El bebé recién nacido posee el pensamiento mágico pero carece de la herramienta para utilizarlo, porque su cerebro es virgen y su ser no puede expresarse en lo físico. A medida que el niño crece, la sociedad comienza a modelar su mente, instruyéndola, educándola, orientándola..., ¡deformándola! De esta manera, según van pasando los años aprende a controlar su cerebro pero el alto precio a pagar es que las percepciones mágicas se van empequeñeciendo, ahogando, cubriendo de niebla, mientras el pensamiento corriente, mecánico y alienante se apodera gradualmente del escenario y le da un sentido (el sentido general, el que todos acabamos compartiendo y por tanto terminamos por considerar como el único existente): Avalon queda oculta por la neblina mística mientras el Glastonbury físico emerge imponente (en apariencia).
Se han elaborado numerosos tests sobre la percepción que arrojan resultados asombrosos en ese sentido y que demuestran científicamente que vemos sólo lo que queremos o lo que esperamos ver. Pero hay muchas otras cosas alrededor de las que no somos, literalmente, conscientes. Así sucede que los niños no creen en hadas: es que aún a su edad están en disposición de verlas de verdad. Pero los adultos no, porque les han convencido de que no existen y por tanto se han vuelto ciegos a su presencia. Y como ellas, tantas otras cosas. Los adultos pierden en un momento dado su pensamiento mágico y luego el resto de su vida se dedican a filosofar estúpidamente sobre "la patria perdida de la infancia" y otras tonterías intelectualoides (o se pierden en brazos de charlatanes, "brujas" y "videntes") que apenas sirven para ocultar su melancolía por cierto estado de ser que disfrutaron en algún momento pero ellos mismos desterraron de sí y ahora se muestran incapaces de recuperar.
Las leyendas de los héroes relatan a menudo su descenso a los infiernos para recuperar aquello que fue perdido o robado y devolver así la tranquilidad al reino. El hombre que busca honestamente terminará por encontrar el camino, pero debe renunciar a un trayecto cómodo. El sendero es por definición estrecho y difícil, plagado de monstruos y bandidos, en el que su vida correrá peligro constantemente..., pero deberá atravesarlo con éxito, aprender de los aliados, enfrentarse a los enemigos y cubrir todas y cada una de las etapas sin eludir ninguna de ellas si es que pretende recuperar su Graal. En el caso que nos ocupa, la recuperación del pensamiento mágico pasa por un entrenamiento largo y duro, monótono a veces, desagradable casi siempre, pero imprescindible para conseguir el objetivo final.
El guerrero debe ser capaz, al final del trayecto, de recuperar el pensamiento mágico sin perder el control sobre su cerebro desarrollado con el pensamiento mecánico y así poder actuar voluntariamente con uno y otro. Debe poseer un pie en este mundo y otro pie en el otro mundo, ser un puente en sí mismo sin precipitarse en la locura. Como Wotan, debe ser tuerto porque tiene un ojo que mira hacia fuera y otro hacia dentro de sí mismo. Y en ese mismo momento será envidiado por ángeles y por demonios ya que se habrá superado a sí mismo, habrá escapado a las riendas de las Nornas para tejer él mismo su propio destino: ¡el que desee y no otro!
El mundo parece haber olvidado que el Conocimiento con mayúsculas no está hecho para los seres humanos corrientes. Es más, no sólo está prohibido para ellos sino que si por casualidad se topan con él les resultará incomprensible, extravagante, hilarante e incluso terrorífico, pero nunca atractivo. Los gnósticos hablaban del Sol Negro: una luz tan poderosa, tan brillante, tan fuera del universo normal que, a los ojos comunes, al dejarlos ciegos, no les parecerá otra cosa que una intensa oscuridad..., de la misma manera que al mentiroso las palabras del hombre sincero le suenan a engaños.
Las Escuelas asiáticas utilizaban una estrategia hoy convertida en un tópico folklórico para tratar de recuperar el pensamiento mágico: el koan. El koan se presenta como un puñado de versos absurdos estructurados de manera no lógica, pero en realidad se trata de una carga de profundidad hacia el interior del inconsciente, un anzuelo lanzado a ciegas para tratar de aferrar un fragmento de lo que es y no es al mismo tiempo. No se puede entender con los instrumentos racionales inyectados por la sociedad racional..., pero si uno es capaz de encontrar en algún lugar de su alma el hilo conductor que lo mueve por debajo se verá transportado de repente a una forma alternativa de pensar, a un mundo completamente alternativo. Existe. Pero no es sencillo de hallar.
Sucede como con ese dicípulo que pregunta a su maestro:
- Maestro, ¿por qué Buda vino del oeste?
Y el maestro se limita a señalar un poste que había delante de su cabaña. Tras observarlo un rato, el discípulo concluye:
- No comprendo.
- Yo tampoco -añade el maestro.
Este koan es sencillamente genial y es una ventana abierta de par en par hacia el mundo donde reina hoy, ahora mismo, el pensamiento mágico. El problema es que la lógica no existe, no sirve para interpretarlo. Y aquél que lo entiende no debe dar pista alguna a quien todavía trata de desentrañar su sentido pues lo que haría sería arruinar la oportunidad de quien trata de descifrarlo. Lo dejó muy claro cierto maestro sufí al que sus oyentes le echaban en cara que no revelara los secretos de sus parábolas:
- ¿Tú qué dirías si aquél que viene a venderte una fruta se la comiera y te dejara sólo la piel?
El guerrero debe ser capaz, al final del trayecto, de recuperar el pensamiento mágico sin perder el control sobre su cerebro desarrollado con el pensamiento mecánico y así poder actuar voluntariamente con uno y otro. Debe poseer un pie en este mundo y otro pie en el otro mundo, ser un puente en sí mismo sin precipitarse en la locura. Como Wotan, debe ser tuerto porque tiene un ojo que mira hacia fuera y otro hacia dentro de sí mismo. Y en ese mismo momento será envidiado por ángeles y por demonios ya que se habrá superado a sí mismo, habrá escapado a las riendas de las Nornas para tejer él mismo su propio destino: ¡el que desee y no otro!
El mundo parece haber olvidado que el Conocimiento con mayúsculas no está hecho para los seres humanos corrientes. Es más, no sólo está prohibido para ellos sino que si por casualidad se topan con él les resultará incomprensible, extravagante, hilarante e incluso terrorífico, pero nunca atractivo. Los gnósticos hablaban del Sol Negro: una luz tan poderosa, tan brillante, tan fuera del universo normal que, a los ojos comunes, al dejarlos ciegos, no les parecerá otra cosa que una intensa oscuridad..., de la misma manera que al mentiroso las palabras del hombre sincero le suenan a engaños.
Las Escuelas asiáticas utilizaban una estrategia hoy convertida en un tópico folklórico para tratar de recuperar el pensamiento mágico: el koan. El koan se presenta como un puñado de versos absurdos estructurados de manera no lógica, pero en realidad se trata de una carga de profundidad hacia el interior del inconsciente, un anzuelo lanzado a ciegas para tratar de aferrar un fragmento de lo que es y no es al mismo tiempo. No se puede entender con los instrumentos racionales inyectados por la sociedad racional..., pero si uno es capaz de encontrar en algún lugar de su alma el hilo conductor que lo mueve por debajo se verá transportado de repente a una forma alternativa de pensar, a un mundo completamente alternativo. Existe. Pero no es sencillo de hallar.
Sucede como con ese dicípulo que pregunta a su maestro:
- Maestro, ¿por qué Buda vino del oeste?
Y el maestro se limita a señalar un poste que había delante de su cabaña. Tras observarlo un rato, el discípulo concluye:
- No comprendo.
- Yo tampoco -añade el maestro.
Este koan es sencillamente genial y es una ventana abierta de par en par hacia el mundo donde reina hoy, ahora mismo, el pensamiento mágico. El problema es que la lógica no existe, no sirve para interpretarlo. Y aquél que lo entiende no debe dar pista alguna a quien todavía trata de desentrañar su sentido pues lo que haría sería arruinar la oportunidad de quien trata de descifrarlo. Lo dejó muy claro cierto maestro sufí al que sus oyentes le echaban en cara que no revelara los secretos de sus parábolas:
- ¿Tú qué dirías si aquél que viene a venderte una fruta se la comiera y te dejara sólo la piel?
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