Dicen los mortales que trae mala suerte ser supersticioso pero los dioses saben que la suerte no existe como tal, sino que éste es simplemente el nombre que dan los ignorantes al resultado de una suma de acontecimientos cuyas leyes ni conocen ni controlan. Epicteto, mi admirado profesor de Filosofía en la Universidad de Dios, se ríe a menudo en sus clases cuando alguien le habla de sal derramada, espejos rotos o escaleras apoyadas en la fachada que se cruzan en nuestro camino.
El otro día comentó Epicteto:
El otro día comentó Epicteto:
- Cuando veas un gato negro a primera hora de la mañana, no te abandones a tu fantasía sino más bien aprende a distinguir y afírmate a ti mismo que "ningún mal presagio me atañe ante este augurio, pues los infortunios atañen sólo a mi cuerpo, a mis bienes, a mi reputación, a mis cosas externas..." Pues en verdad para nosotros sólo existen los buenos presagios si así lo deseamos ya que, ante cualquier cosa o circunstancia que nos llegue, sólo depende de nosotros mismos obtener alguna enseñanza provechosa.
Ésta es, ciertamente, la idea que se esconde tras el ansia alquímica de transmutar los metales innobles en oro puro. Cualquier material, por feo, sucio, vulgar o despreciable que nos parezca puede ser transformado en algo de valor, si cae en las manos adecuadas y ellas trabajan con las técnicas del Arte Real.
Así sucede que no somos dueños de nuestro presente, pero sí de nuestro futuro. Las cosas que hoy nos encontramos son fruto del ayer, que ya no existe; mas con nuestros actos de este día construimos la realidad que nos afectará en fechas venideras. Si se nos ha dado un campo que sólo produce alcachofas, de nuestra siembra de hoy depende que mañana tengamos tomates, pimientos o cebollas..., aquello que queramos cosechar. Si no actuamos sobre ese campo, no tendremos más que alcachofas y, a la larga, ni siquiera eso pues para producir cualquier cosa es antes preciso depositar la simiente.
Como dijo aquel otro gran griego, Pitágoras, quien cursó estudios similares a los de Epicteto pero unos seiscientos años antes que él: Educad a los niños y no hará falta castigar a los hombres.
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