que tantos quebraderos de cabeza sigue dando en el mundo actual. Y es que, aunque el Big Bang es una hipótesis científica, ha sido manipulada por diversas creencias para ajustarla a su interpretación del mundo. Por ejemplo, por los creacionistas que defienden a capa y espada la existencia de un diosecillo envejecido de barba blanca y túnica simple que un día se levantó y se le ocurrió crearlo todo en siete días. O por la propia Iglesia Católica que acabó por aceptar esta teoría cosmológica considerándola compatible con la doctrina de Tomás de Aquino porque también cuadraba con su imagen de la divinidad (y eso, a pesar de que no coincide en absoluto con el que se supone es el libro más importante del mundo, la Biblia, que comienza, recuerdo, con las palabras: "En el principio era el Caos..." ¡Por definición, el caos implica un orden anterior, pero todos los filósofos romanos han mirado siempre para otro lado a la hora de enfrentar este dato!). Otras religiones, como el Judaísmo, el Islam, el Deísmo y hasta el Budismo también encuentran textos para referirse a todo esto y aceptarlo.
Sin embargo, a mí este descubrimiento de Penrose me recuerda a la Respiración de Brahma: ese concepto hinduísta según el cual la vida es producto del constante inspirar y expirar del gran dios creador supremo de su tradición. Cuando Brahma expira, su aliento (equivalente a una oleada de vida) se extiende por el cosmos y durante ese tiempo nacen las galaxias, los soles, los planetas y toda la vida dentro de ellos. Cuando Brahma inspira, recupera su aliento y por tanto reabsorbe en sí mismo todo aquello que de él nació en su momento (y la vida desaparece). Durante un largo instante cósmico, ni expira ni inspira, y entonces nada sucede en la existencia. Entonces vuelve a espirar, y vuelve a crearse otro universo, otro eón como diría Penrose...
Lo más grande de todo es que puede que este físico de Oxford haya dado sin querer con la prueba definitiva de nuestra inmortalidad pues la misma ciencia reconoce y postula lo mismo que en su día se revelaba en las verdaderas Escuelas de Misterios: que "nada se crea ni se destruye, sólo se transforma" y, si esto es así, universo tras universo, quién sabe desde cuándo estamos dando tumbos entre las estrellas.
Si es que empezamos alguna vez...
Sin tomar posición sobre el fondo de este fascinante asunto, para mí un auténtico misterio es este: Cómo es posible que una civilización (la humana), observando el Cosmos con su instrumental científico desde el minúsculo punto concreto en el que vive (la Tierra), pretenda elaborar teorías y convertirlas "casi" en leyes sobre qué es, de dónde salió y cómo funciona realmente el Universo, en todas partes y bajo todas las condiciones. Es decir, el solo hecho de estar físicamente confinados en este "punto azul pálido" que es "nuestro" planeta, y realizar desde aquí nuestras observaciones y mediciones del Universo con el instrumental tecnológico del que ahora disponemos (como sucede por ejemplo con todo el asunto del desplazamiento hacia el rojo) limita hasta el ridículo nuestra capacidad de sacar la más mínima conclusión veraz, completa y coherente sobre el Cosmos Todo, su origen y sus características. Esta absurda pretensión evidencia una falta de modestia y un antropocentrismo enternecedores.
ResponderEliminarLo único que yo saco en claro es que, en efecto, Roger Penrose y Artur Mas son primos hermanos.
Interesante blog, un saludo.