Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 4 de abril de 2011

Estado de sitio

Edward Zwick (creador de la muy recomendable Diamantes de sangre) dirigió en 1998 un entretenido y violento thriller que fue duramente vapuleado por la crítica aunque a mí particularmente me pareció una advertencia muy interesante de lo que se nos venía encima (nota personal: ¿por qué será que me suelen gustar las películas que no le hacen gracia a la mayoría de los críticos?). Se titulaba The siege y fue traducida al español como Estado de sitio, aunque el significado literal es El asedio, y en un doble sentido que enseguida comprobaremos. He vuelto a verla hace poco y me ha gustado quizá más que la primera vez (aunque también he apreciado mejor sus defectos).

Estado de sitio cuenta cómo la ciudad de Nueva York y en especial el barrio de Brooklyn se convierte en el particular coto de caza de un grupo de células del terrorismo islámico que protagonizan una serie de sangrientos atentados suicidas con bomba, incluso en uno de los teatros más chic en la zona de Times Square. La brutalidad de los ataques y el hecho de que se produzcan de manera indiscriminada contra la población civil indigna, enrabieta y atemoriza a la población norteamericana que no está en absoluto acostumbrada a este tipo de violencia aunque uno de los personajes recuerda en algún momento de la película que sí la han sufrido otras ciudades como Roma, Atenas o Beirut (o tantas ciudades españolas cuyos nombres seguramente ni les suenan a los autores del argumento).

Para hacer frente a la crisis, aparece el agente especial del FBI Anthony "Hub" Hubbard, interpretado por Denzel Washington en casi el único papel que se sabe a la perfección: el de policía preocupado por la comunidad, eficaz en su trabajo y líder moral entre los suyos. Le ayuda Frank Hadad (Tony Shalhoub), otro agente aunque de origen libanés, cuyo conocimiento de la idiosincrasia y del idioma árabes le serán muy útiles. Además, es el único compañero que le queda vivo después de que una de las bombas destroce todo el cuartel general del FBI al estilo del atentado de Oklahoma (achacado a Timothy McVeigh y al cual se hace referencia al comienzo de la película).

En el camino de "Hub" y Hadad se cruza una agente de la CIA de identidad cambiante (primero Elise, luego Sharon..., en todo caso es la actriz Annette Bening) que tiene una larga y oculta experiencia en cuestiones de Oriente Medio, incluyendo un contacto/amante: un antiguo terrorista palestino llamado Samir Nazhde (Sami Bouajila). Mediante la forzada y difícil colaboración con ella acaban descubriendo que los terroristas han iniciado su campaña de pavor con el objetivo de liberar a su jeque (por cierto, un doble de Osama Ben Laden, aunque más "rellenito"), capturado en secreto por las fuerzas especiales de los Estados Unidos. Aquí entra en juego el último de los personajes importantes: el general William Deveraux (Bruce Willis..., ¡con pelo!), asesor personal del presidente (Bill Clinton, para la ocasión) y concienzudo defensor de aquella máxima de que el mejor indio..., o, mejor dicho, el mejor árabe, es el árabe muerto.  

Deveraux no está dispuesto a liberar al jeque y de hecho niega públicamente tenerlo en su poder. Aunque oficialmente su política es la de apoyar a las fuerzas policiales en la lucha contra los terroristas, su verdadera intención se pone de manifiesto a medida que la situación empeora por culpa de los atentados: aplicar la ley marcial y aplastar al enemigo. "Primero rodearemos Brooklyn, luego lo estrujaremos", anuncia..., y así se explica que el asedio lo lleven a cabo por un lado los terroristas contra Nueva York y por otro lado los militares partidarios de la mano dura contra la población árabe residente en la ciudad. De hecho, el Ejército llega a montar un verdadero campo de concentración en un estadio deportivo.

Más adelante descubriremos el secreto de Elise/Sharon: ella fue años atrás la responsable de la CIA encargada de organizar y dirigir (de acuerdo con los intereses de EE.UU.) en Oriente Medio la red liderada espiritual y moralmente por el jeque ahora prisionero y sus seguidores, a los cuales entrenó personalmente entre otras cosas para colocar bombas. Luego, la política estadounidense cambió y la CIA dejó en la estacada al grupo, la mayoría de cuyos miembros fueron aniquilados. Capturado el jeque, los supervivientes de la red deciden viajar a la tierra de sus antiguos patrocinadores para liberarle a fuerza de chantaje a bombazo limpio.

La película constituyó en el momento de su estreno un serio aviso, obviamente ignorado, sobre la posibilidad de que el islamismo radical fuera capaz de exportar su "estilo" a las civilizadas calles de la Gran Manzana, forzando de paso la conversión de Brooklyn en una copia de los territorios palestinos ocupados por Israel (con llamativas escenas de los blindados norteamericanos apedreados por los ciudadanos árabes en el barrio neoyorquino). Hay que tener en cuenta que en aquella época, y aunque Ben Laden ya era un "malo malísimo" para el imaginario estadounidense, los atentados más graves contra intereses norteamericanos se limitaban a algunas embajadas en países exóticos como Kenya o Tanzania..., demasiado lejos de la "seguridad" de la Quinta Avenida.




Estado de sitio plantea sucesivos dilemas morales como el clásico contemporáneo de ¿merece-la-pena-torturar-a-un-terrorista-para-sonsacarle-información-y-evitar-el-siguiente-atentado? (curioso, por cierto, el diálogo entre los personajes de Benning y Willis sobre los diversos métodos de tortura que pueden emplear para hacerle hablar y cuál sería el más eficaz en el caso que les ocupa) o ¿tiene-un-terrorista-derechos-constitucionales-aunque-sea-un-asesino-de-masas?. Aunque en el momento de su estreno el espectador medio pudo sentirse identificado con la utópica e idealista defensa de la racionalidad y el Derecho que inspiran en todo momento a Hubbard/Washington, estoy seguro de que ese mismo espectador cambió seguramente de opinión en sus respuestas a estos dilemas cuando, poco después, en 2001, se produjeron los atentados del 11-S.

Lo cierto es que estamos ante una de esas películas que no se podría haber rodado hoy día. Seguramente, ni siquiera se podría plantear su producción de manera legal, teniendo en cuenta que todavía están vigentes los fuertes recortes a los derechos y libertades civiles que aplicó George Bush junior gracias a los brutales atentados reales. Una película que revela cómo la CIA pudo crear a Ben Laden y su Al Qaeda (que, por cierto, se traduce como La red) al convertir a un grupo de insurgentes religiosos en fanáticos y eficientes terroristas a su servicio (y cómo cuando no le sirven simplemente los deja por ahí sueltos), que muestra al FBI criticando al gobierno por discriminar a la población musulmana y entregar el mando a un general radical en lugar de confiar en los cuerpos policiales encargados de la seguridad interna, y que retrata al Ejército como un montón de robots brutos y obedientes dispuestos a dar un golpe de Estado si hace falta..., ¿quién la financiaría hoy por hoy?    

El final es demasiado azucarado para mi gusto, aunque hay una cosa que me gusta de él y es la intuición de Zwick para insistir en algo en lo que jamás se insistirá demasiado: el héroe existe (aunque sea un héroe tan soso y políticamente correcto como Denzel Washington) y sólo él puede salvar al mundo. Frente a esa idea falsa tan extendida en la actualidad según la cual las masas "buenas" (por definición las masas nunca son buenas) tienen alguna posibilidad de organizarse para enfrentar al poder y derrotarle en plan revolución pacífica (en la película, la población neoyorquina organiza manifestaciones contra la ocupación de Brooklyn y la instauración allí de la ley marcial) lo cierto es que sólo la determinación, la voluntad y la heroicidad de alguien decidido a llegar hasta el final y sacrificarse si hace falta puede llegar a cambiar las tornas de verdad.

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