Una de las diosas más peligrosas de la antigua mitología griega es Némesis o Ramnusia, alias "la diosa de Ramnonte" porque era en esa ciudad del Ática donde se levantaba el principal templo en su honor. De origen primitivo, preolímpico, estaba considerada como una deidad "equilibradora" de las cuentas cósmicas y de hecho se encargaba de la "justicia retributiva" o, hablando en plata, de la venganza y la cólera divinas, puesto que su papel era castigar a todas las personas que no obedecían a aquéllos que tenían derecho a mandarles de alguna manera. Por ejemplo, los hijos que desobedecían a los padres, los cónyuges que engañaban a sus parejas o los malos ciudadanos que traicionaban a los buenos gobernantes.
Ignoro por qué se le puso el nombre de Némesis a la "estrella misteriosa" que podría habitar nuestro sistema solar sin que lo supiéramos, pero su historia es particularmente curiosa. Resulta que durante los últimos cientos de millones de años la vida en la Tierra ha sufrido varios apocalipsis, aunque no estuviéramos nosotros como especie para registrar los hechos (o la mejor estábamos y ya no queda ni rastro de aquéllos que fuimos). Lo peculiar de estos fines del mundo sucesivos es su regularidad. Muchos expertos han señalado en los últimos años que, por alguna desconocida razón, nuestro planeta padece una vasta destrucción cada 26 ó 27 millones de años pero no existe consenso sobre cuál puede ser esa razón.
En los años 80 del siglo pasado se presentó la siguiente y atractiva hipótesis: en realidad, nuestro sistema solar es binario..., aunque no lo sabemos. Según esta teoría, el Sol tendría una compañera lejana y oscura (una enana marrón..., o acaso simplemente una estrella mucho más pequeña) que barrería periódicamente la llamada Nube de Oort, compuesta sobre todo por cometas, precisamente cada 27 millones de años. Al atravesar esta zona, alteraría con fuerza la gravedad de miles y hasta millones de objetos cósmicos que saldrían disparados en todas direcciones (entre otros lugares, hacia la Tierra) en forma de mortales lluvias de cometas y meteoritos. El impacto sobre nuestro planeta de algunos de ellos sería la causa de daños terribles sobre el ecosistema global con verdaderos y dramáticos cambios climáticos por culpa del choque, ya que producirían desde masivas pérdidas de ozono hasta enfriamientos extremos de las temperaturas por culpa de las capas de polvo que levantarían hacia la atmósfera (se supone que la caída de uno de estos meteoritos hace 65 millones de años habría causado la destrucción de los dinosaurios). Las consecuencias, además, podrían durar mucho tiempo ya que este tipo de lluvias de cometas podría prolongarse hasta unos dos millones de años, con un promedio de al menos diez impactos cada 50.000 años cada vez que Némesis se paseara por la Nube de Oort.
La teoría formal de la existencia de Némesis la presentó el físico de la universidad de California en Berkeley Richard A. Muller en un artículo que publicó en 1984 en la revista Nature junto a otros dos expertos de Princeton: Marc Davis y Piet Hut. Pocos años después, Muller amplió su tesis en un libro llamado precisamente Némesis. En 1985, otro equipo científico formado por Daniel P. Whitmire y John J. Matese de la universidad de Louisiana del Sur, insistía en el asunto e incluso planteaba que la estrella compañera del Sol podría ser un pequeño agujero negro, lo cual eleva en unos cuantos grados más la inquietud por su existencia... Según estos científicos, la órbita de Némesis sería muy amplia, tanto que podría llevarle a una distancia de entre 20.000 y 90.000 unidades astronómicas del astro rey. Para hacernos una idea de lo que significa esto en términos de distancia real, pensemos que Plutón, el planeta (o lo que sea, a estas alturas) más alejado de nuestro sistema solar se encuentra tan sólo a 39 unidades astronómicas del Sol.
Lo más inquietante de la hipótesis es que seguramente ya conocemos a Némesis, si es que existe, porque puede figurar en los catálogos estelares con un registro anodino..., ya que no sabemos que es lo que es. Lo cierto es que todas las estrellas con las características de esta hipótetica y destructora compañera del Sol han sido ya catalogadas, pero como se ha medido la distancia de muy pocas de ellas, podría ser casi cualquiera. O no. Hay un observatorio en California, el Leuschner de Lafayette, que se dedica a buscarla con un telescopio automático. El telescopio fotografía campos de estrellas y compara la imagen con una nueva foto tomada varios meses después en busca de movimientos sospechosos. Algunos especialistas han pronosticado que si Némesis existe acabaremos por encontrarla en la constelación de Hydra.
Algunas evidencias empleadas por los científicos para defender la presencia de esta estrella "del lado oscuro" son por ejemplo las grandes concentraciones de iridio en las rocas fosilíferas (el iridio no es común en la corteza terrestre pero sí en objetos cósmicos como los cometas así que supone un rastro del impacto de éstos), el isótopo Neón 21 (gracias al cual se ha podido relacionar los meteoritos creados a la Tierra con las tres últimas extinciones masivas registradas) o la inversión del campo geomagnético (de momento se han estudiado casi 300 inversiones de este tipo en nuestro planeta). Hay además un dato que abunda en todo esto: más del 50 por ciento de las estrellas de nuestra galaxia son parte de un sistema binario..., así que es muy posible que el nuestro también lo sea, auque no lo parezca, y aún no lo sepamos con exactitud.
Una buena noticia detrás de todo esta alarmante posibilidad: que la última extinción masiva de este tipo se produjo hace 11 millones de años..., así que aún disponemos de unos 16 millones más para aprender a protegernos de la siguiente...
Lo más grande es que toda esta reflexión viene del hecho de que aquí al lado, en el barrio junto a la Universidad de Dios, donde tengo el apartamento en el que vivo con Mac Namara, acaban de abrir una frutería que se llama... ¡Némesis! Por supuesto, nunca he comprado fruta allí: el otro día pasé por delante y vi un montón de uvas junto a una piña..., y no pude dejar de identificar la piña con la Tierra y las uvas con los meteoritos.
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