Un asombroso informe elaborado por biólogos de la universidad alemana de Regensburg ha revelado recientemente que las hormigas enfermas y agonizantes abandonan su nido y se marchan lejos para vivir sus últimos momentos en soledad y sin molestar a nadie. La actitud de estos ejemplares, según los entomólogos, es un claro sacrificio en favor de la comunidad pues, conscientes de que no les queda mucho tiempo de vida, cumplen de esta forma con un doble objetivo: por un lado, evitan molestar a sus compañeras, que tendrían que hacerse cargo de su cuerpo si muriera dentro del hormiguero, y por otro lado buscan preservarlas de la enfermedad que las consume.
Comportamientos similares se habían encontrado ya en algunos animales superiores. En concreto, en algunos mamíferos como los elefantes (¡sus famosos cementerios, presuntos tesoros de marfil!) y los leones; pero hasta el momento ninguna institución científica o educativa ha puesto el dinero suficiente encima de la mesa para materializar una investigación lo suficientemente importante como para confirmar si semejante actitud está extendida en líneas generales en todo el reino animal. En el caso que nos ocupa, los entomólogos sí planearon (y ejecutaron) el estudio sistemático de una colonia para analizar las conductas de sus componentes y lo más interesante de este descubrimiento es que las hormigas sanas no obligan a las enfermas a marcharse sino que son éstas las que toman la decisión de hacerlo, lo cual indica cierto grado, no por minúsculo menos llamativo, de conciencia y de entrega a la comunidad.
De todas formas, algo ya sabíamos acerca de la vida social de este peculiar insecto que, como tal, es uno de los verdaderos dueños del planeta Tierra: como cualquier entomólogo bien informado puede explicarnos si le preguntamos, si mañana mismo la especie humana desapareciera de la Tierra, no pasaría absolutamente nada; pero si lo hicieran los insectos, el planeta entero colapsaría en cuestión de muy poco tiempo. Tan importante es la función que desempeñan en nuestro mundo, por ejemplo, a la hora de reciclar desperdicios.
Las hormigas viven en auténticos rascacielos subterráneos (si exceptuamos las termiteras), en las que encontramos todo tipo de habitáculos: desde almacenes de comida hasta "guarderías" para larvas, "establos" para los pulgones a los que ordeñan para beberse sus secreciones azucaradas o "cultivos" de hongos (en el caso de las hormigas defoliadoras) para alimentarse con ellos. Aquí al lado podemos contemplar un modelo tridimensional de la especie Pogonomyrmex badius que suelen medir algo más de dos metros hacia abajo, cuentan con unas doscientas cámaras diferentes y duran aproximadamente unos quince años (y por cierto mirándolo con detenimiento parece una medusa extraterrestre). Biólogos de la Universidad de Florida fueron los primeros en conseguir hace pocos años este tipo de impactantes imágenes de cómo es un hormiguero por dentro, mediante el expediente de vertir una mezcla especial en el interior de los agujeros y esperar a que se solidificara para, a continuación, cavar y extraer todo el nido de una vez.
Estas ciudades bajo tierra se rigen de acuerdo con una estricta jerarquía que tiene en lo más alto a la reina (cuya única misión consiste en poner los huevos de los que nacerán todos los demás miembros del hormiguero: huevos que pone además con el esperma acumulado después de haber sido inseminada una sola vez en su vida -qué aburrida- por un macho), luego a los machos fecundadores de futuras reinas (los cuales por cierto mueren tras la cópula con la reina..., y tampoco es extraño teniendo en cuenta que se deben entregar "a fondo" para que ella disponga de suficiente material como para producir miles de huevecillos uno tras otro) y a las obreras como última casta (algunas especies tienen dos o más castas, incluyendo las clásicas hormigas soldado y las recolectoras) que se encargan de construir, ampliar, reparar, limpiar, defender y alimentar el hormiguero.
La diferencia entre una hormiga normal y otra destinada a reinar radica en la alimentación especial que recibieron en su estado larvario. Más o menos, lo que ocurre entre los humanos con la casta política, cuyos hijos/larva van a los mejores (y prohibitivos por lo caro) colegios para un día poder heredar sin problemas el poder que ejercen impunemente sus padres/reinas, mientras los hijos de los ciudadanos normales/obreras se tienen que conformar con la opción pública o, en el mejor de los casos, uno concertado o privado que les cuesta un ojo de la cara aunque no sea de la mejor categoría.
El hallazgo de los entomólogos de Regensburg viene a confirmar también esas inquietantes secuencias de Cuando ruge la marabunta (la película de Byron Haskin protagonizada en 1954 por Chuck Heston y Eleanor Parker), en las que se muestra el devastador avance de este ejército de hormigas "asesinas" que habitan en Suramérica y que en un momento dado se ponen en marcha sin que sepamos muy bien por qué o hacia dónde, sin detenerse ante nada, pues son capaces de sacrificarse arrojándose en masa a pequeñas corrientes de agua para que sus cuerpos sirvan como puente por el que pasarán sus compañeras.
En cierta ocasión, mi tutor en la Universidad de Dios me planteó una interesante reflexión. Venía a decir que solemos cometer el error de pensar en las especies animales (incluida la humana) como en constante progresión y evolución hacia escalones superiores de desarrollo, cuando lo cierto es que a menudo sucede al revés: muchos seres vivos no son capaces de superar las exigencias diarias de la Naturaleza y tienden a degenerar e involucionar. Por ejemplo:
En las imágenes gráficas como ésta, pero más "serias" suele representarse al ser humano como el último eslabón de una cadena que comienza en el mar con un pequeño protozoo que va evolucionando y pasa a convertirse en un pececito, luego en un anfibio, luego en un mamífero, luego en un primate y finalmente en un hombre. Nos gusta vernos a nosotros mismos como el fruto más elevado y mejorado del planeta. Pero...
La pregunta concreta de mi tutor era: ¿acaso la civilización de las hormigas podría ser el último resto de una viejísima raza humana que en lugar de evolucionar, por las causas que fuera, comenzó a involucionar hasta quedar reducida a eso: a una cultura de insectos, con un nivel ínfimo de individualidad y una fuerte dependencia de una mente gestalt que le induciría a actuar de una u otra forma pero siempre exclusivamente en beneficio de la comunidad? En teoría es posible. Igual que recorrimos la cadena desde un extremo, podríamos haber hecho lo propio hacia el otro lado. De hecho, cuanto más estudio la organización de las hormigas, más parecidos encuentro con la de los seres humanos. En todo caso, desde que escuché esta reflexión las hormigas se volvieron materia incómoda para mí: unos seres profundamente antipáticos.
Y así sucede que la única hormiga que me cae bien a día de hoy es ésta:
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