Es esa sensación que te queda cuando visitas Nueva York por vez primera y te llevas la gran desilusión. Porque..., sí, es exactamente la misma ciudad que has contemplado 120 veces en otras tantas películas y 47.504 veces más en otras tantas conexiones de televisión..., pero el problema es que es exactamente eso y no otra cosa, con lo cual no te impresiona en absoluto (al menos, no lo que pensabas que te iba a impresionar). Te das cuenta en un momento de que ya la conoces y de que en realidad no hacía falta haber ido porque ya la habías visto hasta la saciedad aunque nunca lo hubieras hecho en primera persona. Gran decepción. Puestos a pensar, lo único novedoso que puede ofrecer es su tamaño pues los americanos lo hacen todo a lo grande, sin complejos y sin límites y, comparada con Nueva York, cualquier gran ciudad española es del tamaño de Logroño (y mira que me gusta Logroño).
Exactamente eso es Avatar, de James Cameron.
Tenía ganas de ver esta película porque desde que se estrenó estuvimos haciéndole bromas a Saakaar Eashan, un alumno de la Facultad de Dios de origen hindú, a propósito del título. Sobre todo porque la más famosa de las reencarnaciones de un dios en la Tierra (es decir, lo que significa técnicamente el nombre avatar) fue la de Krishna, cuerpo y personalidad asumidos por Vishnú..., el dios de color azul.
Y ante todo he de decir que se trata de uno de los más grandes espectáculos de entretenimiento cinematográfico jamás rodados: quizás el equivalente en nuestra época contemporánea al impacto visual que causó en su día La Guerra de las Galaxias (o Star Wars como dicen ahora los eruditos). Las dos horas y media largas que dura la película se pasan volando y uno sólo nota la excesiva duración (quizá para compensar el excesivo precio de la entrada, que no se compensa con el "obsequio" de las gafas de 3D) cuando la santa parte del cuerpo que hay al final de la espalda pero ya no se llama así empieza a darte pinchazos y te obliga a revolverte en la butaca buscando una nueva forma de aposentar tu peso sin que te moleste.
Pero, ojo, existe una gran diferencia entre La Guerra de las Galaxias y Avatar y se basa en esa rara avis casi extinta en el cine que se rueda hoy día y que se llama: guión.
No hay nada nuevo en la historia de Cameron, más allá de la en verdad impresionante pirotecnia de efectos especiales con que aturde su largometraje desde el principio hasta el final, por lo que cualquier aficionado no ya a la Ciencia Ficción sino al Séptimo Arte puede predecir con un mínimo margen de error lo que va a ir sucediendo en la escena siguiente. Todo suena a manido, a visto mil veces (Nueva York revisitada), desde la idea base del argumento (humano-que-se-cambia-del-bando-de-los-poderosos-al-de-los-oprimidos-nativos-a-los-que-quieren-arrebatarles-sus-tierras-porque-poseen-importantes-recursos) hasta el arquetipo del protagonista (el mesiánico redentor, y redimido, Jake Sully que va de "no, si yo sólo quiero ser uno más de vosotros" para mutar luego en el clásico líder de "seguidme, que yo os liberaré") y el del resto de personajes (la novia al estilo Pocahontas pero de color azul -¿cómo se puede enamorar de un bicho tan poco estético?-, con su padre jefe de la tribu y su madre chamanesa -¿está bien dicho?- o el coronel -¿por qué siempre son coroneles?- jefe de los marines que parece sacado de un tebeo de Nick Furia), pasando por la cínica ambigüedad de los científicos (que tratan de "vender" la idea de que están allí investigando y si me apuras hasta "convirtiendo" a los niños alienígenas -esa Sigourney Weaver abriendo escuelas (!) para la etnia de los na´vi...-, cuando en realidad están para facilitar la tarea de los militares y de la corporación entera que tiene instalada allí su base: apoderarse del raro metal que atesora Pandora, el mundo donde se desarrolla la acción) o el aire new age de la civilización azul (con momentos Disney modelo "hermano árbol, hermano bestia-salvaje-que-estás-a-punto-de-devorarme-pero-en-el-fondo-te-respeto-y-me-respetas" y un mensaje pseudoecológico muy ad hoc desde el punto de vista de lo políticamente correcto).
Es todo lo que hemos visto tantas veces antes, pero multiplicado por cien mil, llevado hasta extremos que un aficionado veterano jamás imaginó podrían ser posibles en una pantalla aunque para los más jóvenes asistentes en la sala de proyecciones la sorpresa sea menor porque ellos ya nacieron con la revolución audiovisual en sus vidas. Además, en demasiadas ocasiones la película adopta el ritmo y la estética de los videojuegos, con algunos elementos como los helicópteros de combate o los colosales exoesqueletos que (también) hemos visto en algunos de los títulos más conocidos.
Lo mejor: a los mortales corrientes quizá les haya hecho pensar uno de los aspectos más interesantes de la película y es el que muestra la continuidad de la conciencia, más allá del cuerpo que utilice para manifestarse. Después de todo, y aunque la inmensa mayoría de ellos se muera sin saberlo, todos los seres humanos son avatares de sendas chispas divinas que encarnan de este modo en la Tierra.
Lo peor: todos esos espectadores que salen del cine satisfechos por ese improbable final en el que los "malos" pierden y se salvan los nativos (el siguiente paso es que, si tan importante es el mineral extraído, la Tierra mande una flota de naves de guerra y arrase a los na'vi) no se dan cuenta de que lo que se relata en la historia está pasando ahora mismo en muchos puntos del planeta y nunca se han preocupado por ello. Sin ir más lejos me viene a la memoria la situación en el Congo, y hasta Ruanda y Uganda, por la extracción del coltan, mineral imprescindible para el sector de la telefonía móvil. Corporaciones como las de la película, con militares mercenarios como los de la película, han provocado inumerables víctimas (muertas o desplazadas) como en la película para poder extraer y vender este valioso mineral como en la película..., pero que yo sepa ninguno de los asalariados de estas corporaciones ha hecho como en la película integrándose con los nativos y liderando una rebelión para expulsarlos de sus tierras (y por supuesto al resto del mundo le da igual lo que haya ocurrido o siga ocurriendo hoy día con esos nativos, mientras puedan estrenar un teléfono móvil nuevo, a ser posible cada año).
Amen
ResponderEliminarMás allá de todo lo que tan certeramente comentas, para mí lo peor de todo es que en definitiva, se presenta la rebelión vengativa y violenta como la única solución posible al problema que viven los lugareños.
ResponderEliminarPrimero se los presenta como una civilización sensible, pacífica y profundamente conectada con lo espiritual... pero la emoción para el espectador realmente comienza (y se siente entusiasmado con ello) cuando la tribu se deja de ñoñerías, deja a un lado su noción de identidad con el Todo, empuña las armas y se toma una revancha violenta contra los invasores. Y mientras uno presencia esa lamentable y subliminal transmisión de "valores", realmente siente que "es lo justo", lo que los miembros de la tribu expoliada deberían haber hecho mucho antes.
Jamás aparece la redención, o por ejemplo el hermanamiento, la sensibilización y conversión (por empatía) de los invasores, como una posibilidad, ni siquiera remota.
Eso nos muestra que esta película es exactamente lo que parece: un mero producto.