Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 9 de noviembre de 2010

No se puede uno fiar de los sentidos

Yo quería dejar ya de lado el tema pero, lo que son las serendipias, justo esta semana mi profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin, se ha puesto pejiguero con el asunto de lo que es real y lo que no, insistiendo en la facilidad con la que nos engañan los sentidos.

- No olvidéis -repetía una y otra vez- que el cerebro es el único órgano que siente o al menos parece sentir el mundo de las apariencias. Tanto si os golpean como si os dan un beso, tanto si os insultan como si os alaban, tanto si os hacen un mal gesto como si os dedican una sonrisa, todas esas impresiones que recibís no las entendéis por vuesto tacto, por vuesto oído, por vuestra vista o por cualquiera otro de vuestros sentidos, sino porque el cerebro interpreta de una manera determinada y por lo general convenida con el resto de cuantos os rodean las señales que ellos le mandan. Pero si un día el cerebro decidiera interpretar de manera distinta esas impresiones, dejariais de sentirlas igual o quizá incluso dejariais de sentirlas por completo. De igual forma, si tuvierais suficientemente desarrollados otros sentidos desconocidos por los humanos corrientes, podriais captar otro tipo de impresiones que hoy recibís pero no podéis decodificar.
Levanté la mano y expliqué que necesitaba pruebas de que lo real es lo real. Lo de que la silla en la que me siento existe simplemente por el hecho de que me estoy sentando en ella y no hay que buscarle más vueltas. Ese tipo de argumentos. Nasrudin se sentó sobre la mesa del profesor y plegó las piernas, así que nos pusimos cómodos porque normalmente cuando hace eso es que se dispone a contar una de sus historias.

Y así fue. Habló de un derviche silencioso y humilde que todas las semanas solía acudir a unas comidas que ofrecía un hombre tan culto como generoso que pretendía reunir a su alrededor a las personas más sabias de su ciudad. Las había bautizado como las Asambleas de los Sabios precisamente por eso. Como es lógico, el número de invitados era limitado pues todo el mundo deseaba asistir a estas comidas, más porque le vieran y le consideraran un sabio que por aprender algo verdaderamente importante de alguno de los otros invitados. 
Durante la comida, todo el mundo expresaba sus puntos de vista sobre la vida y sobre la muerte, sobre todas las cosas importantes que sucedieran en el día a día y sobre las investigaciones particulares de cada cual. Todos, menos el derviche que cada vez que llegaba a la reunión estrechaba amablemente las manos a cada uno de los presentes y se sentaba en el rincón más alejado, comiendo lo que se le servía y escuchando sin decir palabra. Al final, musitaba unas palabras de agradecimiento y se despedía con un sonrisa. Nadie sabía nada sobre él ni tampoco se atrevía a preguntar al hombre que organizaba las Asambleas de Sabios, no fuera a ser que quedara al descubierto que sabía menos cosas que las que se suponía debía conocer. 
 Corrían por tanto todo tipo de rumores acerca del derviche. Desde los que afirmaban que era un santo y esperaban el momento en el que se dignara dirigirles la palabra para iluminarles, hasta los que creían que era un farsante que se limitaba a comer gratis y criticaban soterradamente su presencia. Sin embargo, el derviche no se manifestaba en ningún sentido. Ni siquiera asentía o negaba con la cabeza los sabios proverbios y las historias que los comensales aportaban en estos banquetes. A veces pareciera que incluso se hubiera vuelto invisible pues pasaba completamente inadvertido. 

Un día el derviche se levantó inesperadamente y anunció a la Asamblea de Sabios que a la noche siguiente tenía a bien invitar a todos los presentes a cenar en su monasterio en las montañas: él se presentaría para guiarles a su comunidad. Aquello causó gran sorpresa e intercambio de opiniones. Unos creyeron que la extraña conducta que había mantenido hasta aquel momento había sido una prueba y que, una vez superada, les agasajaría con todo tipo de manjares físicos y espirituales. Otros pensaron que el derviche estaba simplemente loco y que podía incluso ponerles en peligro perdiéndoles en la montaña. También hubo quien advirtió que en realidad podía tratarse de un bandido que, tras estudiarles detenidamente, pensaba llevarles a una emboscada para, una vez capturados por su banda de secuestradores, pedir rescate por ellos. O quizá de un brujo que bajo el disfraz de derviche les convertiría en sus esclavos o les conduciría al mismísimo infierno.

No obstante, la curiosidad les condujo a aceptar la propuesta y a la noche siguiente todos fueron tras el derviche por un camino tortuoso hasta alcanzar un magnífico monasterio escondido entre las rocas, decorado de manera maravillosa y con multitud de oro, plata y joyas. Numerosos discípulos poblaban el lugar y realizaban los ejercicios más inverosímiles en patios tranquilos con fuentes cristalinas o en varias bibliotecas muy bien dotadas. Las mejores salas de este sitio increíble, provistas entre otras cosas de alfombras lujosas de artesanía, estaban ocupadas por sabios que decían grandes verdades, todos los cuales interrumpieron sus disertaciones para acercarse a saludar en persona al silencioso derviche. Cuando llegaron al amplio comedor, les fue servida una cena indescriptible por lo abundante, variada y sabrosa. Al final de ella, todos los miembros de la llamada Asamblea de Sabios se arrojaron a los pies del derviche, pidiéndole perdón por haber dudado de él y le rogaron que les aceptara como discípulos en aquel mismo instante. Pero él se limitó a sonreír y respondió:

- Esperad hasta mañana.

Los invitados del derviche fueron alojados en camas comodísimas con sábanas y cojines de seda en habitaciones dignas de sultanes, y allí durmieron, felices por haber encontrado al derviche más importante del mundo al que merecía la pena seguir...

Pero por la mañana despertaron desnudos y ateridos en medio de unas ruinas desoladas azotadas por el frío viento del amanecer, sobre una loma yerma.

Todas las bendiciones y halagos que la noche anterior habían reunido sobre el derviche se convirtieron en insultos y maldiciones. Así que después de todo era un brujo que les había engañado para robarles y reírse de ellos... De pronto, le vieron acercarse y se abalanzaron sobre él para vengarse pero el derviche les detuvo con un gesto imperioso.

- ¿Os gustaba más el monasterio? Pues regresemos a él -concluyó, moviendo las manos.

Y, como por arte de magia, todos se encontraron de nuevo entre las murallas del monasterio mágico. Ni rastro del páramo en el que despertaron. De nuevo cambiaron todos de opinión considerando que las ruinas donde pensaban haber estado en realidad habían sido una prueba y que el monasterio era el lugar que de verdad existía. Se arrepintieron de haberle descalificado e injuridado y se arrojaron a sus pies una vez más.

No obstante, el derviche movió las manos al revés ¡y todos se hallaron de regreso sentados en la mesa de la comida de la Asamblea de Sabios, de la que lo cierto es que nunca se habían movido ni un milímetro! El derviche continuaba en su sitio habitual, comiendo como siempre sin decir palabra y sonriendo pero los asistentes pudieron oír en sus mentes su característica voz que les advertía:

- Nada podrá enseñaros un verdadero derviche salvo ilusiones mientras vuestra codicia, vuestra ambición y el resto de vuestros defectos os impida distinguir entre la realidad y la realidad real.

Aquella extraña experiencia dejó impresionados a todos los asistentes, que siguieron frecuentando las llamadas Asambleas de Sabios pero a los que nunca volvió a dirigir la palabra el derviche. Lo cierto es que al poco tiempo descubrieron con asombro que su rincón estaba vacío y muchos empezaron a preguntarse si alguna vez había estado de verdad entre ellos.

 Cuando Nasrudin terminó su relato me quedé mirándole con cara de bobo (supongo, porque es la cara que se me queda cuando suele terminar sus cuentos mientras trato de descifrar el sentido último de los mismos; lo sé porque un día nos contó una historia sobre unos espejos y..., bueno, que me vi a mí mismo ahí reflejado). Entonces intenté resumir sus enseñanzas y me atreví a sugerir:

- O sea, que las cosas no son lo que parecen...

- A menudo me pregunto por qué a los occidentales -dijo él, irónicamente- os cuesta un poquito más que a los orientales ir más allá de la razón. Tú quieres pruebas gráficas. Tendrás tus pruebas gráficas.

Y entonces me obsequió con esta colección de fotografías que incluyo a continuación: son las mismas chicas, antes y después de verlas "arregladas".


Antes                         Después

Antes                         Después


Antes                         Después


Antes                         Después


Antes                         Después




- ¿Qué ves en esas fotos? ¿El rico monasterio del derviche o el páramo desolado? - concluyó Nasrudin su clase.  

3 comentarios:

  1. Sí, me ha producido el efecto que suelen producirme la mayoría de las historias o aforismos de "sabiduría oriental": parecen contener algo muy profundo e inquietante, y en cuanto escarbas un poco bajo ellas descubres que, simplemente, no hay nada. O, dicho de otro modo: el mundo fenomenológico puede ser una ilusión consensuada, pero afirmar eso, mientras no puedas demostrarlo (y, simplemente, no se puede) convierte tus palabras en aire vacío.

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  2. me ha encantado la clase de Nasrudim....y ...al final es lo que yo siempre le digo a la gente que me dice guapa...es pura ilusión...jejeje

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  3. Me gusta mucho tu blog, lo visitaré a menudo!

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