Aunque pudiera parecerlo por mi natural bonhomía y mi simpática presencia (por no citar mi profunda sabiduría, mi saber estar viril o mi natural brillantez, entre algunas de mis características vitales) lo cierto es que no soy perfecto: aún tengo algún que otro defectillo que limar para poder aspirar a las recompensas de los mundos superiores (aunque me contentaría con poder pasar de curso en la Universidad de Dios). Por ejemplo, anoto aquí, como dejándolo caer, la irritabilidad que me provocan los quejicas.
En efecto, pocas cosas me sacan de mi Nirvana interior con mayor facilidad que ese tipo característico de persona que pudiendo (debiendo) tomar el control sobre su propia vida se niega a hacerlo (en general, por pura y simple comodidad) y después viene lloriqueando por “lo mal que me trata la vida” y exigiendo (ni siquiera pidiendo, sino exigiendo) compensaciones, ayudas y atención de todo tipo. Puede parecer difícil asumir el susodicho control sobre la existencia de uno, sobre todo cuando nos referimos a las cuestiones que en teoría más influencian nuestra vida (una enfermedad grave que se presenta de repente, una oportunidad laboral que llega sin quererlo o que no termina de llegar, un inesperado accidente grave, un enamoramiento arrolladoramente pasional et caetera) pero la mayor parte de las sorpresas son asumibles si uno desarrolla un cierto carácter y un mínimo de voluntad para afrontarlas. Por lo demás, construimos el futuro con los ladrillos del presente y lo más común es que cosechemos a lo largo de nuestra vida aquello que en algún momento sembramos y en muchos otros momentos regamos y abonamos, aunque justo ahora no lo tengamos presente en la memoria.
Entre los quejicas más desagradables se encuentran esos padres fracasados que se molestan no ya porque sus hijos no hayan conseguido hacerse millonarios en un tiempo récord (para poder vivir de ellos) sino porque "me han salido rebeldes, vagos, desobedientes ¡y no sé por qué!" cuando lo único que han hecho los vástagos es, como todos los vástagos, fotocopiar a los padres que, además, no se han ocupado de ellos porque "para eso pago el colegio". Es inútil explicarles a estos cenutrios lo que tantas veces me han comentado mis varios amigos profesores en la teoría (y luego he tenido oportunidad de experimentar en la práctica con numerosos niños) de que el colegio sólo sirve para socializarse mientras que la educación depende de la familia..., y que si un padre lleva las uñas sucias y renegridas, el hijo seguro que no las va a llevar limpias y con manicura francesa. El ejemplo es la clave para la educación: según sea bueno o malo, así tendremos uno u otro resultado con el paso del tiempo... Apenas pude contener la risa aquel día que escuché a una mujer comentando con una amiga por teléfono su vida familiar y que, de pronto, puso morritos y una voz de niña lloriqueante, para a continuación espetarle a su contertulia: "¡Es que no sé por qué mi hijo es tan quejica!" Si la mujer hubiera tenido un espejo delante igual habría tenido una oportunidad de comprender por qué.
Como es lógico, los que organizan y apacentan nuestra sociedad están encantados de que las nuevas generaciones sean cada vez más incultas, atolondradas y cortas tanto de mente como, sobre todo, de espíritu: son así mucho más fáciles de engañar, controlar y pastorear... Aunque de vez en cuando surge algún educador que trata de poner un poco de sentido común y enseñar a los demás la manera correcta de hacer las cosas. Uno de ellos es un juez de menores muy particular, de nombre Emilio Calatayud Pérez, que emulando a Cervantes con sus Novelas ejemplares se ha hecho bastante popular en España aunque en su caso se trata de sentencias ejemplares.
Él mismo fue un niño mal criado y rebelde hasta que sus padres le internaron en un colegio malagueño llamado Campillos que tenía fama de ser una especie de penal de Alcatraz para infantes. Allí aprendió algunas duras lecciones y decidió enseñarlas él también a los demás. Tras graduarse en Derecho en la universidad de Deusto accedió a la carrera judicial en 1980 y desde entonces ha ejercido su profesión redactando algunas de las condenas más llamativas de la Justicia española durante los últimos tiempos. De hecho, hace unos tres años publicó un libro que recogía muchas de ellas titulado precisamente Mis sentencias ejemplares que lleva ya casi una decena de ediciones.
La primera que despertó la atención del público la dictó en 1990, cuando tuvo que juzgar a un adolescente de 14 años especializado en robar televisores y videos en grandes almacenes. Tras enviarle a un reformatorio, le informaron de que el chaval no sabía leer, así que le propuso un trato: si aprendía a leer y escribir, le dejaría en libertad. El raterillo aceptó y en sólo dos meses había aprendido a hacer ambas cosas. El magistrado cumplió su palabra y le dio la libertad vigilada. No está claro cómo será ahora la vida de este muchacho pero, desde luego, muy diferente a como podría haber sido si este juez no se hubiera cruzado en su camino.
Otros ejemplos de esas sentencias para jóvenes descarriados: 100 horas de servicio a la comunidad patrullando junto a un policía local por haber conducido sin permiso y además de manera temeraria; trabajar con el equipo de bomberos local por haber quemado papeleras durante una juerga; servir en el comedor de indigentes por haber hecho diversas gamberradas (en este caso se trataba de dos adolescentes de los calificados como "pijos"); visitar durante un día entero a parapléjicos y hablar con ellos y sus familas para más tarde elaborar una redacción sobre su experiencia por haber sido detenido circulando borracho; 2oo horas de trabajo en una tienda de juguetes por robar ropa; servir el catering en un centro de paralíticos cerebrales por ser un chulo y un maltratador en el colegio... Pueden parecer medidas extravagantes pero lo cierto es que la delincuencia de menores en Granada tras las sentencias de Calatayud ha descendido según datos oficiales en un 8 por ciento y él mismo cuenta algunas anécdotas ciertamente humanas en las entrevistas que se le han hecho:
- "La ley ofrece recursos a los jueces para que intentemos que el delincuente regrese a la comunidad de modo constructivo (...) el otro día un 'armario' de 90 kilos y casi 30 años me abrazó y me plantó un beso en plena calle mientras me daba las gracias. Lo reconocí: a los 16 años era un 'hijo puta'..., y hoy es un fenómeno de la electricidad (...) Para que un menor no reincida, lo primero es que sea consciente de lo que ha hecho, y de que vivimos en comunidad. Estos servicios a la comunidad les ayudan a entender."
Me interesa también su opinión sobre los chicos que maltratan a sus padres con chantajes, coacciones, golpes... Cada vez hay más, pero es que se puede casi pronosticar qué niño acabará actuando así viendo cómo actúan sus padres cuando los hijos todavía son pequeños y les permiten, literalmente, todo. Dice Calatayud:
-"Estos casos de maltrato son los que más veo aumentar, semana a semana. Los padres tienen poca autoridad a los ojos de los hijos y éstos ya no les respetan (...) Por miedo a parecer fachas, muchos padres no se atreven a poner límites a sus hijos. Querían ser sus colegas ¡y les han dejado huérfanos! (...) Un niño necesita padres y un padre es alguien que marca límites, que puede decir: 'Hijo, te quiero mucho y por eso ahora te digo NO'."
En otro de sus libros, Reflexiones de un juez de menores, Calatayud incluye un interesante Decálogo para formar un delincuente que ayudará a aquellos padres incapaces de pensar por sí mismos. Es el siguiente:
1: Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.
2: No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3: Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.
4: No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
5: Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.
6: Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.
7: Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8: Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9: Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10: Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
Y cuando su hijo sea ya un delincuente, proclame que nunca pudo hacer nada por él.
Sencillo y de Pero Grullo ¡pero tan difícil de cumplir por los quejicas! Ojalá hubiera más jueces como Calatayud. Y no sólo para menores de edad.
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