Cuenta mi tutor Thoth (y yo le creo porque recuerdo que también viví en aquél entonces, hace mucho, mucho tiempo) que hubo una época en la que Filosofía, Ciencia y Religión eran todas la misma cosa. Y que aquéllos que dominaban esa hermosa pero dura tarea, que implicaba un largo trabajo sobre sí mismos para ofrecer los primeros frutos, fueron los primeros hombres sabios u hombres santos de las leyendas: gentes con un Poder tan inmenso que no necesitaban ni deseaban ejercerlo sobre el mundo corriente. Vivían por lo general apartados de las pasiones comunes, entregados precisamente a su exploración interior y a menudo organizados como felices y austeros miembros de una Orden. Sin embargo, seguían abiertos a derramar su sabiduría a todo aquel corazón valiente que tuviera el coraje de buscarlos y la fortuna de hallarlos para pedirles consejo sobre los acontecimientos graves a los que se pudiera enfrentar su comunidad.
Todo aquello sucedió en la Edad de Oro, cuando los dioses caminaban entre los hombres. Pero sucedió en este mismo planeta que, por vibrar en el denso mundo de lo material, está sujeto como todas las cosas materiales a la implacable ley de la entropía... Así que con el tiempo la Orden se contaminó y se marchitó por culpa de los ambiciosos y los hambrientos de poder con minúscula. Ellos se infiltraron como insectos perniciosos y royeron feroces las maderas preciosas que sujetaban las columnas de los templos, hasta que se desmoronaron con gran estruendo y entre el regocijo inexplicable de tantos necios que en aquellos años aciagos constituían ya la mayor parte de los llamados seres humanos (aunque estuvieran tan lejos de merecer ese adjetivo). En aquel momento, los sabios fueron sustituidos por los impostores que se apoderaron de sus signos, su nombre y su influencia sobre la gente común.
Fueron los impostores los que dividieron el trabajo y crearon tres actividades diferentes: una Religión sin amor y sin piedad, una Ciencia sin trascendencia ni responsabilidad y una Filosofía sin alma ni aplicación práctica. Desde entonces han permanecido siempre así, puesto que aquellos malvados impidieron que alguien pudeira seguir los tres caminos a la vez, como se hacía antes: la Oscuridad encuentra siempre fortaleza en la división, la ambigüedad y la indefinición. No obstante, los sabios no desaparecieron. Sólo dejaron de ser visibles para el hombre corriente, pero siempre han estado ahí, trabajando ahora en mayor silencio, tras las cortinas, por su propia seguridad. En la Universidad de Dios he encontrado ecos del espíritu que animó a los primeros sabios, en un intento serio por reunir de nuevo los fragmentos de la joya espiritual para reconstituirla como fuera antaño, la espada rota del rey que debe ser forjada de nuevo...
Resulta irónico que tanto tiempo después la Ciencia más moderna, la calificada como de vanguardia como sucede con los postulados de la Física Cuántica, esté llegando a conclusiones tan similares a las del camino de los antiguos sabios, relacionándose con la Filosofía y la Religión, sin quererlo pero sin poder evitarlo, a través de la expresión de nuevas teorías e incluso principios que chocan con el materialismo puro y duro impuesto como una losa de pesadumbre sobre los riñones de la humanidad. Por ejemplo, una de las especulaciones cuánticas más conocidas es el hecho de que no existe el experimento científico aséptico ya que el objeto observado no puede separarse de quien lo observa y por tanto una misma investigación elaborada con los mismos parámetros pero por personas diferentes puede dar resultados diferentes y aún así seguir siendo válida. Bueno, eso es exactamente lo que dicen los textos arcanos, cuando hablan de la unidad e interdependencia de cuanto existe. Mas, como todo, hay que saber interpretarlo y aplicarlo.
Uno de los cuentos sobre este asunto es una lección de humildad y sentido común que nos llega de la antigua India, cuando el discípulo de un conocido maestro se encontró en su camino por el bosque con un elefante desbocado que se acercaba hacia él a toda velocidad mientras su cornac o conductor/domador trataba de frenarle sin conseguirlo. El mismo cornac advirtió a gritos al discípulo que se apartara del camino si no quería ser atropellado porque no podía dominar al animal, que había enloquecido.
El discípulo había aprendido, entre otras cosas, el concepto de la unidad y la interdependencia. De acuerdo con su parámetro cultural y temporal de aquel momento, identificaba la divinidad con Vishnú y cuando vio aparecer el elefante decidió no quitarse de en medio.
- Vishnú se encuentra en todas las cosas -dijo, con tranquilidad.
- ¡Apártate, no te quedes ahí! ¡No puedo parar al animal! ¡Te aplastará! -insistió el cornac.
El discípulo permaneció impertérrito, con una sonrisa de suficiencia, y ocurrió lo que tenía que ocurrir. El elefante le arrolló, golpeándole primero con los colmillos y pisoteándole a continuación. El discípulo quedó tendido ensangrentado mientras el animal descontrolado proseguía su salvaje carrera. Poco después, fue encontrado y recogido por unos campesinos que le llevaron a su aldea y avisaron a su maestro. Éste se presentó de inmediato en la aldea y quedó impresionado por las terribles heridas del discípulo, que se hallaba moribundo.
- ¿Por qué no te apartaste, como te pidió el cornac? -preguntó incrédulo.
- Porque, maestro, he recordado tus palabras sobre la realidad de que Vishnú se encuentra en todas las cosas. Y me quedé a saludar y mostrar mis respectos al dios que indudablemente se hallaba en el interior del elefante.
- ¡Insensato! ¡Vishnú también estaba en el interior de las palabras de advertencia del cornac!
Y así murió el discípulo que sólo en su último hálito entendió por fin el viejo dicho: saber significa conocer cómo se hace algo y sabiduría significa hacer ese algo.
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