Cierta leyenda que cuentan en las jaimas de los desiertos del norte de África, en medio del silencio sólo roto por los vientos que impulsan los djinns para divertirse durante las largas noches estrelladas, describe una versión diferente acerca de lo que el judeocristianismo ha dado en llamar el Pecado Original. Según este relato, los primeros seres humanos, Adán y Hawa o Eva, vivían sin grandes complicaciones en el Edén mientras Shaytán o Satanás se rompía la cabeza pensando cómo indisponerles con su creador. Un día encontró la fórmula...
Aprovechando que Adán había salido para resolver algo que tenía pendiente (aunque no se explica el qué: a lo mejor no había terminado de poner nombre a todos los animales o igual iba al bar a tomarse unas cervezas) Shaytán se presentó ante Hawa acompañado por su hijo, llamado Jannas. Le contó que tenía que hacer un recado (tampoco se cuenta cuál) y que necesitaba dejarle al niño un rato y por eso le pedía por favor que se lo cuidara. Hawa se dejó llevar por su instinto maternal y aceptó quedarse con él. Shaytán se lo agradeció mucho y se fue. Poco después llegó Adán que, cuando vió al hijo del Diablo ante él, no lo pensó un instante y, abalanzándose sobre él, le mató. Luego hizo tiras con su carne y las colgó de las ramas de un árbol mientras le recriminaba a Hawa que le hubiera hecho semejante favor al archienemigo del Dios que les había creado.
Enseguida regresó Shaytán quien, tras ver lo ocurrido, organizó un pequeño ritual y, tras pronunciar unas palabras mágicas, las tiras de carne saltaron del sitio y fueron a reintegrarse. El cuerpo se reconstruyó y su hijo resucitó, como si no hubiera sucedido nada. Después se fue con él, tan tranquilo.
Al día siguiente, Shaytán aprovechó otra ausencia de Adán para presentarse de nuevo ante Hawa y pedirle el mismo favor. Ella dudó, después de la bronca que le había echado su marido el día anterior pero el pequeño era tan encantador que al final acabó aceptando. Y ocurrió exactamente lo mismo. Cuando Adán llegó a casa y vio de nuevo a Jannas, se enfureció como nunca antes y le preguntó a su mujer si no entendía que el Diablo estaba intentando engañarles. Y volvió a matar al niño, pero esta vez quemó el cuerpo y, tras separar las cenizas en dos montoncito, arrojó una parte al río y sopló el resto para que se las llevara el viento.
Luego Shaytán regresó y, con gran parsimonia, organizó otra ceremonia y pronunció ciertas palabras mágicas. De inmediato, las cenizas regresaron al lugar donde él estaba y el cuerpo se reconstruyó una vez más. Padre e hijo se marcharon sin más.
Al tercer día (las buenas historias de este tipo siempre suceden en tres días o en tres meses o en tres años o en tres ocasiones..., el tres es un número mágico en este sentido), se repitió toda la historia. Esta vez fue más difícil convencer a Hawa, que no quería más líos ni responsabilidades, pero Shaytán es muy astuto y lo que no logra por medio de la amenaza o el terror lo consigue por la seducción o inspirando lástima. Lo cierto es que al final ablandó el corazón de la mujer y Jannas se quedó una jornada más con ella. Esta vez, Adán se encolerizó como hombre alguno jamás lo hizo ni lo ha vuelto a hacer. Muy enfadado, mató por tercera vez a Jannas y luego lo asó y obligó a Hawa a comerse la mitad del niño mientras él se comía la otra mitad.
- Ahora sí que no podrá resucitarlo más -sentenció Adán, y se fue a dormir la siesta.
Volvió Shaytán y Hawa le contó lo que había ocurrido. Como bien predijera su marido, Jannas ya no podría ser devuelto a su padre porque su carne y su sangre habían sido devorados por ellos y formaban ya parte de su propia carne y su propia sangre. Hawa temía la reacción de Shaytán, pues era el ser más poderoso del mundo después de Dios. Por eso se quedó muy sorprendida cuando el Diablo echó la cabeza para atrás soltando una gran carcajada. Antes de regresar a su cubil, le explicó:
- Perfecto. Eso es lo que estaba yo buscando desde el primer día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario