Además de gobernador del Estado de Virginia, Secretario de Estado y finalmente tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson fue un ambiguo e intrigante personaje, uno de los más interesantes y contradictorios de la convulsa época de la independencia de las colonias americanas. Uno de sus biógrafos, James Parton, le consideraba una especie de Mc Gyver del momento, con múltiples capacidades: desde "calcular un eclipse" o "anudar una arteria" hasta "diseñar un edificio, desarrollar un juicio (...) y tocar el violín". Millonario por familia, abogado por estudios y político por vocación y sobre todo por ambición, Jefferson fue uno de los más poderosos terratenientes del lugar. Y, como todos los grandes hacendados, su fortuna descansaba sobre las espaldas de sus esclavos..., que los tenía, y muchos.
Paradójicamente, el mismo hombre que escribió sentencias tan profundas como la de "Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir la felicididad ejerciendo el poder sobre otros" o aquellas otras hermosas palabras de la Declaración de Independencia que dicen "Todos los hombres tienen derecho a la vida, a la libertad y a perseguir la felicidad..." y que tantas veces han sido imitadas en países de todo el planeta, fue el mismo que algunos años después escribió también que "los negros son inferiores a los blancos en belleza, en intelecto y en carácter" y "carecen de autocontrol, reflexión racional y devoción hacia una comunidad mayor", motivo por el cual "no están capacitados para gozar de la libertad".
Por supuesto, estaba en contra del mestizaje, algo "en absoluto recomendable"..., aunque él mismo tuvo descendencia con al menos una de sus esclavas negras, Sally Hemmings. ¿Qué diría este fundador del Partido Republicano Demócrata (que sobrevivió con diversos cambios hasta transformarse en el actual Partido Demócrata) si levantara la cabeza y dos siglos después contemplara al mulato Barack Obama no sólo como jefe de filas de la formación política que él creó sino como su sucesor en el "trono" de la Casa Blanca?
Quizá le recordaría lo que en 1802, hace la friolera de 208 años, escribió a uno de sus por entonces hombres de confianza: Albert Gallatin, Secretario del Tesoro, quien por el aspecto que muestra en el retrato pintado por Daniel Huntington aquí a la derecha bien podría haber inspirado al Mr. Ebenezer Scrooge de Charles Dickens.
Le dijo Jefferson a Gallatin:
"Estoy convencido de que las entidades bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que cualquier ejército en armas. Si el pueblo (norte) americano permite alguna vez que los bancos privados controlen su moneda, primero por la inflación y más tarde por la recesión estos bancos junto con las compañías que crecerán a su alrededor privarán a los ciudadanos de todas sus propiedades, hasta que un día sus hijos se despierten privados de techo y hogar en la tierra que sus padres conquistaron".
A pesar de las advertencias de Jefferson, para 1913 la mayoría de los intrépidos y combativos políticos norteamericanos de la primera época se habían convertido, al igual que sus colegas europeos, en adocenados y corruptos ocupantes de escaños que se limitaban a seguir las órdenes de sus jefes de bancada. Por eso fue relativamente sencillo engañarles (o sobornarles) y conseguir la aprobación, en una irregular sesión que se desarrolló el 22 de diciembre en un Congreso medio vacío, de la ley que fundaba la Reserva Federal de los EE.UU.: un banco privado (a pesar de su rimbombante nombre oficial; y un banco "blindado" contra todo y contra todos porque, de hecho, en toda su historia jamás ha permitido una sola auditoría externa de sus cuentas) que a partir de ese momento arrebató a las instituciones públicas norteamericanas el control del dólar (el artículo 1º de la Constitución de los EE.UU., en su octava sección, estipulaba bien claramente que el Congreso se reservaba "el poder de acuñar el dinero y regular su valor" pero esta ley se convirtió en papel mojado).
Y ya sabemos lo que ocurrió en cuanto los bancos se apoderaron del dinero: para empezar ahí está el "inexplicable" crack de 1929 y para continuar toda la serie de "cíclicas" crisis que a partir de entonces han dominado la economía norteamericana igual que la del resto del mundo financiero en manos de los mismos grandes trusts bancarios, mientras en cada crisis la propiedad de más y más empresas iba concentrándose en un grupo cada vez más reducido de propietarios.
Uff, estoy empezando a hablar como Mac Namara.
Quizá le recordaría lo que en 1802, hace la friolera de 208 años, escribió a uno de sus por entonces hombres de confianza: Albert Gallatin, Secretario del Tesoro, quien por el aspecto que muestra en el retrato pintado por Daniel Huntington aquí a la derecha bien podría haber inspirado al Mr. Ebenezer Scrooge de Charles Dickens.
Le dijo Jefferson a Gallatin:
"Estoy convencido de que las entidades bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que cualquier ejército en armas. Si el pueblo (norte) americano permite alguna vez que los bancos privados controlen su moneda, primero por la inflación y más tarde por la recesión estos bancos junto con las compañías que crecerán a su alrededor privarán a los ciudadanos de todas sus propiedades, hasta que un día sus hijos se despierten privados de techo y hogar en la tierra que sus padres conquistaron".
A pesar de las advertencias de Jefferson, para 1913 la mayoría de los intrépidos y combativos políticos norteamericanos de la primera época se habían convertido, al igual que sus colegas europeos, en adocenados y corruptos ocupantes de escaños que se limitaban a seguir las órdenes de sus jefes de bancada. Por eso fue relativamente sencillo engañarles (o sobornarles) y conseguir la aprobación, en una irregular sesión que se desarrolló el 22 de diciembre en un Congreso medio vacío, de la ley que fundaba la Reserva Federal de los EE.UU.: un banco privado (a pesar de su rimbombante nombre oficial; y un banco "blindado" contra todo y contra todos porque, de hecho, en toda su historia jamás ha permitido una sola auditoría externa de sus cuentas) que a partir de ese momento arrebató a las instituciones públicas norteamericanas el control del dólar (el artículo 1º de la Constitución de los EE.UU., en su octava sección, estipulaba bien claramente que el Congreso se reservaba "el poder de acuñar el dinero y regular su valor" pero esta ley se convirtió en papel mojado).
Y ya sabemos lo que ocurrió en cuanto los bancos se apoderaron del dinero: para empezar ahí está el "inexplicable" crack de 1929 y para continuar toda la serie de "cíclicas" crisis que a partir de entonces han dominado la economía norteamericana igual que la del resto del mundo financiero en manos de los mismos grandes trusts bancarios, mientras en cada crisis la propiedad de más y más empresas iba concentrándose en un grupo cada vez más reducido de propietarios.
Uff, estoy empezando a hablar como Mac Namara.
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