En más de una ocasión hemos recordado en esta bitácora una de las primeras lecciones que se aprende en la Universidad de Dios: es muy fácil conducir al ser humano por el camino que uno desee, pues basta con aplicarle con eficiencia una de las armas básicas (o las dos) de la manipulación, que son el miedo y la culpa. En los últimos días estoy haciendo un auténtico master sobre este tema, analizando cómo una serie de personas en mi trabajo son manejadas y a su vez manejan a otras empleando estas armas con un entusiasmo digno de mejor causa. También intentan aplicarlas sobre mi persona pero por supuesto no les funciona porque ignoran que tengo recursos para zafarme gracias a mi condición de estudiante de Segundo curso en la susodicha universidad. Bueno, en realidad lo saben porque yo se lo he dicho, pero piensan que estoy de broma y no me creen, con lo que se demuestra que la mejor forma de esconder algo a los ojos de los demás es ser absolutamente transparente: ¡la gente está tan acostumbrada a mentir y engañar que si le dices la verdad a la primera cree que la estás engañando!
Aturdidas por el temor al futuro (sin darse cuenta de que el futuro no existe, porque uno puede temer a lo que pase dentro de una semana pero no sabe si en unos días más estará muerto o le habrá tocado una lotería millonaria ¡y por tanto el temido futuro jamás se hará realidad!) y encadenadas por todo tipo de "pecados" (menudo grado de masoquismo hay que llevar encima para cargar con tanta facilidad, e incluso con tanto gusto, con las culpas que alegremente le colocan a uno los demás sin tener nada que ver en ellas), las personas caen en uno de los autohechizos más poderosos y destructivos que existen: la queja.
Y no será porque los expertos no nos hayan dicho en repetidas ocasiones que quejarse no sólo no sirve para nada realmente útil (que levante la mano a quien le guste tener al lado a alguien quejica) sino que además es bastante malo para la salud. El psicólogo y pedagogo Bernabé Tierno, por ejemplo, todo un experto en relaciones humanas... En un curso de verano que ofreció en la Universidad del País Vasco en San Sebastián hace año y medio, lo dejó bastante claro. Rescato algunas de sus advertencias más contundentes: "quejarse constantemente reduce las defensas del cuerpo humano para combatir enfermedades, las personas instaladas en el lamento permanente son un buen 'caldo de cultivo' en este sentido", "cuando alguien está acostumbrado a ponerse 'en lo peor' desencadena lo que se llama un 'estrés anticipatorio' y enferma con más facilidad que las personas optimistas e ilusionadas con la vida", "el problema de los quejicas es que se sienten muy cómodos en un negativismo casi ritual porque durante años han estructurado así sus hormonas, aunque es posible revertir la tendencia dedicándose a vivir más pendiente de lo que se tiene que de lo que falta".
Una reflexión de Bernabé Tierno que me interesa especialmente, porque mis miedicas-culpabilizados-quejicosos lo son en el ámbito laboral, es la siguiente: " las dificultades generadas por la crisis económica, aunque no se sepa muy bien cómo se va a salir de ella, deberían afrontarse trabajando, viviendo con lo que se pueda, reduciendo gastos y siendo 'todos para todos' en compañía de familiares y amigos. Un muermo que va al trabajo y dice 'qué asco de vida tengo' es un pobre desgraciado que no hace más que poner dificultades, primero que todo, a sí mismo. El llamado síndrome postvacacinal es una auténtica bobada." No es que me haya convertido en el agente literario de este señor: es que las cosas que él dice son exactamente las mismas que he observado en mi experiencia personal durante muchos años.
Además, no es el único especialista..., pero es que la mayoría de ellos dicen lo mismo que él. Por ejemplo, en un artículo que publicó hace un par de años en la revista Psychologies pero que sigue teniendo perfecta vigencia, Almudena Ávalos apuntaba cinco estrategias para afrontar esa crisis de victimismo por desgracia tan común entre los trabajadores españoles:
1º) Desacralizar la vida profesional. Tenemos que dejar de cometer el error de pensar que sólo somos nuestro trabajo y encima esperar que nuestra empresa se implique emocionalmente con nosotros como nosotros podemos haberlo hecho con ella. Una empresa no es una ONG ni un sitio donde uno va a pasarlo bien (a no ser que le guste muchísimo su trabajo) sino un lugar que te paga por hacer algo que es rentable para ella.
2º) Mostrar siempre buen humor (mi arma favorita). Lo más desagradable de un trabajo es encontrarse en un mal ambiente con gestos desagradables, diálogos agrios y posturas personales cínicas. Muchas veces eso es lo que hace tan cuesta arriba el acudir a nuestro puesto. Sin embargo, es bastante más fácil de lo que parece cambiar esto y además depende de uno mismo puesto que el buen humor es tan contagioso como el malo. Una experiencia fácil de realizar para comprobarlo: sonreír a un compañero cuando uno se cruza con él. En el 99 por ciento de los casos (siempre hay algún Tullius Detritus por ahí), ese compañero responderá al saludo también con una sonrisa, aunque no nos conozca demasiado. Y es mucho más fácil entablar una relación o llegar a un acuerdo a partir de una sonrisa que de una cara con gesto despreciativo.
3º) Expresar las propias necesidades. Es muy común que subestimemos nuestra capacidad de convicción y nuestro propio valor para la empresa en determinadas áreas. Si a eso le sumamos la actitud borreguil de considerar que sólo podemos ser amistosos con nuestros compañeros pero no con nuestros jefes porque éstos últimos "siempre se aprovechan de nosotros" (cuando tan importante es en realidad el empleado como el empleador para la buena marcha de la empresa), es fácil caer en una absurda autocompasión, unos sentimientos de frustración e insatisfacción. Mucha de esa basura psíquica se limpiaría si fuéramos más francos (¡y educados!) a la hora de pensar lo que decimos y además aportáramos posibles soluciones a los problemas que hemos detectado.
4º) Ponerse pequeñas metas para avanzar a largo plazo. Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina cuadrito a cuadrito, trasladando a las paredes y techo del edificio lo que había dibujado previamente en un papel. Lo hizo poco a poco, sin agobiarse ni acelerarse, tomándose su tiempo, y le quedó una obra maestra. Un error corriente es someterse a un nivel desproporcionado de exigencias y tensiones, buscando un perfeccionismo que, ni lograremos alcanzar, ni además tiene gran utilidad. Es preferible ser un poco menos ambiciosos y apostar por ir paso a paso, con metas fáciles que nos den confianza para ir aspirando a otras mayores. Y recordar esta regla de oro: absolutamente nada en el mundo es gratis y, de hecho, cuanto más importante sea algo de lo que queremos, más caro nos va a costar obtenerlo y por tanto con más alegría deberemos pagarlo.
5º) Tomar iniciativas. Es un punto parecido al 3º. Son muchas las insatisfacciones laborales que padecemos porque nos pasamos la vida esperando cambios (que nos beneficien) sin mover ni un dedo para producirlos. No participamos activamente en las reuniones (incluso ni siquiera participamos en ellas), no proponemos ideas ni sugerencias de mejora a los jefes, no hacemos cosas más allá de lo que nos ordenan porque "a mí no me pagan por pensar", etc. ¿Cómo esperamos promocionarnos si no hacemos nada para demostrar que merece la pena confiar en nosotros?
Por citar a un tercer experto, la psicóloga Paz Torrabadella publicó un libro titulado Inteligencia emocional en el trabajo en el que facilitaba otras pautas para el cambio. Su mensaje: "las personas que obtienen éxito no son siempre las que tienen más capacidades, ni siquiera las que tienen más mérito o eficacia real. El verdadero éxito requiere algo más, como la habilidad para tratar de forma conveniente a las personas convenientes, algo estrechamente vinculado a la inteligencia emocional"..., y a la sociabilidad de uno. Si nos portamos como cafres con jefes y compañeros, es un poco difícil que cualquiera de estas categorías nos trate de una manera diferente a la que tratarían a los cafres.
Algunas pautas aportadas por Torrabadella: "prestar atención a los detalles, porque para remodelar la realidad primero es preciso saber captarla", "cumplir con la palabra dada", "usar argumentos que respondan a una lógica, no simplemente impuestos", "desarrollar la habilidad para saber qué cosas se pueden remediar (porque son problemas) y qué otras cosas no (porque son desgracias) para aplicar nuestras fuerzas en donde de verdad sirvan para algo".
Pero de todas recomendaciones, ya digo que mi favorita es el sentido del humor. En cierta ocasión en la que mi empresa atravesaba también un momento delicado y la gente alrededor de mí se refocilaba en la queja y la protesta por las condiciones de trabajo, un conocido me recomendó que al volver a casa me detuviera en una farmacia y comprara un termómetro rectal de Johnson & Johnson. Luego debía abrir la caja y leer las instrucciones, especialmente la parte donde dice, en un tipo de letra pequeño: "Todos los termómetros rectales hechos por Johnson & Johnson son PERSONALMENTE PROBADOS y luego esterilizados" (las mayúsculas son mías). Finalmente, debía sentarme cómodamente y repetir en voz alta: ¡Soy feliz por no trabajar en el control de calidad de Johnson & Johnson!, mientras recordaba que siempre habrá alguien con un trabajo más desagradable que el mío.
O, como dijo el gran Pedro Calderón de la Barca de manera magistral en La vida es sueño: "Cuentan de un sabio que un día/tan pobre y mísero estaba/que sólo se sustentaba/de unas hierbas que cogía./¿Habrá otro, entre sí decía/más pobre y triste que yo?/ Y cuando el rostro volvió/halló la respuesta viendo/que otro sabio iba cogiendo/las hierbas que él arrojó."
3º) Expresar las propias necesidades. Es muy común que subestimemos nuestra capacidad de convicción y nuestro propio valor para la empresa en determinadas áreas. Si a eso le sumamos la actitud borreguil de considerar que sólo podemos ser amistosos con nuestros compañeros pero no con nuestros jefes porque éstos últimos "siempre se aprovechan de nosotros" (cuando tan importante es en realidad el empleado como el empleador para la buena marcha de la empresa), es fácil caer en una absurda autocompasión, unos sentimientos de frustración e insatisfacción. Mucha de esa basura psíquica se limpiaría si fuéramos más francos (¡y educados!) a la hora de pensar lo que decimos y además aportáramos posibles soluciones a los problemas que hemos detectado.
4º) Ponerse pequeñas metas para avanzar a largo plazo. Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina cuadrito a cuadrito, trasladando a las paredes y techo del edificio lo que había dibujado previamente en un papel. Lo hizo poco a poco, sin agobiarse ni acelerarse, tomándose su tiempo, y le quedó una obra maestra. Un error corriente es someterse a un nivel desproporcionado de exigencias y tensiones, buscando un perfeccionismo que, ni lograremos alcanzar, ni además tiene gran utilidad. Es preferible ser un poco menos ambiciosos y apostar por ir paso a paso, con metas fáciles que nos den confianza para ir aspirando a otras mayores. Y recordar esta regla de oro: absolutamente nada en el mundo es gratis y, de hecho, cuanto más importante sea algo de lo que queremos, más caro nos va a costar obtenerlo y por tanto con más alegría deberemos pagarlo.
5º) Tomar iniciativas. Es un punto parecido al 3º. Son muchas las insatisfacciones laborales que padecemos porque nos pasamos la vida esperando cambios (que nos beneficien) sin mover ni un dedo para producirlos. No participamos activamente en las reuniones (incluso ni siquiera participamos en ellas), no proponemos ideas ni sugerencias de mejora a los jefes, no hacemos cosas más allá de lo que nos ordenan porque "a mí no me pagan por pensar", etc. ¿Cómo esperamos promocionarnos si no hacemos nada para demostrar que merece la pena confiar en nosotros?
Por citar a un tercer experto, la psicóloga Paz Torrabadella publicó un libro titulado Inteligencia emocional en el trabajo en el que facilitaba otras pautas para el cambio. Su mensaje: "las personas que obtienen éxito no son siempre las que tienen más capacidades, ni siquiera las que tienen más mérito o eficacia real. El verdadero éxito requiere algo más, como la habilidad para tratar de forma conveniente a las personas convenientes, algo estrechamente vinculado a la inteligencia emocional"..., y a la sociabilidad de uno. Si nos portamos como cafres con jefes y compañeros, es un poco difícil que cualquiera de estas categorías nos trate de una manera diferente a la que tratarían a los cafres.
Algunas pautas aportadas por Torrabadella: "prestar atención a los detalles, porque para remodelar la realidad primero es preciso saber captarla", "cumplir con la palabra dada", "usar argumentos que respondan a una lógica, no simplemente impuestos", "desarrollar la habilidad para saber qué cosas se pueden remediar (porque son problemas) y qué otras cosas no (porque son desgracias) para aplicar nuestras fuerzas en donde de verdad sirvan para algo".
Pero de todas recomendaciones, ya digo que mi favorita es el sentido del humor. En cierta ocasión en la que mi empresa atravesaba también un momento delicado y la gente alrededor de mí se refocilaba en la queja y la protesta por las condiciones de trabajo, un conocido me recomendó que al volver a casa me detuviera en una farmacia y comprara un termómetro rectal de Johnson & Johnson. Luego debía abrir la caja y leer las instrucciones, especialmente la parte donde dice, en un tipo de letra pequeño: "Todos los termómetros rectales hechos por Johnson & Johnson son PERSONALMENTE PROBADOS y luego esterilizados" (las mayúsculas son mías). Finalmente, debía sentarme cómodamente y repetir en voz alta: ¡Soy feliz por no trabajar en el control de calidad de Johnson & Johnson!, mientras recordaba que siempre habrá alguien con un trabajo más desagradable que el mío.
O, como dijo el gran Pedro Calderón de la Barca de manera magistral en La vida es sueño: "Cuentan de un sabio que un día/tan pobre y mísero estaba/que sólo se sustentaba/de unas hierbas que cogía./¿Habrá otro, entre sí decía/más pobre y triste que yo?/ Y cuando el rostro volvió/halló la respuesta viendo/que otro sabio iba cogiendo/las hierbas que él arrojó."
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