Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 8 de abril de 2011

La noche del demonio

Anoche disfrutamos Mac Namara y yo de un delicioso clásico del género fantástico, Curse of the demon (La noche del demonio) de Jacques Tourneur, que ha sido reeditada recientemente, incluyendo algunos fragmentos originales que nunca se vieron en las proyecciones comunes de las salas de cine. Entre ellos, la mayor parte de las secuencias donde aparece el malvado demonio encargado de cumplir las maldiciones. De hecho, la copia que vi de la película hace veintitantos años sólo contenía algunos breves y decepcionantes planos del monstruo en la parte final (en un cine forum de los que se enorgullecían de mostrar "copias originales y no como las que se ven en las salas comerciales") lo cual en aquella época me dejó un tanto frustrado porque en todos los carteles promocionales lo presentaban como uno de los mayores atractivos de la cinta. Luego entendí que hubiera sido más divertido que no apareciera como según parece era la intención original de Tourneur, autor de otros títulos muy destacables del fantástico como La mujer pantera o Yo caminé con un zombie.

Pero vamos por partes. Para los que no han tenido la fortuna de ver este largometraje rodado en 1957, lo primero que hay que señalar es que se trata de una adaptación del relato Casting the runes de Montague Rhodes James (especialista en relatos de fantasmas) y debe este título original a la manía de nuestra decadente cultura de demonizar a todas aquéllas que no tienen nada que ver con ella y en concreto de los aspectos de las mismas de los que no se ha podido apoderar para presentarlos como propios. Y es que las runas son un lenguaje simbólico sagrado, tradicionalmente muy poderoso, y relacionado con el primer alfabeto que se utilizó en Europa. Su antigüedad es con toda seguridad muy anterior a esos siglos I ó II después de Cristo que se les suele reconocer por lo general, ya que de esas épocas se conservan (públicamente) sus más antiguas muestras talladas en piedra. A través de las runas (el regalo del dios Wotan a la humanidad tras permanecer nueve días colgado sobre el Abismo), nuestros ancestros conectaban con otros planos, con otros estados de conciencia; pero para la mayoría de la gente, hoy, no son más que signos incomprensibles y por tanto desechables. Y por tanto utilizables como símbolos maléficos.
Lo mismo sucede con los exteriores rodados en el maravilloso Stonehenge, que se presenta casi como un templo del mal.

La película nos cuenta el enfrentamiento entre el escéptico y en ocasiones borde John Holden (Dana Andrews), un afamado psicólogo norteamericano absolutamente entregado al racionalismo y el materialismo, y el siniestro y burlón Julian Karswell (Niall Mac Ginnis), dirigente británico de una secta satanista que gracias a un enigmático grimorio medieval que ha logrado traducir posee grandes poderes de hechicería entre los cuales destaca la capacidad de invocar demonios de diferentes grados. Holden viaja a Londres para participar en una especie de convención de científicos racionalistas y antisupersticiosos, organizada por su colega el profesor Henry Harrington. Pero Harrington ha muerto misteriosamente la noche anterior, tras empotrar su coche contra un poste de la luz eléctrica y desplomarse éste sobre él. Lo que la Policía no sabe, y Holden tampoco, es que el profesor había desafiado a Karswell y éste le había lanzado un maleficio entregándole un pergamino con una serie de runas escritas (por cierto, ni siquiera dicen nada inteligible: en un primer plano de la película se aprecia que las han reproducido al buen tuntún sin formar palabras reales; incluso alguna de ellas se representa de dos formas diferentes) y que ello había permitido que un pavoroso y gigantesco demonio peludo, una especie de King Kong con alas, le persiguiera hasta acabar con él.

Holden y Karswell se retan mutuamente desde el primer momento y el brujo malvado le lanza el mismo maleficio que a Harrington para acabar con él. Cuando Holden descubre que le han "colado" el papelito con runas y que su rival le ha pronosticado morirá en pocos días intenta tomárselo a broma pero, en compañía de la sobrina de Harrington, Joanna (Peggy Cummings), se va enfrentando a una serie de hechos inexplicables y cada vez más misteriosos que poco a poco y aunque él se resiste a ello le van metiendo el miedo en el cuerpo y acaban por demostrarle que Karswell es un hechicero de verdad. Por cierto, un detalle divertido es la matrícula del descapotable que posee Joanna y cuyo número de serie, visto con claridad en al menos una secuencia, es... ¡666!

El pulso entre ambos se resuelve a bordo de un tren al que Karswell ha subido para marcharse a Southampton y tener así una buena coartada cuando se cumpla su maldición al estar lejos de Londres, a donde llegará el demonio para llevarse a Holden. Pero éste ha tenido la fortuna de evitar que el papel con el maleficio acabara quemado (si así hubiera sido, nada le habría evitado un viajecito directo al infierno) y, tras averigüar accidentalmente que el maleficio se puede devolver a aquél que lo lanzó si se le reintegra el pergamino con las runas, en el último momento consigue colocárselo al brujo. Así que el diablo gigantesco aparece de nuevo para llevárselo aunque para los mortales en general la muerte de Karswell parece un nuevo accidente: fue atropellado por otro tren.

Según cuenta la leyenda, Tourneur no tenía intención de mostrar demasiado a la criatura infernal y de hecho la copia a la que hago referencia en el primer párrafo se ajustaba más a su idea original de cómo debía quedar el largometraje pues la idea fuerza de la película era precisamente la permanente duda entre la razón y lo irracional: ¿tiene sentido creer en demonios y brujos satanistas a estas (a ésas, cuando se rodó) alturas del siglo XX? Sin embargo, uno de los productores y coguionistas, Hal E. Chester, alteró el concepto original e insistió en sacar más partido visual al monstruo, con vistas a hacer mejor taquilla impactando al público. Logró su objetivo pero de alguna forma desnaturalizó el espíritu inicial de la historia, basado en una ambigüedad malsana, y desestabilizó el equilibrio que debía mantenerse hasta el final ya que desde el primer momento sabemos que el diablo existe y que Holden se va a llevar una desagradable sorpresa en algún momento.

No sólo eso. Chester condenó el largometraje a una mala vejez puesto que el ser demoníaco que vemos en pantalla pudo ser muy impresionante en su época pero, teniendo en cuenta las criaturas que los efectos especiales y el maquillaje moderno nos muestran constantemente, a día de hoy queda como un peluche feo y mal animado que no asusta ni a los niños. 

A pesar de ello, La noche del demonio demuestra no sólo la calidad y el buen hacer de Tourneur (a la izquierda, en pleno rodaje) y su equipo, sino el hecho de que no hace falta una millonada para producir una buena película, y además una buena película de terror. Frente a las delirantes sumas que Hollywood se gasta hoy día en auténticas basuras cinematográficas de guiones ridículos y desbordantes de sangre, vísceras, sexo e insectos (no sé por qué todas las películas de terror contemporáneas tienen que incluir alguna escena asquerosa con insectos y alguna otra con al menos una mujer desnuda "porque lo exige el guión"), esta película es capaz de mantenernos clavados en la butaca con un reparto corto, cuatro localizaciones y una poderosa capacidad de evocación e imaginación.
 

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