La última guerra mundial en marcha la protagonizan los ejércitos informáticos, que en estas semanas han lanzado diversas ofensivas judiciales unos contra otros en todas direcciones en un espectacular combate cuerpo a cuerpo por el mercado. Lo de menos es la causa de la guerra: básicamente, la lucha por patentes registradas y presuntamente copiadas de una a otra compañía. Lo importante es que existe un motivo para cargar con todo contra el rival, en busca de esa fina grieta en su acorazada pared por la que intentar penetrar para reventar toda la empresa.
Lejos quedan los tiempos en los que Microsoft imponía su ley y todos marchaban a su paso de la oca, pero Google que parecía su sustituto (San Google de las Búsquedas Inteligentes, ruega pro nobis) tampoco ha logrado consolidar su puesto como primer gallo del corral y anda a dentelladas con Apple, a ver si consigue morder el resto de la manzana, mientras Nokia y Samsung reclaman también su derecho a dar bofetadas en la piscina de barro. Alrededor, otros titanes de menor peso pero idéntica furia, como Motorola, HTC y Kodak, buscan también su parte del pastel. Y es un pastel muy importante: el pastel del futuro, en un mundo tan demenciado como el nuestro en el que paradójicamente tienen mucha más importancia las cosas que existen en un entorno virtual que aquéllas que realmente se pueden ver y tocar en el mundo físico.
En medio de la guerra también hay francotiradores, como los dos programadores que hace varios días revelaron públicamente la existencia de un sistema en el iPhone que muestra todos los movimientos de los usuarios sin su consentimiento. El público se ha llevado las manos a la cabeza mientras Apple se apresuraba a lanzar un comunicado oficial afirmando que no realiza el seguimiento de la ubicación de ningún iPhone, que nunca lo ha hecho y que no tiene intención de hacerlo. Aquí no sé si es más sorprendente la tonta ingenuidad del público en general o el descaro de la dirección de Apple porque es un hecho sabido que la mayoría de los teléfonos móviles en general sirven como indicadores de posición de sus usuarios, incluso apagados. De hecho, la tristemente famosa política del "asesinato selectivo" tan empleada años atrás por Israel contra los líderes palestinos más radicales se basaba precisamente en buena medida en esa posibilidad. Basta con identificar el celular del objetivo específico y luego ya simplemente decidir cuándo le disparas el misil.
El Wall Sreet Journal confirmaba estos días atrás que los dispositivos Android, que últimamente se han hecho bastante populares, también cuentan con estos sistemas de seguimiento. Y lo mismo sucede con los Windows Phone 7. ¡Pero si en Internet se vende desde hace tiempo al usuario normal y corriente varios servicios de geolocalización a través del teléfono justificándolo en la seguridad! Sepa dónde está su hijo..., averigüe dónde ha ido a parar su móvil después de que se lo robaran..., no más personas mayores desorientadas perdidas en la ciudad..., etc. Pues a pesar de esto, aquí todo el mundo ha empezado a actuar como si se acabara de caer del guindo y un grupo de legisladores del Senado de los EE.UU. ha anunciado que el próximo 10 de mayo abordarán en una audiencia ad hoc todo el problema de privacidad sobre los teléfonos móviles en una subcomisión judicial constituida al efecto.
A estas alturas, el control está en todas partes a todas horas. La misma Comisión Europea forzaba formalmente a primeros de este mes a la industria tecnológica a acordar el establecimiento de nuevas directrices (veremos lo que consigue realmente) para salvaguardar la privacidad y los datos personales en los llamados sistemas de "etiquetas inteligentes" basadas en la tecnología de identificación por radiofrecuencia. Estas etiquetas, muy características y de tacto desagradable, las podemos encontrar en todo tipo de productos: desde tarjetas para pagar peajes en las autopistas hasta frigoríficos, pasando por libros electrónicos, coches o billetes de autobús, y disponen de una pequeña antena y un microchip con memoria de gran capacidad de almacenamiento de datos y facilidad para la gestión de información a larga distancia. El sistema se aplica ya a unas 1.000 millones de etiquetas pero las previsiones de la Comisión Europea apuntan a que este mismo año lleguen a comercializarse cerca de 2.800 millones y la industria asegura que, para 2020, serán ¡50.000 millones!
Estos días circula por Internet una advertencia respecto a las tarjetas-llave (las que tienen aspecto de tarjetas de crédito) que se emplean en los hoteles más modernos para abrir la puerta y activar el sistema electrónico de la habitación donde se hospeda el cliente. Según este documento, cada tarjeta almacena magnéticamente el nombre dle huésped, su domicilio, su número de habitación en el hotel, las fechas de entrada y salida, el número de la tarjeta de crédito y la fecha de validez e incluso el número del carnet de conducir si lo tuviera. Y cuando se devuelve esta tarjeta a la recepción del hotel, la información queda a disposición de cualquier empleado que tenga acceso al aparato lector de la tarjeta y quiera apoderarse de estos datos (se supone que con fines no precisamente lícitos) ya que por lo general los datos contenidos en ella no se borra hata que la llave magnética es utilizada por el cliente siguiente.
La advertencia recomendaba guardar estas tarjetas, llevárselas consigo o destruirlas; jamás dejarlas en la habitación ni el cubo de basura y ni siquiera devolverlas a la recepción del hotel al pagar la cuenta (el hotel no puede cobrar por la no devolución de la tarjeta, afirma el texto, por ser ilegal) a fin de proteger la información personal. En última instancia, destruir la tarjeta llave por el contundente y clásico dispositivo de las tijeras destrozando la faja magnética.
Así estamos: vigilados, controlados, desprivatizados... Aunque la gran pregunta es si merece la pena seguir luchando por intentar proteger nuestro mundo privado si luego aparece cualquier reportera en minifalda de la televisión con un micro en la mano y nos ponemos a contar nuestra vida, embobados ante la posibilidad de "hacernos famosos en la tele".
Estos días circula por Internet una advertencia respecto a las tarjetas-llave (las que tienen aspecto de tarjetas de crédito) que se emplean en los hoteles más modernos para abrir la puerta y activar el sistema electrónico de la habitación donde se hospeda el cliente. Según este documento, cada tarjeta almacena magnéticamente el nombre dle huésped, su domicilio, su número de habitación en el hotel, las fechas de entrada y salida, el número de la tarjeta de crédito y la fecha de validez e incluso el número del carnet de conducir si lo tuviera. Y cuando se devuelve esta tarjeta a la recepción del hotel, la información queda a disposición de cualquier empleado que tenga acceso al aparato lector de la tarjeta y quiera apoderarse de estos datos (se supone que con fines no precisamente lícitos) ya que por lo general los datos contenidos en ella no se borra hata que la llave magnética es utilizada por el cliente siguiente.
La advertencia recomendaba guardar estas tarjetas, llevárselas consigo o destruirlas; jamás dejarlas en la habitación ni el cubo de basura y ni siquiera devolverlas a la recepción del hotel al pagar la cuenta (el hotel no puede cobrar por la no devolución de la tarjeta, afirma el texto, por ser ilegal) a fin de proteger la información personal. En última instancia, destruir la tarjeta llave por el contundente y clásico dispositivo de las tijeras destrozando la faja magnética.
Así estamos: vigilados, controlados, desprivatizados... Aunque la gran pregunta es si merece la pena seguir luchando por intentar proteger nuestro mundo privado si luego aparece cualquier reportera en minifalda de la televisión con un micro en la mano y nos ponemos a contar nuestra vida, embobados ante la posibilidad de "hacernos famosos en la tele".
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