Sin embargo, (qué extraño me siento escribiendo esto) sí estoy de acuerdo con la penúltima advertencia catastrofista que la OMS acaba de lanzar al mundo, aprovechando la primera jornada de la red mundial contra las enfermedades no transmisibles. Porque esta vez la amenaza sí es fácilmente comprobable con sólo echar un vistazo a nuestro alrededor y porque, de hecho, esta agencia parece casi la última en haberse enterado de lo que numerosos educadores y nutricionistas, con un impacto mucho menor en la opinión pública, llevan ya varios años señalando sin que nadie les haga demasiado caso. Me refiero a lo siguiente: la actual generación de niños tiene todas las papeletas para convertirse en la primera, en siglos, con una esperanza de vida inferior a la de sus padres. Como curiosidad, aquí al lado vemos una gráfica de la evolución de la esperanza de vida en Francia entre 1740 y 2004: siempre al alza. Los pronósticos indican que al otro lado de la "loma" que se observa en la parte derecha del cuadro comienza un verdadero barranco. ¿Y por qué?
La esperanza de vida, como indica su nombre, es la media de años que vive una población concreta durante un período determinado de tiempo. Aunque está evidentemente influenciada por diversos factores de acción tan directa como brutal (como las guerras, las enfermedades o las catástrofes naturales) hoy se sobreentiende que se refiere a la edad que duran las personas que mueren "en su cama" por así decir. Esto es, una muerte no violenta, sobrevenida por el deterioro implícito al hecho mismo de cumplir años. Para cuestiones estadísticas, suele emplearse la edad promedio de fallecimiento, que no es exactamente lo mismo, aunque se aproxime. Por lo demás, y como en tantos otros campos del conocimiento popular que da por cierto una serie de afirmaciones muy divulgadas simplemente porque hay mucha gente que se las cree, existe un error de base que consiste en pensar que la esperanza de vida cuando uno nace se corresponde con la de la vejez: ¡cuántas veces hemos oído eso de "es que un tío en la Edad Media ya era un viejo con treinta años" o "los sesenta años de ahora no son los sesenta años de antes"! Por un lado, y resumiendo mucho el tema, una esperanza de vida de treinta años en la Edad Media puede significar simplemente que la mitad de los hombres medievales morían antes de cumplir su primer año de vida mientras la otra mitad podía alcanzar al menos los sesenta años. Por otro lado, y resumiéndolo también, el estado físico de cada persona es independiente de la época en la que viva: conozco a "jóvenes" de veintipocos años que están completamente calvos y cuyo estado físico es una ruina (demasiado alcohol y lo que no es alcohol...) y a otros "jóvenes" más cerca de los cincuenta que de los cuarenta años que no sólo conservan una hermosa mata de pelo craneal sino que lucen un palmito estupendo.
De acuerdo con los promedios hoy conocidos y estudiados, en estos comienzos del siglo XXI un ser humano corriente tiene una esperanza de vida próxima a los 67 años. Sin embargo, si vive en Swazilandia, lo más probable es que apenas sobrepase los 33 y, si lo hace en Andorra, alcanzará casi los 84 (no es cuestión de racismo, sino de promedios, según los datos facilitados por la propia ONU). En la clasificación final, España está bastante arriba, entre los siete países con mayor esperanza de vida, con casi 81 años de promedio.
Con todos estos datos, la advertencia de la OMS se centra en una serie de patologías que a veces ni siquiera se consideran como tales y que atacan cada vez más a los más jóvenes y les provocan un deterioro corporal acelerado, de manera que cada día hay más casos de niños con, por ejemplo, hipertensión, diabetes, derrames cerebrales, cáncer y hasta desórdenes mentales. Una de esas patologías es el sobrepeso (que en sus casos más extremos lleva a la obesidad) y contra el que resulta complicado luchar por diversos motivos culturales (muchas madres creen que no importa que sus hijos estén "gorditos" porque suponen erróneamente que así no sólo son más guapos sino que acumulan más "reservas" para enfrentar cualquier problema físico) y sociales (la lucha contra el sobrepeso la utilizan como justificación a su conducta suicida los jóvenes enfermos de anorexia y bulimia). Según la agencia de la ONU en este mismo momento hay, en todo caso, nada menos que 43 millones de niños (casi la población total que reside oficialmente en España hoy día), todos ellos en edad preescolar, que sufren este problema.
Claro, que estamos hablando de niños y tengo para mí que en realidad los adultos de la actual generación ya viviremos físicamente menos años que nuestros padres y que nuestros abuelos. En primer lugar, porque somos mucho más "blanditos" y "criados entre algodones" de lo que lo fueron ellos, que tuvieron que pasar infinidad de calamidades personales por la época que les tocó vivir. En segundo lugar, por el incremento de los factores de riesgo que afrontamos y de los cuales los cuatro principales reconocidos desde hace tiempo son: consumo de tabaco, consumo de alcohol, inadecuada alimentación y falta de actividad física. El ser humano fue creado para el esfuerzo y está físicamente diseñado para comportarse como un nómada, pero sobre todo en los últimos cien años una serie de circunstancias y presiones históricas nos ha conducido (hablo por supuesto de los países desarrollados; los que no lo están no tienen el problema del sobrepeso porque se mueren de hambre, literalmente) a transformarnos en una especie de muebles: sentados siempre, frente a la televisión, a la mesa, al volante del coche o delante de una pantalla de ordenador, reduciendo de manera constante y progresiva nuestro gasto físico y nuestra capacidad de sufrimiento y esfuerzo en todos los sentidos (ya no somos capaces de vivir sin el aire acondicionado ni la calefacción, preferimos engullir una hamburguesa de dudoso origen o meter un congelado cinco minutos en el microondas en lugar de tomarnos el tiempo de preparar un guiso sano y más sabroso, nos enfadamos si el ascensor no funciona y lloriqueamos si nuestra empresa nos cambia el horario o la tarea que realizamos rutinaria y mecánicamente).
Lo más grande de todo esto es que la propia Margaret Chan ha reconocido que esas circunstancias y presiones que padecemos y que pastorean al rebaño humano responden a "fuerzas globales que están formando las condiciones de salud en todo el mundo" incluyendo la "globalización de estilos de vida insanos". Vaya, vaya..., por la boca muere el pez... Ahí tenemos a una de las principales prebostes e impulsoras de la globalización, antaño conocida como mundialismo, reconociendo que esta nueva forma de vida que se está impulsando descaradamente desde todos los cenáculos políticos del mundo (tanto nacionales como internacionales y hasta autonómicos con hecho diferencial) no es buena para el ser humano..., pero paradójicamente sigue apoyándola de la misma forma.
Otra cifra: de cada diez personas que se mueren en el mundo, seis se van al Otro Barrio por culpa de enfermedades que no se contagian, que pueden prevenirse y para algunas de las cuales existen además tratamientos económicos. ¡Esto es una auténtica locura! ¿Cómo es posible que siga muriendo tanta gente de esa manera? Estoy tratando de no escribir esa palabra tan peligrosa que Mac Namara lleva susurrándome al oído desde que me vio empezar a escribir este artículo y que empieza por gen y termina por ocidio. Diseñado y ejecutado por razones que escapan a la comprensión de los humanos corrientes.
Por buscarle el lado bueno al asunto, el hecho de que las futuras generaciones, quizá la nuestra ya, vivan menos que las anteriores también posee una ventaja: terminará con todo el cacareo que se ha lanzado en los últimos días a los medios de comunicación sobre el futuro de las pensiones...
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