Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Soy un superviviente

No me acuerdo de todas mis existencias pasadas pero de aquéllas de las que conservo algún retazo de memoria puedo decir que fueron cualquier cosa menos aburridas. La vida es, literalmente, un carrusel de sorpresas que un día te hace sentir como si estuvieras a punto de echar a volar y al día siguiente te da la impresión de que te va a estampar contra la pared. Crees que vives a salvo tras los muros de una fortaleza inexpugnable protegido por un poderoso ejército y sin embargo en cuestión de minutos te puedes encontrar más solo que la una y con una mano delante y la otra detrás. O viceversa: sufres una situación tan desesperada que te planteas si es mejor tirarse por una ventana o ahorcarse de la lámpara (entre paréntesis, el suicidio es la actitud más cobarde que puede afrontar una persona: es como escupir al propio espíritu en la cara) y de pronto alguien abre la puerta de casa y resulta ser el amor de tu vida que llevabas esperando no sé cuántos años (¡ojo, no te pongas nervioso y al bajar del taburete para abrazarlo acabes ahorcado por error!). 

Es así y no tiene vuelta de hoja: hay que aceptar la extrema volubilidad y la capacidad de sorpresa permanente que posee la vida. En cualquier momento puede pasar cualquier cosa o, como solía decir el viejo Heráklito, "es necesario esperar siempre lo inesperado (entre otras cosas, porque es la única manera de verlo y afrontarlo)" y "nunca se baña uno dos veces en el mismo río"..., aunque pudiera parecerlo. Todo esto forma parte del juego mismo en el que estamos metidos, este Second Life de tamaño natural y en tres dimensiones en el que hemos asumido tanto la identidad física que en su día escogimos como si fuéramos realmente nosotros, que ya hemos olvidado quiénes somos en realidad y pensamos que lo que nos ocurre en el día a día, bueno o malo, es trascendente (lo cierto es que sí es trascendente pero sólo si sabemos cómo hacer para convertirlo en algo digno de esa categoría..., los hombres comunes no conocen el secreto para practicar esta alquimia divina).

A lo que iba... El caso es que me han pasado tantas cosas en mis sucesivas existencias que una de mis aficiones favoritas es la de coleccionar libros de supervivencia. Tengo unos trescientos títulos y/u opúsculos de este estilo en mi apretada y desordenada biblioteca particular (quiero decir, en el pasillo del apartamento que comparto con Mac Namara que, visto en perspectiva es como uno de esos senderos llenos de trampas -ejemplares que se te pueden caer en la cabeza, lomos sobresalientes que te destrozan el meñique, gigantescas colonias de ácaros anidando entre las páginas de los incunables...- de los que suele recorrer Indiana Jones para llegar hasta el tesoro final) con recomendaciones y consejos para sobrevivir en los bosques, en el campo, en las montañas, en la ciudad, ante un ataque de cocodrilos, ante la amenaza zombie, etc.

El último que he leído, muy divertido por su irreverencia a la vez que bastante simple en sus explicaciones pero igualmente eficaz, se titula de forma explícita: 37 grados: Cómo salvar tu culo. Cuando el neófito se acerca por primera vez al mundo de la supervivencia, lo hace en general ofuscado por las fantasías de convertirse en una especie de héroe a medio camino entre Tarzán y Robinson Crusoe, pensando en cómo ayunar durante semanas o sobrevivir sin agua durante días mientras se construye un auténtico resort de lujo con cañas y lianas... Sin embargo, y como bien recuerda el título de este libro firmado por Cody Lundin, un auténtico experto disfrazado de Conan pero en plan apache (y de paso fundador y director de la Escuela Aborigen de Supervivencia en el medio Oeste de los EE.UU.) si la temperatura de nuestro cuerpo descendiera por debajo de esos fatídicos 37 grados o subiera demasiado por encima de ellos, estaríamos muertos en muy pocas horas.

Así que el bueno de Cody, gran profesor, desgrana el ABC de la supervivencia empezando por definir con claridad los riesgos de una situación extrema, explicando con claridad cómo aprovechar los avances del sector (por ejemplo, antes de aprender a hacer un fuego frotando palitos, es más útil saber utilizar las cerillas -esto parece una tontería, pero no lo es en absoluto y cualquiera que lea el libro lo comprenderá-) y aportando (para mí lo más interesante de la obra) las ideas para preparar un sencillo, ligero y eficaz botiquín de supervivencia personal. Entre las originales y espectaculares ideas que propone, figura por ejemplo el empleo de preservativos para transportar agua en situaciones donde no poseamos ningún termo, cantimplora ni recipiente alguno para ello: cada profiláctico puede contener hasta 2 litros de agua y ésa puede ser la diferencia entre la vida y la muerte (eso sí, hay que comprarlos siempre de talla extra y sin lubricantes para que no contaminen el líquido elemento).

Citando directamente a este maestro de la supervivencia: "Existen muy pocas reglas en realidad. Tienes dos metas principales: regular la temperatura corporal y hacer que te rescaten del aprieto lo antes posible" porque según las estadísticas "el escenario de supervivencia medio se prolonga durante unos tres días" y por lo general al cabo de este tiempo los rescatadores "te encontrarán vivo o muerto..., siempre que alguien te esté buscando".

Esta mañana se ha presentado un nuevo libro que es, desde ya, candidato a engrosar mi colección: se titula Manual práctico de arqueología experimental. Cómo sobrevivir con dos piedras y un cerebro y en su redacción han participado diversos especialistas coordinados por el profesor de Prehistoria de la Universidad de Burgos Carlos Díez Fernández-Lomana. De lo que se trata aquí es de mostrarnos algunas de las cosas que podríamos hacer (27 en concreto, no sé por qué precisamente ese número de cosas y no 25 ó 30) si de repente la civilización se fuera por el sumidero y nos encontráramos de nuevo abandonados a nuestra propia suerte como se supone estaban los hombres de las cavernas.

En este libro se explica entre otras cosas cómo construir algo tan sencillo pero que requiere su técnica como es un arco y unas flechas (para defendernos y cazar), cómo elaborar una lámpara de tuétano (para iluminarnos por la noche), cómo tallar un bifaz (el equivalente, según los prehistoriadores, a la navaja multiusos para los hombres prehistóricos), cómo modelar un recipiente de cerámica (para beber o guardar comida), hacer fuego (para tantas cosas) y hasta cómo levantar una cabaña (nuestro propio chalet prehistórico). La publicación ofrece paso a paso la fabricación de todas estas cosas, y otras, y los acompaña con ejemplos recogidos en el registro arqueológico tanto de Europa como de Suramérica puesto que entre los colaboradores que han aportado su trabajo al libro figuran varios expertos argentinos.

Como dice el propio Fernández-Lomana que, por cierto, es miembro del equipo investigador de las excavaciones de Atapuerca, nuestra especie estaría en perfectas condiciones de "empezar de nuevo" con la naturaleza como único medio para sobrevivir, gracias a su "curiosidad y capacidad de observación y aprendizaje". Para ello, Como sobrevivir con dos piedras y un cerebro es "un recurso didáctico que ayuda a conocer la Prehistoria y amar nuestro patrimonio" introduciéndonos en ella de manera "lúdica, experimental y a través del autoaprendizaje". Sólo echo en falta entre los 27 procedimientos prehistóricos el de cómo construir un sofá tan cómodo como el mío.


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