Y, en efecto, el poder es la perdición de los mortales o, como dijera aquel agudo vicrepresidente norteamericano llamado Adlai Ewing Stevenson: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Tal es el motivo de que, en todo el planeta Tierra, no exista hoy por hoy más que un solo líder que sea verdaderamente honrado y fiable…, aunque todavía no le conozco.
El ejercicio del poder tradicionalmente se dejaba en manos de los dioses, porque éstos se hallan por encima del Bien y del Mal y pueden aplicarlo de manera impersonal y en beneficio general de todos, sin sospechas de partidismo. Pero eso era hace mucho tiempo. Desde luego, en la época anterior a lo que hoy se llama, con cierta sinrazón, la Era de la Razón. En la actualidad, rotos los vínculos del hombre común con la Naturaleza y encadenado éste a los prodigios de lo artificial y lo sintético, deambula ciego y orgulloso sin saber explicarse el mundo. Y los dioses son sustituidos por otros hombres comunes que se autoproclaman como sus sucesores o representantes en el planeta aunque en realidad no son más que los mortales que han conseguido por su propio y único esfuerzo (generalmente muy alejado de la utópica imagen que proyectan) elevarse hasta los niveles superiores por encima de la pirámide humana. Sucede en todos los ámbitos. Resulta irónico, por ejemplo, que precisamente Benedicto XVI denunciara hace unos días en el Aula Pablo VI del Vaticano que también entre “los hombres de Iglesia” existe “el afán de hacer carrera y la ambición del poder”..., lo que hace “sufrir” a la Iglesia porque estas personas “trabajan para ellas mismas y no para la comunidad”. ¡Que lo diga él, que no paró de una intriga vaticana a otra hasta conseguir convertirse en el sucesor oficial de Juan Pablo II…! En la Facultad de Dios se cuentan muchas y jugosas anécdotas acerca de la trayectoria personal de Ratzinger, hoy camuflada detrás de la tiara papal y sus dignidades asociadas.
En cuanto a la política pura y dura, todos los partidos y su organización en forma de diversas instituciones o parlamentos parten de unas bases teóricas loables e incluso nobles, empleando palabras-de-ésas-que-se-escriben-con-mayúsculas..., pero su aplicación práctica sobre la sociedad suele degenerar en consecuencias terribles para aquéllos no iniciados en la secta y por tanto a salvo de los problemas de la gente corriente gracias al cargo proporcionado por el partido y/o el Estado. Incluso los organismos destinados a la paz y el entendimiento de los pueblos suelen derivar en conciliábulos muy diferentes a los que se supone animan su espíritu.
Por ejemplo, la Unión Europea, tan ensalzada hoy por los políticos e intelectuales contemporáneos como gran-e-idílico-e-imprescindible-proyecto-de-futuro a pesar de sus obvias deficiencias, no parece ser lo que parece (valga la redundancia).
Muchos lo saben (en la Universidad de Dios es vox populi, de hecho), pero pocos se atreven a decirlo en público por las reacciones que pudieran producirse. Uno de ellos es el gran escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, poeta, ensayista y periodista (uno de sus libros se titula precisamente ¡Europa, Europa!) al que vemos aquí a la izquierda y que esta semana ha recibido en Copenhague el Premio Sonning, el más importante de los galardones culturales concedidos en Dinamarca, instituido en recuerdo del escritor danés Carl Johann Sonning, que cada año premia con un millón de coronas danesas (unos 134.000 euros) a las personas que trabajan en beneficio de la cultura europea. Al recibir su premio, Enzensberger no tuvo empacho en aprovechar los micrófonos para volver a acusar a la Unión Europea de régimen con un evidente “déficit democrático” ya que desde su fundación “pretende a través de distintas instituciones que los ciudadanos no tengan influencia alguna en las decisiones que adopta” a pesar de que intenta transmitir una imagen contraria, de buen gobierno para los europeos y de acuerdo con sus intereses.
“La Comisión Europea tiene una posición similar a la de un monopolio cuando se trata de legislar: negocia y elabora su política a puerta cerrada. El control del Europarlamento es débil”, resume este verdadero intelectual germano, ya que “los 15.000 lobbistas que trabajan en Bruselas tienen más influencia en las decisiones de la Comisión que todos los eurodiputados”.
El chanchullo funciona así: cuando se quiere dar carta de naturaleza a alguna norma concreta que interese a alguien (no necesariamente a los ciudadanos, como por ejemplo sucede con los recortes progresivos de los últimos años a los agricultores europeos que nadie todavía ha explicado a quién benefician de verdad: ¿por qué demonios -nunca mejor dicho- Europa debe convertirse en un erial sin capacidad para producir sus propios alimentos?), el lobby correspondiente empieza a mover la propuesta por los despachos europeos. Como los miembros de estos grupos de presión pertenecen a diversos partidos políticos y se deben constantemente favores unos a otros, van colocando sus iniciativas e impulsándolas poco a poco presentándolas según convenga como un proyecto de Bruselas o un proyecto de un miembro concreto de la UE. Para cuando la iniciativa ha tomado cuerpo en medio de la telaraña de leyes, reglas y normas diseñada en la actual estructura comunitaria, nadie tiene muy claro de dónde procede. Si no hay polémica ciudadana, sale adelante sin más. Si la hay, se produce un conflicto mediático aparente y los gobiernos europeos acusan a la Comisión Europea de ser la causa última de la nueva reglamentación, mientras a su vez la Comisión asegura que se limita a seguir los deseos de los gobiernos..., el caso es que sale adelante también “y al final no hay responsable ninguno del resultado de unas negociaciones y la aplicación de las mismas”, concluye Enzensbergen.
Se puede decir más alto pero no más claro..., y todos esos políticos que luego se quejan de que los ciudadanos "no quieren Europa" o "no entienden el proyecto común", ésos que identifican el euroescepticismo con "los egoísmos nacionales" o "el retorno de los extremismos" harían bien, si fueran un poquitín honestos, en escuchar los argumentos de nuestro intelectual alemán, que tan bien ha sintetizado la animosidad que los funcionarios de Bruselas generan, cada vez más, en el resto de habitantes del Viejo continente. Enzensbergen añade, por cierto, que "es lamentable que todos los que nos mostramos críticos con la UE (en la imagen, el actual edificio del Europarlamento) seamos tachados de antieuropeos cuando somos todo lo contrario".
Los más altos cargos europeos andan preocupados por ese incremento lento pero inexorable del euroescepticismo y piensan en nuevas campañas de publicidad y/o propaganda para mejorar su imagen, sin entender que los ciudadanos europeos que todavía piensan no quieren un nuevo look sino un cambio radical de actitud. Aunque para lograr eso, me temo que haría falta destruir la actual Unión Europea y sustituirla por una real y verdadera Unión de Europeos.
Veamos un ejemplo claro de la mentalidad de estos prebostes de la UE, por cortesía de mi gato Mac Namara, que fue quien me facilitó -e interpretó- el siguiente cartel en el que se representaba la construcción del nuevo edificio del Parlamento Europeo en Estrasburgo, reproducido algo más arriba:
Dejo la palabra a Mac Namara que, como siempre, se expresa mejor que yo en estos casos:
- El eslógan dice lo siguiente: Europa: muchas lenguas y una sola voz y resulta el remate perfecto para la imagen gráfica que está transmitiendo el cartel -diserta mi gato conspiranoico con aires de catedrático-, que no es otra que la de la Torre de Babel. Atención a las estrellas de la bandera europea representadas en el cielo porque no sólo no son las 12 que figuran en la enseña oficial (son sólo 11..., curioso, curioso), sino que no aparecen, como debieran, en forma de círculo sino de rombo (como uno de los signos de cierta sociedad secreta) y además no figuran en la posición correcta sino invertidas (como el pentagrama satanista) y deformadas. A los pies de la Nueva Torre de Babel, los europeos son representados no como seres humanos sino como (lo que la mayoría de ellos son hoy) robots obedientes y alegres, dándose abrazos fraternales y contemplando el nuevo símbolo de poder que les controla. En primer plano, una madre (se supone) abraza a su hijo pequeño, que es la única figura con la cabeza redondeada porque es tan inocente que todavía no tiene mente suficiente para ser esclavizada: sin embargo ella le observa riendo como si pensara "ya te enseñaré yo quién manda aquí". Y no deja de ser enigmática la figura que también en primer plano utiliza un martillo para golpear..., ¿qué? No se sabe.
- Mac Namara, como de costumbre, me metes mucho miedo en el cuerpo.
- Pues mira el montaje que anda circulando por la Red. A la izquierda, un fragmento de La Gran Torre, la conocida obra que pintó Pieter Brueghel el Viejo y se encuentra en el Kunsthistorisches Museum de Viena. A la derecha, el Europarlamento. ¿No es fascinante cómo encajan? Por si no lo sabías, que supongo que no, en cierta conferencia de prensa que hace unos años se ofreció en cierta institución comunitaria un periodista preguntó sobre el porqué del diseño de Estrasburgo y el funcionario comunitario contestó, directamente: "estamos terminando la Torre de Babel que otros no pudieron terminar". ¿Una broma? Observa el montaje...
Con todo esto, no queda sino mandar un fuerte abrazo a Juan el Grande Enzensberger y recordar otra perla del antes mentado Adlai Ewing Stevenson, que también dejó dicha la siguiente advertencia: “Mi definición de una sociedad libre es que es aquélla en que no es peligroso ser impopular”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario