Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 25 de enero de 2010

Spamalot

Exactamente, un montón de spam (a estas alturas ya todo el mundo sabe lo que significa el título de este musical, así que no voy a ponerme a explicarlo): eso es lo que es, básicamente, Spamalot, si es que uno pertenece a la Sacra Iglesia de los Adoradores de Monty Python. Porque lo importante para ver esta comedia musical es partir de una pregunta existencial: ¿uno es fan (no un mero simpatizante) del genial sexteto británico, sí o no? No hay medias tintas porque, si es que sí, la obra le decepcionará y, si es que no, le divertirá un montón. ¿Cómo se entiende esta paradoja? Como diría mi tutor en la Universidad de Dios, la explicación es sencilla y se encuentra en el desarrollo de la cuarta ley del Hermetismo, la de Correspondencia, cuando dice aquello de "los opuestos son idénticos en naturaleza y sólo difieren en grado, los extremos se tocan y todas las verdades son semiverdades, todas las paradojas pueden reconciliarse..."

Spamalot es una adaptación de la ya de por sí inadaptable Monty Python and the Holy Grail estrenada en 1974 y que en España se estrenó como Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores. Para mí, la segunda mejor película de humor de todos los tiempos, después por supuesto de La vida de Brian (aunque supera a ésta en el aspecto del surrealismo). Eric Idle, uno de los miembros del maravilloso contubernio de humoristas británicos y el más aficionado a la música entre todos ellos, buscaba seguramente un buen negocio (aparte de llenar sus ratos libres) cuando decidió llamar a su amigo John Du Prez y plantearle la posibilidad de llevar al teatro el fantástico imaginario de la versión más divertida de la leyenda de Arthur, king of Finland..., digo... England.

Y consiguió sobradamente sus objetivos: estrenada en 2005 en EE.UU. y después en diversos países del mundo (el año pasado llegó a España, primero en Barcelona y ahora en Madrid), aparte de rellenar la cuenta corriente de sus creadores, ha cosechado varios premios incluido algún Tony.

Para los que no son fans y, aún mejor, no han visto la película: se encontrarán con un musical que entra por los ojos y los oídos con facilidad, que despliega una puesta en escena apabullante, grandes decorados, música en directo (conté 13 -¿13?- músicos y su director), un trabajo fenomenal de todos los actores (algunos, incluso brillante, como los intérpretes de Sir Lancelot y del Príncipe Herbert, así como la voz de la Dama del Lago, la mejor cantante con diferencia sobre el escenario), un vestuario ad hoc (incluyendo “ligero vestuario” también ad hoc para las coristas en algunos números), grandes números de baile, buen humor y la sensación de haber pasado la tarde a gusto y sin preocuparse por las tonterías de nuestros políticos y las diversas tragedias cotidianas.

Ahora, bien, para los fans de Monty Python (los de la Sacra Iglesia...etc.): el primer error es llegar al teatro buscando la película porque no la van a encontrar. Es todo un detalle que a lo largo de la obra en ningún momento se refiera nadie a los caballeros de la mesa cuadrada, como sucedía en la película, sino de la mesa redonda (para la cual, cantan, buscan "caballeros con buena onda"). Y es que el argumento, los nombres, el vestuario, la ambientación, los gags…, parecen los mismos que ya conocemos (incluso algunos están muy bien imitados) pero en realidad no lo son. Es como si uno hubiera tenido ocasión de conocer personalmente a Buda, debatir con él sobre su doctrina, escuchar su filosofía y sus máximas vitales y, cuando regresa a visitarle años después, en lugar de a Siddarta Gautama se encuentra predicando a Richard Gere.

Por ejemplo (y sé que es difícil esto, pero si te metes en el lío, tendrás que meterte con todas las consecuencias), ahí está la pésima traducción de muchas de las letras que, no sólo pierden la mayoría de los dobles sentidos y los juegos de palabras habituales de nuestro grupo humorístico favorito al pasar del inglés al español, sino que encima son sustituidos por los inevitables tacos a los que tan aficionados son nuestros guionistas amantes del mínimo esfuerzo (¿por qué un guión producido en nuestro país tiene que recurrir constantemente al lenguaje soez?) además de unas rimas que podrían sonrojar a un compositor quinceañero (por ejemplo, en la escena de “Traed vuestros muertos…”, el original I’m not dead yet se transforma en Aún no la he “palmao”).

Pero esto no es lo más grave. El problema es que, para suplir el fascinante ejercicio de surrealismo original que mezcla el espaciotiempo de los caballeros de Arturo con la investigación policial contemporánea en el bosque junto al castillo, se ha optado por reconstruir la historia desvirtuando y arrinconando progresivamente la búsqueda del Grial (que al final acaba en manos del público) para forzar a los héroes a crear un musical de Broadway. Tal es, literalmente, la boba misión que les encargan los-caballeros-que-dicen-Ni, después de cumplir con el primer objetivo que no es encontrar una almáciga, como en el original, sino un geranio (¡y luego encima no les ponen la misión de talar el bosque con un arenque!). Así que todo el segundo acto se convierte en una sucesión de números a menudo sin pies ni cabeza, desde luego sin coherencia y donde cabe todo: desde una versión del inolvidable Always look on the bright side of life pero sin cruces y en plan Gene Kelly bailando bajo la lluvia hasta un verdaderamente sorprendente número musical acerca del dominio judío en los musicales de Broadway.

Y aquí comienza el recuento de las escenas suprimidas, nadie sabe muy bien por qué, y de las respetadas (entre las cuales, la mejor es sin duda la de los franceses insultando desde el castillo a los caballeros de Arturo, aparte de otros clásicos como el diálogo sobre las golondrinas y los cocos o el asunto del conejo asesino y la santa granada -¡pero no meten lo que más me gusta, cuando después de leer en el libro sagrado lo de "contarás hasta tres y tres será el número..." empieza a relatar que "comieron cabras, y ovejas, y orangutanes..."-) .

Entre las secuencias desgraciadamente suprimidas figuran dos importantísimas: el número de la bruja ("A mí me convirtió en grillo... ¡Y mejoré!") y el de las tres preguntas para pasar el Puente Peligroso ("¿Cómo..., os llamáis? ¿Qué..., buscáis? ¿Cuál es..., vuestro color favorito?"). A cambio, se nos presenta un Camelot que parece Las Vegas y nos cuelan de rondón una boda de Arturo con la Dama del Lago que al final resulta es Ginebra (menudo cacao).

Todo esto ha tenido un efecto inmediato: al volver a casa me lancé a por el DVD para repasar la película original y renovar mis votos de fidelidad a la Sacra Iglesia..., etc.



2 comentarios: