Cuenta la leyenda que durante cierta procesión religiosa, un hombre santo cuyo legendario dominio de sí mismo era admirado y reconocido por todos recibió en una de sus cejas una salpicadura de yeso del tamaño de la cabeza de una mosca. Molesto por el yeso pero sin poder quitárselo él mismo, pues padecía una artritis que le impedía levantar demasiado sus brazos (y por tanto acercar sus manos a la cara), le pidió a uno de los guerreros que vigilaba la procesión que le cortara los tres pelos de la ceja manchada utilizando su hacha de combate.
Ni corto ni perezoso, el guerrero levantó su arma, hizo un poderoso molinete con ella (con tanta fuerza que se escuchó cómo cortaba el aire) y, con gran precisión, tajó exactamente los tres pelos sin tocar nada más en el cuerpo del santo. La gente que había contemplado el sucedido suspiró de alivio pues desde lejos parecía que había estado a punto de cortarle la cabeza.
El santo, contento por haberse librado de la molestia, bendijo al guerrero y a su hacha en agradecimiento por su ayuda y luego todo el mundo siguió viendo la procesión.
Algún tiempo después, un príncipe que había oído hablar de la hazaña ordenó al oficial del guerrero que obligara a éste a presentarse en su palacio. Así lo hizo el oficial y el guerrero se presentó en la corte ante el príncipe junto con su hacha. Entonces el príncipe caprichoso hizo traer yeso y después de admirar el arma temible extendió la mano ante el guerrero mostrándole a sus súbditos, como invitándole a que escogiera con quién repetir la actuación.
- Te cubriré de oro si haces con uno de ellos lo que hiciste con el santo.
- Eso es imposible aquí -se negó el guerrero.
- ¡Si te niegas, ordenaré que te ejecuten! -se enfureció el príncipe.
- Haz lo que quieras conmigo. No mataré a nadie por tu placer -contestó impávido.
- ¡Pero yo no quiero que mates a nadie! -trató de convencerle el príncipe, viéndole tan convencido- Sólo deseo contemplar y admirar tu precisión con el hacha y que cortes tres pelos manchados de yeso en la ceja de otro hombre igual que lo hiciste con la ceja del santo.
- Eso es imposible aquí -repitió el guerrero, y luego se explicó-: el santo lo era porque poseía una gran fuerza interior y un espíritu poderoso. No se movió, ni el más mínimo temblor le recorrió el cuerpo, cuando dejé caer el hacha. ¿Quién de entre tus atemorizados súbditos sería capaz de quedarse quieto viendo caer mi hacha sobre su cabeza?
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