Un colega de la Universidad de Dios que entró en la carrera por la rama de Astrología Babilonia suele bromear con el asunto del cáncer (en realidad, bromea con todas las enfermedades porque dice que es su "pequeña venganza por anticipación" : si algún día le atacan y le retuercen de dolor, él ya se habrá burlado de ellas y al golpear primero espera golpear dos veces y así vencerlas más fácilmente) y afirma que no tiene miedo a esta enfermedad ni puede tenerlo porque, total, como él nació bajo el signo de Cáncer, ya la lleva incorporada de serie y por tanto haga lo que haga de nada va a servir si un día decide dispararse en su cuerpo y azotarle. Lo que no termina de entender mi colega es que, en realidad, no sólo él lleva el cáncer en su interior. Absolutamente todas y cada una de las personas que vestimos un cuerpo físico poseemos células cancerígenas casi durante toda la vida, aunque por lo general suelen estar "escondidas" por su pequeño número.
Según algunos especialistas, grupos de este tipo de células aparecen al menos seis veces a lo largo de la vida de un ser humano corriente, aunque tienen que crecer y multiplicarse en una cantidad tremenda para que, al crear un tumor, empiece a afectarnos empeorando el funcionamiento de algún órgano concreto o provocándonos dolor. O, al menos, para que aparezcan en las pruebas concretas con que se las detecta (pues se han dado casos de personas que sufrían una casi metástasis y sin embargo no habían manifestado dolor alguno o incomodidades físicas más allá de lo habitual).
Si no nos afecta la existencia de las células cancerígenas ( hasta el punto de que ni siquiera nos planteamos si es que las tenemos o no) es gracias a una de las mayores armas con las que la Naturaleza dotó el avatar o máquina-robótica-espacio-temporal con la que interactuamos y nos manifestamos en este mundo: es decir, nuestro cuerpo físico. Ese arma es nuestro sistema inmunológico que, cuando es sano y está fuerte, destruye a las células del cáncer como lo hace con cualquier tipo de microbio, virus o bacteria que nos amenace. Sé que esta afirmación no le gusta a muchos médicos (sobre todo a aquéllos que reciben "primas" de los laboratorios farmacéuticos) pero mi experiencia personal después de varias reencarnaciones apunta a que casi todas las medicinas registradas, vacunas incluidas, son inútiles por innecesarias para aquellas personas con la capacidad suficiente para mantener el sistema inmunológico en un buen nivel. El problema es mantener ese nivel, por supuesto, pero imaginemos las enfermedades como flechas del enemigo y nuestro sistema inmunológico como un árbol. Si éste último está fuerte y hermoso, podemos protegernos tras él de esas flechas o incluso trepar para ponernos a salvo..., pero si nos sucede como a la mayoría de las personas, que el árbol es más bien un "palito" delgado y deshojado que no levanta tres palmos del suelo, estamos listos...
Es interesante saber también, sobre todo porque está demostrado científicamente aunque no se hable mucho de ello no vaya a ser que el personal empiece a pensar por su cuenta, que el sistema inmunológico depende en buena medida de nuestro estado de ánimo, de nuestras emociones. Si estamos optimistas, alegres y altos de moral, ya puede venir la epidemia más tremenda a buscarnos que nuestro sistema se blindará frente a ella sin problemas. Si caemos en el pesimismo, la tristeza y el desánimo, es como si abriéramos las puertas del castillo para que se colara cualquier advenedizo: pillamos hasta el resfriado más tonto. Esto es fácil de comprobar: basta con recordar en qué momentos hemos tenido mejor salud y en qué otros hemos encadenado gripes, otitis, gastroenteritis, etc. Y luego comparar cómo estábamos emocionalmente durante las horas previas a "invitar" a esa enfermedad a colarse en nuestro interior. Para usar un ejemplo más acorde con el Periodismo, pensemos que nuestro cuerpo es una radio con capacidad para sintonizar diversas frecuencias: depende de nosotros darle al interruptor para captar la onda media o la frecuencia modulada, para sintonizar con lo mejor y también con lo peor. Si estuviera Mac Namara por aquí, me recordaría el porqué de las campañas de miedo con las que nos castigan constantemente ellos (por cierto, me gustaría que algún día me explicara a quién se refiere exactamente): el miedo también nos lleva a sintonizar con la enfermedad.
Todo esto lo sabían los hombres antiguos (y por supuesto hoy aquí en la Universidad de Dios), pero su sabiduría fue asesinada o robada para que los ignorantes hombres contemporáneos fueran presa fácil del negocio farmacéutico, entre otras cosas. Sin embargo, el ser humano es curioso por naturaleza así que era cuestión de tiempo que alguien lo redescubriera. En lo referente al cáncer, hay algunos prestigiosos investigadores como los que trabajan en el John Hopkins Hospital de los Estados Unidos, que han llegado a la conclusión de que el cáncer implica deficiencias nutricionales de orden genético, ambiental, alimenticio o generadas por el estilo de vida. Por eso, creen que la forma más útil de combatir esta deficiencia es cambiar la dieta e incluir suplementos alimenticios que refuercen el sistema inmunológico en lugar de someter el cuerpo a durísimas sesiones de radioterapia o quimioterapia que pasan por destruir literalmente a las células cancerígenas pero también a las sanas, con lo que al final el daño que se intenta prever puede ser peor que el que se termina causando porque el coste de aniquilar las células "rebeldes" suele ser una afectación severa e incluso irreparable de las de órganos vitales (a veces, con la aparición incluso de nuevos tumores). En cambio, al variar la dieta de acuerdo con ciertas condiciones, las células cancerígenas morirán literalmente de hambre al carecer de las sustancias que precisan para multiplicarse.
Según los expertos del John Hopkins Hospital, para frenar un cáncer es muy recomendable realizar los siguientes cambios en la dieta: eliminar el azúcar y los endulzantes sustitutos elaborados con Aspartame (la miel de abeja, en pequeñas cantidades, es buen sustituto de estas "golosinas" para las células malas), suprimir la sal refinada de mesa (sal marina yodada es mejor) y la leche sobre todo en el caso de los adultos (ya que produce mucosa con la que se alimentan las células rebeldes; hay que sustituirla por soja), proscribir las carnes rojas (y sustituirlas por las carnes blancas o por el pescado, pues una dieta basada en el primer tipo de carnes es muy ácida y las células cancerígenas prosperan en ese medioambiente), potenciar la alimentación con vegetales frescos y zumos, semillas, nueces y frutas, quitar de en medio el café, el chocolate y el té (excepto el té verde, que contiene propiedades específicas anti cancerígenas) y beber agua, mucha agua purificada o filtrada o bien mineral.
Un consejo extra: el oxígeno es una buena ayuda para muchos problemas (el agua oxigenada, por ejemplo, tiene propiedades sorprendentes, mucho más allá que su simple aplicación sobre una herida), como por ejemplo éste. Hacer ejercicio a ser posible diario, y cada uno de acuerdo con sus posibilidades físicas, además de aprender a respirar profundamente, mantiene el cuerpo bien oxigenado y por tanto frena el avance del mal.
En el mismo sentido, el hospital norteamericano aconseja también no usar recipientes de plástico (sobre todo en el microondas, aparato tan cómodo como peligroso, ya que desprenden dioxinas al calentarse y las dioxinas afectan sobre todo en el cáncer de pecho).
Al fin y al cabo, ¿qué son las células cancerígenas salvo células rebeldes al orden interno del cuerpo? Los antiguos alquimistas también lo sabían y de ahí su archiconocida sentencia: Ordo ob chaos.
En su libro, "Winning the War on Cancer"("Ganando la Guerra al Cáncer"), su autor, el Dr. Mark Sircus, aborda el tema del bicarbonato de sodio como aliado que puede permitir salvar innumerables vidas cada día. El bicarbonato de sodio es el método conocido desde antaño para acelerar el retorno a la normalidad de los niveles de bicarbonato en el cuerpo.Y es, también, la más barata, segura, y quizás la más efectiva medicina contra el cáncer, porque constituye una forma natural de quimioterapia que efectivamente mata las células cancerígenas, sin los demoledores efectos secundarios y costos de los tratamientos de quimioterapia convencionales
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