Uno de los problemas de cursar la carrera de Dios es que no te puedes quejar, ni lloriquear, ni aislarte en ti mismo dedicado al sofisticado y masoquista arte de la autocompasión..., como hacen los humanos corrientes. Se supone que cuando uno se apunta a un oficio de este tipo lo primero que tiene que estar dispuesto a hacer es comprender la profunda y compleja naturaleza del universo y eso incluye encontrar el sentido oculto y la coherencia que existe en todo cuanto nos rodea. Sí, incluso ante esas gentes y ante esas circunstancias que en apariencia no tienen ningún sentido y parecen extraídas directamente del sueño de un Creador borracho o enloquecido por visiones deformes que no podemos llegar ni a imaginar.
Todo, absolutamente todo, sucede por alguna razón. Y cuanto nosotros podemos sentir la tentación de catalogar como locura o absurdo o milagro o excepción-a-la-regla-en-general..., en realidad no es más que algo cuya razón última ignoramos. Pero tiene también su sentido, aun oculto.
Hablábamos de ello en la clase de Misticismo y Paradojas con nuestro profesor el mulá Nasrudin, preocupados por el último y devastador terremoto que ha destruido parte de Chile, la nación-espada como la llamó uno de sus hijos (tan larga y tan estrecha..., arrimada a los Andes como pidiendo permiso para asirse a sus cumbres salvajes, dominio del cóndor, y evitar así deslizarse sin remedio hacia los fondos abisales del Pacífico) y que ha afectado a parte de las instalaciones de la Universidad de Dios allí ubicadas (¿que por qué allí? ¿no es acaso un lugar ideal para ello, en ese extremo del mundo por el que nadie pasa, sino que es preciso ir a propósito?).
- Incluso el seísmo tiene un sentido -afirmaba Narudin-, incluso el dolor, la destrucción y la muerte, en ese lugar y en ese preciso momento. El significado de ese sentido es el que debe ser quintaesenciado por aquéllos que lo padecieron y sobrevivieron. Probablemente sólo ellos, y nadie más, poseen la oportunidad real de entender por qué la Tierra tembló bajo sus pies y ejecutó uno de sus antiguos rituales de antropofagia devorando a tantos seres humanos y a sus creaciones.
- De todas formas, ¿no resulta excesivo? -preguntaba un alumno de Primero recién llegado (creo que lleva apenas cuatro o cinco años en la Universidad)- ¿Acaso no hay métodos menos brutales de que Isis muestre sus lecciones a los seres humanos?
Nasrudin le observó con calma y contó esta historia:
- Una vez, cierto caballero observó cómo una serpiente venenosa penetraba en la boca de un hombre dormido. No llegó a tiempo para evitar que la víbora se introdujera en su interior y sabía que, si dejaba dormir al hombre, en algún momento la mala bicha le mordería y le mataría. Compadeciéndose de él, tomó una vara y comenzó a golpearle con todas sus fuerzas, con lo que el hombre despertó asustado y dolorido. Tras desenvainar su espada, el caballero le conminó bajo amenazas a que se acercara hasta una charca inmunda que había allí cerca, se arrodillara ante ella y bebiera el agua infecta y comiera el barro pringoso que había alrededor. El hombre estaba conmocionado, alternando los insultos con los ruegos y las lágrimas hacia el caballero, preguntándole qué crimen había cometido para que se cebara con él de esa forma. Pero éste, gélido e impasible como una montaña helada, siguió amenazándole con la espada hasta que el hombre no pudo más y comenzó a vomitar. Vomitó el agua de la charca y el barro, y también la serpiente. Entonces el caballero cortó el peligroso animal en dos. Al contemplar el cadáver de la víbora, el hombre comprendió lo que había ocurrido, pidió perdón por haber maldecido al caballero y tras darle las gracias le preguntó por qué se había tomado la molestia de salvarle. La escueta respuesta del caballero fue este pensamiento que deberiais grabar en vuestras mentes y vuestros corazones: "El conocimiento verdadero engendra la responsabilidad". El hombre no entendió exactamente lo que había querido decir su salvador pero, mientras el caballero subía a su montura, aún le pudo cierto resentimiento y a pesar de que gracias a su intervención providencial aún conservaba la vida le reprochó que "si me hubieras prevenido de la existencia de la serpiente en mi estómago, no te habría hecho falta amenazarme porque te hubiera obedecido de buena gana para librarme de ella". El caballero, con una sonrisa amarga fruto de la experiencia, respondió: "no, no lo hubieras hecho, porque no habrías creído que el animal se hubiera podido introducir en tu interior, o tal vez el miedo te habría impedido actuar o, muy posiblemente, te habrías dado la vuelta para seguir durmiendo intentando así que tu problema desapareciera por el mero hecho de dejar de pensar en él". El hombre trató de argumentar algo más, pero el caballero espoleó su montura y se alejó al galope sin esperar recompensa alguna.
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