Me parece que fue en la portada de la revista El jueves donde vi hace poco un chiste gráfico tan real como la vida misma... Dos tíos duros con cara de policía de los de antes interrogan a otro que está maniatado a una silla en una sala oscura. Éste se les pone chulo y grita: "¡Jamás conseguiréis que os cuente nada!". Y uno de ellos contesta: "No hace falta, ya lo hemos leído todo en tu Facebook".
Esta época nuestra en la que vivimos supone la apoteosis para todos aquéllos que, como decía Andy Warhol, aspiran a tener sus quince minutos de fama y gloria, pero no como él pensaba gracias a la televisión (que también, vista la existencia de figurantes y hasta concursantes semiprofesionales, que se pasean por los programas de las distintas cadenas haciendo bulto y rapiñando lo que pueden: una camiseta o un pin promocional, un bocadillo, una pequeña compensación económica...) sino a las conocidas como redes sociales. Particularmente, me divierte utilizar estas redes para hablar de algunas de mis cosas e incluso colgar ciertos textos y fotos pero lo que nunca he hecho (si alguna vez alguien me ve hacerlo, será señal de que he sido "retirado de circulación" y clonado por... Ellos, como diría Mac Namara) ha sido divulgar detalles de mi vida privada o de mis personas queridas como tan alegre como inconscientemente hacen algunos usuarios.
Éstos son tan ingenuos como para pensar que sus informaciones sólo están accesibles a sus amigos y familiares autorizados, cuando cualquiera que conozca un poco Internet sabe que es un inmenso zoco persa en el que se trafica casi de inmediato con cualquier cosa que alguien coloque en la pantalla. ¿O alguien piensa realmente que programas tan caros y complicados como los que rigen Facebook, Twitter, Tuenti, Google, Yahoo, etc. (y servidores tan colosales como los que almacenan sus datos) son gratis de verdad? El hecho de que no paguemos (aparentemente) por su uso sólo quiere decir que se nos está cobrando de otra manera que no consideramos como tal o de la que aún no nos hemos percatado.
Un libro muy interesante sobre esta materia, que debería ser best seller teniendo en cuenta la cantidad de gente que emplea el famoso buscador y que sin embargo pocos han leído es El engaño Google, del periodista austríaco Gerald Reischl, que define bastante bien como "una potencia mundial sin control" lo que tantas personas consideran simplemente como el mejor buscador de informaciones a través de Internet. Un viejo refrán español recuerda que nadie da duros a cuatro pesetas (para las jóvenes generaciones que sólo conocen el euro: el antiguo duro español valía cinco pesetas) y desde luego resulta bastante sospechoso que alguien ofrezca tantos y tan interesantes servicios (por ejemplo, el correo gMail o, sin ir más lejos, ¡este mismo blog que estoy escribiendo con gran comodidad!) de manera gratuita.
Reischl enumera algunos de los defectillos que supone abusar de Google. Por citar alguno, me interesa el que se refiere al efecto negativo en el aprendizaje de las personas. Es cierto que el carácter enciclopédico de Google y otros buscadores facilita muchísimo la labor de búsqueda de datos pero no es menos cierto que es así sólo si uno ya tiene formado un criterio propio como investigador y analista, lo que no es por desgracia lo má corriente. Antiguamente, cuando uno rastreaba información sobre alguna cuestión, esa búsqueda resultaba a menudo tediosa e infructuosa, pero obligaba a la persona a romperse un poco la cabeza investigando y contrastando y, en ese proceso, los datos que recopilaba acababan adquiriendo sentido y uno adquiría gracias a ese esfuerzo una visión propia y más o menos aproximada respecto a lo que hallaba. Sin embargo, el usuario hoy ya no busca información sino que se limita a esperar que unas máquinas se la ofrezcan "mascada", organizada de acuerdo con preferencias ajenas (muchas empresas pagan, y muy bien, para que sus enlaces aparezcan en la primera o segunda páginas del asunto buscado, es decir para convertir la información en publicidad encubierta..., y teniendo en cuenta la cantidad desproporcionada de información disponible, no hay muchos investigadores de un tema que se recorran todas las páginas de enlaces que se le ofrecen porque no terminaría nunca).
El resultado es la horrenda cultura del "cortar y pegar", que no sólo mata el debate y la originalidad de los argumentos sino que multiplica por cien mil, por un millón de veces, los errores. Inolvidable, la anécdota que me ocurrió hace algunos años cuando encargué a una becaria una información sobre la presencia en España de la actriz Gwyneth Paltrow y en la noticia que redactó ella escribió Güinez Patrou (sic). Cuando le pregunté por qué había destrozado el hermoso nombre galés de la mujer y le dije si estaba de broma o qué, me contestó que no, que se escribía así porque "lo he visto en Google y lo he copiado literalmente". Lo que había hecho aquella becaria era escribir como le sonaba y encontrar, en el buscador, una serie de páginas personales en las que los participantes (que debían haberse quedado en casa durante todas las clases de inglés del colegio) hablaban de Patrou igual que lo hacían de Yoni Diiip, Alpachino o Yoch Kluny.
Otro de los grandes peligros de este tipo de servicios gratuitos es que se han convertido ya en la mayor base de datos del mundo, recogiendo lo más interesante de las personas (más allá de su identidad, su edad o su estado civil) y que no es otra cosa que sus gustos, aficiones e intereses: qué es lo que realmente les mueve..., algo que se puede deducir y sistematizar de las búsquedas que realizan a través del almacenamiento y análisis de las cadenas de búsqueda, direcciones IP, cookies, historial, etc. Toda esa información es mucho más valiosa de lo que piensan tantos inocentes que argumentan cosas como "Bah, ¿a quién puede interesarle que yo busque tal o cual cosa?"
Conociendo todo esto, esta mañana me he permitido la inmensa satisfacción de, ¡por una vez!, quedar por encima de mi gato conspiranoico. Mac Namara apareció en mi cuarto, silencioso y elegante como de costumbre, y tras maullar levemente para llamar mi atención, me soltó:
- ¿Sabes que el ejército de Estados Unidos acaba de lanzar el mayor satélite espía del mundo? Fíjate lo seguros que se sienten los Amos del Mundo que controlan la superpotencia yankee que hasta se permiten el lujo de anunciarlo públicamente cuando en otros tiempos esto sería un secreto de estado. Este satélite geoestacionario se llama NROL-32, posee entre otras cosas una gran antena colectiva destinada al espionaje electrónico y fue disparado desde la base militar de Cabo Cañaveral el pasado domingo a bordo de un cohete Delta IV Heavy, el cohete con mayor capacidad de carga útil actualmente en servicio. Ah, por si no lo sabes, la NRO, en español Oficina Nacional de Reconocimiento, es una de las dieciséis agencias de inteligencia (¡¡¡dieciséis!!!) de los Estados Unidos y su principal misión oficial es "mantenerse al tanto de las últimas tecnologías espaciales" y "vigilar desde arriba". En cuanto al parche oficial que han elaborado para conmemorar el lanzamiento, cuando quieras nos ponemos a interpretar sus símbolos... ¿Qué? ¿No tienes nada que decirme?
Le miré como tantas veces me ha mirado él a mí y, antes de volver la vista a la pantalla para teclear una nueva búsqueda en Internet, comenté lacónico:
- Vaya gasto inútil.
Lástima de video para haber grabado la cara que se le quedó a Mac Namara...
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