
Vivimos ahogados en un mundo de información y publicidad, lo que para las empresas que se dedican a ambos tipos de negocios supone un auténtico desafío, un reto en verdad muy difícil de afrontar que califican técnicamente como problema de amontonamiento porque ¿cómo llamar la atención del usuario/consumidor en medio de semejante maremagnum?
Un ejemplo de la dificultad para enganchar a la audiencia lo ofreció la compañía Coca Cola durante los Juegos Olímpicos de

Todos los estudios más recientes aseguran que las audiencias están tan saturadas que su cerebro funciona casi como el estómago de aquellos depravados ciudadanos de la Antigua Roma que organizaban orgía tras orgía en las que primero engullían todo tipo de alimentos más allá de lo razonable para enseguida vomitarlos y así hacer sitio a más comida..., que luego devolvían otra vez para repetir la experiencia hasta el hartazago.
Sabemos, por ejemplo, que las frases publicitarias además de ingeniosas, simpáticas y llamativas no deben llegar a las ocho palabras y mejor si se quedan en cinco o seis: una frase corta, un eslógan mínimo pero impactante. Si no cumplen con estas características, no quedarán fijadas en las audiencias. Otra investigación asegura que, durante una pausa publicitaria de dos minutos y medio, a partir de los cuatro anuncios diferentes de al menos quince segundos de duración, la eficacia de los susodichos mensajes se reduce prácticamente a cero, con independencia de lo que se cuente.
Nuestra mente está tan saturada que, sencillamente, somos incapaces de recordar (aún más, no somos capaces de ver siquiera en el mismo momento en que lo tenemos ante nosotros) la mayor parte de los q

En efecto, ¿por qué nos gusta un determinado tipo de coche o una bebida o una colonia o, un poco más allá, un tipo de hombre o de mujer, un equipo de fútbol, un país concreto, un candidato político, una forma de gobierno, una religión...? Al final, si conseguimos detenernos en el arcén aunque sea durante unos minutos y nos tomamos la molestia de darle un par de vueltas al asunto, llegaremos a la sorprendente y desoladora conclusión de que nuestras ideas y opiniones, ésas que creemos tan íntimas, las banderas que defendemos, por las que luchamos y matamos o morimos..., resulta que no son tan nuestras como pensábamos.
Y yendo ahora un paso todavía más allá... Es ciertamente una estrategia diabólica: la mejor forma de esconder algo consiste en crear miles de copias semejantes, de manera que el buscador sea incapaz de diferenciar el original del duplicado. Millones mueren todos los días ahogados y abrazándose tan desesperada como inútilmente a un salvavidas de papel mientras el salvavidas de verdad flota, confundido entre la multitud de copias. Sólo el espíritu alerta y el corazón fuerte son capaces de reconocerlo.
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