Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 1 de marzo de 2011

El nombre más grande de Dios

El ser humano es curioso por naturaleza y el estudiante de la Universidad de Dios lo es aún más. Recuerdo cuánto me molestaba al comienzo de mi carrera divina cada vez que le preguntaba a uno de nuestros profesores por un asunto que me interesara especialmente y él me contestaba negando con la cabeza porque "aún no estás preparado para conocer la respuesta". Para rematarlo, luego añadía que no debía preocuparme porque en el momento en el que cumpliera esa condición, lo de estar preparado (aunque nunca me decía cómo hacerlo) la respuesta llegaría sola. Al principio pensé que me tomaban el pelo pero después de muchas reencarnaciones he comprendido al fin que estos profesores tenían razón (aunque me sigue irritando que no me contesten a la primera).

En efecto, nos gustaría abarcar todo el conocimiento de una sola vez, que nos revelaran los más recónditos secretos sin más, poder saberlo todo sobre cualquier cosa en este mismo momento... Y nos indignamos si no tenemos esa información sin darnos cuenta de que el bien que anhelamos puede convertirse en un mal terrible por nuestra incapacidad para entenderlo profundamente y manejarlo en consecuencia. No nos damos cuenta de que aspiramos a beber el vino de un gigantesco tonel cuando el único recipiente de que disponemos para trasegarlo es un pequeño dedal. Primero deberíamos procurarnos al menos una jarra y un vaso en condiciones, si es que queremos disfrutar del caldo sagrado.

Así que sucede con el conocimiento como con los viajes: lo importante no es la meta, no es saber tal o cual cosa, sino el camino que que hemos seguido para llegar a poseer esta información. Es ahí, en el mientras tanto, y no en el fin, donde reside la clave. Otra cuestión es que tantos aspirantes a esos fragmentos de sabiduría anden el mismo camino treinta y cinco veces y lleguen al final tan vacíos e ignorantes como partieron, porque no han sabido aprovechar su trayecto. Todo este párrafo lo copio textualmente de una conversación que mantuve con Mac Namara, mi gato conspiranoico, y que me abrió la mente considerablemente.

 Hay muchas historias "populares" que advierten de los peligros de tratar de manejar algo para lo cual uno no está todavía lo suficientemente preparado. Famosa es la descripción de los siete velos de Isis y la amenaza que se cierne sobre aquel insensato que trate de ver a la diosa desnuda, despojándola de todos ellos sin haberse preparado adecuadamente para ello y sin haber recibido además el visto bueno expreso de la propia Madre de la Magia. El resultado que le espera es la locura, la muerte o algo peor.

La obra más conocida del compositor francés Paul Dukas, L'Aprrenti sorcier (El aprendiz de brujo o mago) se basa en una balada homónima del gran maestro Johann Wolfgang von Goethe y se hizo enormemente popular tras aparecer en la película Fantasía, una de las obras cumbre de Walt Disney, protagonizada por Mickey Mouse. Cuenta la historia de un aprendiz que entra al servicio de un poderoso mago y que sueña con manejar sus mismos poderes aunque no está capacitado más que para barrerle la casa. Pero un día aprovecha la ausencia del mago y le roba su libro de conjuros con el cual logra que la escoba haga el trabajo ella sola. Cuando intenta detenerla, se ve incapaz de pararla y decide destruirla pero cada uno de los pedazos de la escoba se convierte a su vez en una escoba nueva y la catástrofe es total. En vano intenta el aprendiz utilizar las palabras mágicas que empleaba el mago para detener aquello..., porque el truco no está en las palabras sino en el conocimiento que el mago tiene de lo que significan y la intención que en consecuencia sabe aplicar a cada una de ellas para que realmente funcionen.

Otra historia que siempre me gustó mucho sobre los peligros de manejar lo que uno no debe manejar antes de tiempo es la de ese cuento musulmán en el que un creyente se encuentra con Jesús y le pide por favor que le revele el nombre más grande de Dios (no debe extrañarnos la presencia del mesías cristiano en la tradición oral musulmana puesto que el Islam le reconoce como uno de los profetas más grandes aunque siempre por debajo de Mahoma). Jesús se niega, preguntándole además para qué quiere saber él eso si no sabría qué hacer con semejante conocimiento. Pero el tipo insiste y todos los días se presenta para plantear su petición, aduciendo los numerosos méritos que le adornan y que además son todos ciertos: es un buen hombre, un buen marido y un buen padre; además todos le conocen por su humildad, su tolerancia, su generosidad, su capacidad de trabajo, su solidaridad... Tanto insiste, que al final Jesús en un momento de cansancio tras un día especialmente intenso decide revelarle ese nombre de Dios, aunque rogándole que jamás se le ocurra utilizarlo, y mucho menos en vano.

El hombre se vuelve loco de alegría y abraza y besa a Jesús prometiéndole que así lo hará y que puede confiar en él. Luego regresa a su casa, sonriente y contento, encantado consigo mismo por haber logrado lo que muy pocas personas en la Tierra han conseguido jamás: conocer ese nombre secreto, el más grande, del mismísimo Dios. ¡Es como convertirse en su colega! 

Pero muy pronto se presentan las complicaciones. Poco antes de llegar a su pueblo, descubre un montón de huesos en una fosa que se abre al pie de la cuneta que bordea el camino. Al contemplar los huesos recuerda a cierto hombre sabio que vivió muchos años en su mismo pueblo pero que un día salió a pasear y desapareció. Nunca más se volvió a saber de él, aunque se contaron todo tipo de historias: desde que había sido asesinado por salteadores de caminos hasta que había encontrado una escalera para subir directamente al cielo, pasando por la posibilidad de que hubiera abandonado el camino de la sabiduría para entregarse durante los últimos años de su vida al vicio y la corrupción. Consternado al pensar que tal vez aquéllos fueran sus restos, el "colega" de Dios fue cegado por su orgullo y su vanidad y decidió emplear la revelación que le hiciera Jesús.


De pie junto a la fosa, el hombre invocó a Dios, aprovechando que conocía su nombre más grande. Y cuando lo tuvo ante sí, le pidió que reanimara los huesos. Dios se molestó por semejante tonta petición, y por el hecho de que un tipo así supiera su nombre secreto, pero una vez invocado no podía decir que no, así que se limitó a musitar:


- Sea.


Y, como si de un sueño se tratase, los huesos empezaron a moverse solos en el aire, buscándose unos a otros hasta armar un esqueleto. La carne que había recubierto el esqueleto apareció como de la nada y volvió a poblar el cuerpo de músculos y tendones, mientras la antigua piel se formaba sobre ella. En cuestión de pocos segundos, los restos miserables se transformaron en lo que habían sido antes de la muerte de su poseedor...


¡Un león hambriento!


Ante la sorpresa del hombre que había querido equipararse con Jesús, el león le dio dos zarpazos y lo mató. Y luego se lo comió.



Moraleja: cada cosa a su tiempo, la paciencia es la madre de la ciencia.

 

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