Durante los años 90, Hollywood rodó al menos tres películas interesantes sobre el asunto de la muerte y la supervivencia tras ella, cada una en su estilo. Fueron proyectos independientes entre sí, pero vinculados de una manera extraña, como si alguien se hubiera tomado la molestia de llevar al Séptimo Arte una extravagante trilogía basada en ciertas tradiciones ocultistas y en algunos relatos antiguos, adaptando este material de manera un tanto infantil para que quedara al gusto del espectador medio occidental. Esas tres películas fueron Flatliners, Ghost y What dreams may come.
La más conocida de las tres, sin duda, es Ghost, traducida en diversos países hispanos como La sombra del amor o Más allá del amor o literalmente y de acuerdo a su título original como Fantasma. En España, nadie se tomó la molestia de traducirla porque llegó en un momento en el que estaba de moda conservar los títulos originales, si eran cortitos y sonaban bien, como en este caso. Ghost tuvo un éxito espectacular cuando se estrenó en 1990 y aún hoy se mantiene como una referencia del cine romántico, con la desdichada historia de amor entre los personajes protagonizados por el siempre doliente Patrick Swayze y una entonces guapa (hoy cada vez se parece más a Cher) Demi Moore, con la histriónica e hipervalorada Whoopi Goldberg como eje de conexión entre ambos.
La primera vez que vi esta película, además de disfrutarla, salí asombrado del cine preguntándome cómo era posible que alguien hubiera permitido que se rodara un guión semejante, en el que se explica de manera tan clara lo que sucede tras la muerte física, según la tradición esotérica occidental, además de otros detalles jamás antes mostrados en un largometraje (como por ejemplo la forma en que se puede actuar desde otro plano, no físico, a través de la emoción: lo que enseña el fantasma del metro al fantasma del personaje de Swayze). Sin embargo, lo más importante de este título quedó sepultado por las toneladas de caramelo y lágrima fácil con que fue envuelto, por no citar el burdo humor encarnado por la Goldberg (otra escena muy llamativa para los que han profundizado en todo esto: la de la posesión real de la médium cuando está en su negocio atendiendo a sus clientas). Con el tiempo, Ghost ha quedado cinematográficamente rebajada como un producto menor para muchos críticos y también para gran parte del público, que es incapaz de ir más allá de las apariencias y descubrir la información verdaderamente útil que contiene.
De las otras dos películas, la más potente visualmente es What dreams may come, que se estrenó en español como Más allá de los sueños y de cuyo interés da fe el hecho de que a pesar de no ser muy antigua hoy resulta difícil de encontrar. Y no sólo eso, sino que el mismo Hollywood se encargó de ocultarla a la vista del ciudadano corriente produciendo diez años más tarde a través de Disney una de las muchas tonterías protagonizadas por Adam Sandler (uno de esos actores de moda por intereses extracinematográficos) que lleva el mismo título y que no tiene absolutamente nada que ver (ni que recordar). La que nos interesa data de 1998, fue dirigida por Vincent Ward a partir de un guión de la novela original del grandísimo Richard Matheson y sus protagonistas principales son Max Von Sydow, Annabella Sciorra y Robin Williams. La mayoría de los críticos no se enteraron de lo que estaba contando esta historia (lo que normalmente suele suceder con los críticos, sobre todo en estos temas) y, en el mejor de los casos, la calificaron de "rara" o "atractiva visualmente" como mucho.
No obstante, para aquéllos que poseen ciertos conocimientos sobre lo que se está tratando en pantalla, resulta un largometraje conmovedor, emotivo y muy gratificante. Y, desde luego, imprescindible de ver. En cierto modo, Más allá de los sueños es como la continuación de Ghost, ya que no se detiene donde se detenía la primera (en el momento en el que el fallecido parte al Otro Lado), sino que le sigue y nos lleva a nosotros con él para mostrarnos algo de lo que hay allí..., siempre según estas tradiciones ocultistas. Resulta especialmente fascinante el contraste entre lo que nosotros llamamos el mundo real, gris y descorazonador, y el mundo espiritual, el de verdad, que se manifiesta en todo su colorido y esplendor, cuando uno cruza la línea. Y si en Ghost el tema de fondo era la esperanza (no la comedia romántica, como absurdamente se empeñan en repetir las guías televisivas), en Más Allá de los sueños es el amor. Pero no el "amor" humano, simple y sexual, sino un amor mucho más profundo que es capaz de llevar al sacrificio de lo más sagrado (que no es la vida, obviamente) por la persona amada.
He recordado estas dos películas porque el otro día encontré (y revisité, tantos años después) en DVD "la tercera de la trilogía", la citada Flatliners que en español se estrenó como Línea mortal, aunque literalmente significa Líneas planas en referencia al registro cardíaco que se emplea en los hospitales para controlar el corazón de los pacientes y que en pantalla se aprecia como una línea regularmente trufada de "montañitas" que representan los latidos del corazón. Cuando la persona muere, la línea se muestra, en efecto, plana. Como en los otros largometrajes, esta Línea mortal de Joel Schumacher que también se estrenó en 1990 contaba con un puñado de actores que en aquel momento empezaban a consolidarse en su carrera. Entre ellos: Kiefer Sutherland, Kevin Bacon y Julia Roberts (de hecho, éste fue el primer papel importante de "los dientes de América"..., digo..., de la "novia de América" después del tostón de Pretty Woman con el aburrido Richard Gere).
En nuestra particular clasificación, Línea Mortal sería la primera del lote, por delante, temporalmente, de Ghost, y también la de menor calidad de las tres obras. Relata la historia de cinco ambiciosos estudiantes de medicina liderados por el personaje encarnado por Kiefer Sutherland que deciden actuar como buenos "científicos locos" y utilizarse a sí mismos como conejillos de Indias para averigüar si existe algo más allá de la muerte. Para ello siguen unos pasos metódicos y bastante radicales que consisten en provocarse, por turnos, un paro cardíaco. El estudiante que hace de paciente muere clínicamente y durante unos pocos minutos previamente acordados se le deja "navegar" en el tiempo y en el espacio a ver qué encuentra más allá. Al cabo de este tiempo, los demás le reaniman empleando esos angustiosos métodos que hemos visto tantas veces en las películas: inyecciones estimulantes, respiración artificial, palas eléctricas para convulsionar el corazón y hacerle reaccionar, etc.
Los viajes tienen éxito y los estudiantes consiguen llegar más allá del plano físico pero deberán pagar un precio muy alto. O deberían, porque es aquí donde desgraciadamente la película hace aguas. Siguiendo por momentos alguno de los itinerarios relatados en el Bardo Thodol, el llamado Libro de los Muertos Tibetano, los estudiantes descubren demasiado tarde que cuando uno fallece de verdad debe hacer frente a su karma acumulado (es decir, al resultado de sus acciones buenas y malas a lo largo de la existencia: en el momento de fallecer, se pasa la factura correspondiente, que en la tradición judeocristiana se identifica con el infierno o incluso el purgatorio) pero como ellos sólo están jugando a morir se traen "trabajo" a este lado de la línea que separa la vida de la muerte. Y es un trabajo para el que no están preparados..., pero, una vez abierta la brecha, la ventana entre el otro mundo y éste, ya no se puede cerrar (de donde se infiere el terrible peligro que corren los insensatos que se dedican a jugar a la Ouija, las invocaciones a los muertos, el espiritismo y otras actividades que pueden llegar a rasgar los sutiles y frágiles velos que separan algunos planos: al no estar preparados para lo que se va a "colar" a través de esas rendijas -que no suelen ser "almas elevadas"-, muchas de las personas que se dedican a todo esto acaban literalmente enloqueciendo o incluso en casos extremos suicidándose).
El primero en viajar, el personaje de Sutherland, se encuentra con el recuerdo que le atormenta desde que, siendo un niño violento y peleón, causó por accidente la muerte de otro chaval. Al regresar de su experiencia de muerte clínica, el "fantasma" de ese chaval vendrá con él, dispuesto a cobrarse su venganza... El resto de karmas pendientes de los otros personajes, en comparación, resultan bastante endebles, incluso ridículos en el caso del personaje de Kevin Bacon, aunque será éste el que encuentre la clave para superar la crisis a partir de la expiación. Al final, Línea Mortal resulta una propuesta fallida pero con algunos planteamientos curiosos que sirven como primer peldaño en esta escalera de tres.
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