Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

También existen buenas noticias sobre el futuro del planeta

Hay un algo de apocalíptico en el modo en el que se anuncian las noticias en los medios de comunicación que (si no fuera porque en esta reencarnación trabajo en uno de ellos y sé las cosas que sé, y además de primera mano) me haría sospechar ya de entrada acerca de la fiabilidad de todo tipo de informaciones que distribuyen las autoridades de cualquier parte del mundo. Parece que hay que teñirlo todo de oscuro, de siniestro, de gótico como se dice ahora, para que las entontecidas masas se paren un momento a escucharte. Lo cierto es que resulta un lugar común en esta profesión eso de que las buenas noticias nunca venden y quien más, quien menos, conoce el caso de un par de diarios, o de revistas, o de programas de radio y televisión, incluso de webs, que decidieron ofrecer sólo noticias positivas y tuvieron que echar el cierre más pronto que tarde ante la ausencia de público interesado. ¡Somos demasiado morbosos!

Uno de los lugares comunes es por ejemplo el del deterioro del planeta y lo presuntamente cercanos que estamos al final de la función porque, en cuestión de menos de un siglo, nos habremos quedado sin recursos naturales. O, al menos, sin los recursos naturales que más empleamos ahora mismo, que son los fósiles, empezando por el petróleo... Algún día recordaremos por aquí la figura del injustamente olvidado Nicola Tesla y los manejos de las grandes compañías internacionales para mantener bajo un control mafioso,el mercado de la energía. Pero hoy se trata de centrarse en el deterioro medioambiental.
  Las predicciones que un día sí y otro día también nos congelan el corazón y nos hacen temblar de miedo y de culpa (esas dos armas definitivas...) pintan un futuro del estilo Mad Max que ha llevado a un buen número de personas no ya a la preocupación constante por algo que no está en sus manos (qué gracia me hace, por poner un ejemplo entre muchos, que se me exija como humilde ciudadano que gaste menos luz cuando mi Ayuntamiento, mi gobierno regional y mi gobierno nacional se gastan el dinero que no tienen en un derroche de iluminación nocturna que incluso ha provocado la creación de un nuevo concepto de contaminación: la lumínica) sino incluso a la depresión y cosas peores.

Es cierto que el homo sapiens no se caracteriza desgraciadamente por su respeto a la Naturaleza. Antes bien, se comporta como un auténtico depredador, derrochando más que consumiendo todos los recursos a su alcance sin pensar ni siquiera en lo que legará a su propia descendencia directa y contaminando sin grandes preocupaciones cuanto está a su alrededor. Claro que el hombre corriente no está solo en ese empeño. Sus propios gobiernos (en especial los que se rigen bajo una democracia), tan oficialmente "preocupados por la ecología" son los primeros que les animan a mantener esta actitud suicida con el planeta en el que vivimos. Sin ir más lejos, véase la protección que brindan a las multinacionales, que son las primeras interesadas en que compremos, usemos, tiremos y volvamos a comprar sus productos..., en lugar de comprar y conservarlos durante todo el tiempo posible.
Un ejemplo obvio: ¿cómo se entiende que aún podamos ver coches Seat 600 (que dejaron de fabricarse hace decenios) circulando por nuestras carreteras mientras que un modelo moderno de Seat, o de Ford, o de Opel, o de Renault, o de Toyota, o de cualquier otra marca, nos dura tres o cuatro años antes de dejarnos tirados en cualquier parte? ¿Acaso era mejor y más fiable la tecnología de hace medio siglo que la actual?

Tan preocupados están nuestros gobernantes por salvar el planeta que hace años que buscan, desesperadamente, otro parecido al nuestro en algún lugar cercano del universo, al que poder emigrar en cuanto terminemos de destrozar éste. ¿No sería mejor regenerar y cuidar el que ya tenemos, habida cuenta que no abundan por estos pagos de la galaxia los mundos como la Tierra? Porque además luego resulta que es mucho más sencillo y económico cuidarlo de lo que la antes comentada versión apocalíptica de los hechos insiste en contarnos. Y si no se hace, uno llega a la conclusión de que es porque a alguien (a alguien ahí arriba, no a los ciudadanos sin capacidad de decisión) no le da la real gana hacerlo.

La última prueba la tenemos en Egipto, cuyo gobierno ha puesto en marcha un proyecto asombrosamente eficaz para transformar, literalmente, el desierto en un vergel. Los protagonistas de esta gran noticia (que, como todas las buenas noticias, no he visto en los grandes medios de comunicación de forma destacada) son Nabil Kandil, profesor del Instituto de Investigación de Suelo, Agua y Medio Ambiente, y Hamdy el Awady, profesor del Departamento de Investigación de Contaminación del Agua, ambos en la administración egipcia. ¿Qué han hecho estos buenos señores? 

Pues han matado dos pájaros de un tiro: utilizar agua de desecho, en apariencia inservible, para regar zonas desérticas del país y convertirlas en bosques de álamos, papiros (como los de la imagen a la izquierda) y eucaliptos en una superficie ya equivalente nada menos que al territorio de Panamá. Según Kandil y El Awady, precisamente el agua que usan, contaminan y desechan los 80 millones de egipcios diariamente es la mejor para estos nuevos bosques "hechos a mano" (según la irónica denominación con que les han bautizado) ya que contiene nitrógeno, micronutrientes y sustancias orgánicas ricas para la tierra. Se calcula que Egipto produce unos 7 millones de metros cúbicos de agua residual al año, que ha venido fenomenal para la creación de 34 bosques ubicados en todo el país, desde la zona del Sinaí hasta Luxor y Asuán, con un total de más de 71.000 kilómetros cuadrados de verde

La iniciativa ha funcionado tan bien que las autoridades egipcias han puesto en marcha otra decena de proyectos para crear otros tantos bosques en un área que suma casi 19.000 kilómetros cuadrados más. El objetivo final, según Kandil es "forestar un millón de kilómetros cuadrados", una tarea colosal en la que habrá que invertir muchos años aún, pero que es perfectamente factible viendo el éxito de lo realizado hasta el momento. Además del impacto ecológico (reducción de sequías, desertificación y erosión), cuentan con el económico puesto que los árboles antes citados producen madera pero también de esta forma se ha cultivado con éxito diversos tipos de granos como la colza, la soja y el girasol para fabricar aceite o jatrofa y jojoba para biocombustibles.

En resumidas cuentas: si un país pobre como es el actual Egipto, donde no existen grandes recursos humanos, materiales ni económicos, ha conseguido este sensacional éxito en la lucha contra el deterioro y la degradación medioambiental, ¿qué no podríamos hacer en el Primer Mundo con todo cuanto tenemos a nuestra disposición? O tal vez la pregunta no sea ésa sino ésta otra: ¿Por qué demonios no se llevan a cabo programas similares en las áreas degradadas de nuestro entorno? Y aún más: ¿A quién y por qué le interesa que no se materialicen esos programas? Y todavía una más: si iniciativas como la egipcia son tan rentables desde todos los puntos de vista, ¿por que no se diseña un programa a escala global, tanto que hablamos de la condenada globalización, para mejorar considerablemente las condiciones ecológicas de nuestro planeta de una vez por todas (en lugar de perder el tiempo con costosas conferencias internacionales que sólo sirven para que los líderes mundiales hagan turismo y para que se luzcan los cuatro dirigentes del movimiento ecologista oficial)?

 

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